Vacunas y covid-19, una carrera contra reloj

Uruguay muestra a la vez un gran repunte de contagios y un avance significativo de la vacunación

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19 de marzo de 2021 a las 14:53

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La antivariólica llegó a Montevideo en 1805, a bordo de un barco negrero, como parte de un extraño raid de vacunación colonial. La mayor parte de los pobladores de la ciudad, que entonces era un pueblito, se negó a la vacuna que, se decía, provocaba cuernos. El gobernador Pascual Ruiz Huidobro, un gallego de Orense, y María Dolores de los Ríos, su esposa, se vacunaron en público para alentar a los remisos.

Todavía un siglo después, en noviembre de 1904, una parte de la población de Río de Janeiro se lanzó a las calles en protesta por la vacunación forzosa contra la viruela. La Revolta da vacina, que dejó decenas de muertos y centenares de heridos, es un ejemplo extremo del abismo que puede gestarse entre las acciones políticas y científicas y el sentimiento popular.

Los programas de vacunación contribuyeron a reducir en forma drástica las muertes por enfermedades infecciosas en el último siglo. Pese a ello, una parte menor aunque significativa de la población del mundo se niega a recibir la vacuna contra el covid-19, por razones de calidad muy diversa.

El último año, tal vez el más loco en la vida de muchos, ciertas personas parecen propensas a sobreactuar, entre la polarización y el extremismo.

Mientras tanto, la mayoría de los países de América Latina y Europa sufre un feroz repunte de la pandemia, y una seria presión sobre sus sistemas de salud.

Incluso Uruguay, otrora un bucólico remanso casi libre de coronavirus, está a la cabeza en al menos un aspecto negativo: la cantidad de contagios nuevos por día en América Latina; aunque también destaca en asuntos decisivos, como la baja cantidad de muertes per cápita, y por el rápido avance de la vacunación.

Muchas personas, incluida una parte de las que integran el Grupo Asesor Científico Honorario (GACH), se sintieron desilusionadas por la suavidad de las medidas que tomó el gobierno uruguayo el martes 16. Otros disconformes, fuera del GACH, pretendían una reducción radical de las reuniones y fiestas nocturnas, con el cierre completo de bares y restaurantes, además de gimnasios y teatros.

Camilo dos Santos
La vacunación contra el covid-19 comenzó en Uruguay el 1° de marzo

El gran número de personas contagiadas augura un aumento en la proporción de muertes e internados en CTI. La enfermedad puede sufrir un nuevo empuje después de las largas vacaciones de Semana Santa, cuando buena parte de la población uruguaya ampliará su círculo habitual de relaciones.

Ahora se libra una carrera entre la pandemia y la vacunación en masa que provea una “inmunidad de rebaño”. Cada muerte parece más trágica porque la cura está a la vuelta de la esquina; como caer en las trincheras en los últimos días de una guerra.

El sistema electrónico para agendarse ha sido un infierno. Muchas personas quedan fuera por el colapso, particularmente los menos hábiles en la web, y los que disponen de menos tiempo.

La vacunación masiva se inició recién el 1º de marzo, debido a una negociación tardía de vacunas por fuera del mecanismo Covax de la Organización Mundial de Salud (OMS), que se reveló ineficaz. Pero pronto Uruguay, un pequeño país integrado, se puso entre los primeros en Latinoamérica en el porcentaje de pobladores inmunizados con la primera dosis, debido a la compra y aplicación masivas de la vacuna china Sinovac y la germanoestadounidense Pfizer/BioNTech.

Esta semana terminará con alrededor del 9% de la población uruguaya vacunada contra el covid-19, comparada con 6% o 7% en Brasil y Argentina y cerca de 50% en Chile, el ejemplo saliente en la región.

La oferta de vacunas en el mundo es cada vez más abundante, después de la gran escasez inicial, por lo que el avance de la inmunización colectiva depende de la capacidad de los sistemas de salud nacionales y de la voluntad de los ciudadanos.

En el mundo, solo Israel, Emiratos Árabes, Reino Unido, Chile, Baréin y Estados Unidos, en ese orden, han alcanzado porcentajes elevados de vacunaciones, de al menos 35% de la población.

Sin embargo, a principios de marzo Chile todavía reportó la cifra diaria más alta de casos de covid-19 en ocho meses. Lo mismo ocurre en muchos otros países menos avanzados en la vacunación, desde Alemania a Francia, pasando por Brasil.

Argentina inició las vacunaciones ya en diciembre, con la rusa Sputnik V. Pero la falta de provisión suficiente y la desorganización han ralentizado el proceso. Brasil, en tanto, cuyas políticas oficiales ante la pandemia se situaron en el otro extremo, recoge casi la misma frustración.

Uruguay ha tenido casi 220 muertes por millón de habitantes atribuidas al covid-19, Chile unas 1.150, Argentina 1.200 y Brasil 1.350. En Uruguay se han realizado 350 tests de coronavirus cada 1.000 pobladores (pese a que son por lejos los más costosos de la región), contra 540 en Chile, 180 en Argentina y 135 en Brasil.

Otro frente de discusiones y disputas se formalizó esta semana. La Comisión Europea debate un proyecto de certificado sanitario que dirá que el portador ha sido vacunado, es inmune tras recuperarse de la infección o posee un test PCR negativo. Con ese “certificado digital verde” podrá moverse con más libertad dentro de los Estados de la Unión.

Pero quienes no hayan sido inmunizado con las vacunas aceptadas por la Unión Europea (Pfizer/BioNTech, AstraZeneca/Oxford, Moderna y Johnson & Johnson) seguirán necesitando un test que acredite que está sano.

El bloque europeo aún no reconoce vacunas como la china Sinovac o la rusa Sputnik V. El Kremlin denunció esta semana una campaña “egoísta” de sus adversarios geopolíticos, particularmente Estados Unidos, para presionar a terceros países para que no utilicen la vacuna Sputnik V.

Sin embargo, la vacuna rusa cuenta con firmes defensores en la Unión Europea, está en fase de aprobación y ya la utilizan algunos de los 27 países del bloque.

Muchos líderes políticos de la Unión creen que China y Rusia usan la diplomacia de las vacunas, abasteciendo a países de ingresos bajos y medianos, mientras Europa y Estados Unidos miran para otro lado.

La resistencia europea a las vacunas de origen chino perdurará hasta que el sector turístico clame por la ausencia casi completa de viajeros asiáticos y latinoamericanos; y hasta que, como represalia, Pekín impida el ingreso de europeos no inmunizados con vacunas chinas.

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