Gabriel Pereyra

Gabriel Pereyra

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Verónica Alonso, el pastor Márquez y un nuevo catecismo

El poder económico y las ansias de poder político se afiliaron a un relativismo religioso que ha llegado para quedarse
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12 de enero de 2019 a las 05:02

En la década de 1970, los llamados teleevangelistas jugaron en Estados Unidos un importante papel en el triunfo electoral de Ronald Reagan. Pastores evangelistas, como Oral Robert, Billy Graham o Jimmy Swaggart, formaban parte de la denominada “nueva derecha”, cuyas formas de acción y su poder económico (adquirieron dos satélites a los que llamaban “los ángeles” que potenciaron sus transmisiones televisivas) fueron extendiéndose hacia el sur del continente.

Después de apoyar con éxito candidatos en Centroamérica y el Pacífico, el último golpe triunfal lo dieron con el apoyo a Jair Messías Bolsonaro en Brasil.

Desde aquellos americanos que, micrófono en mano, caminaban de un lado a otro del escenario como tigres enjaulados, llorando y repartiendo milagros a troche y moche, los evangelistas, y sobre todo los de la rama pentecostal, se diferenciaron de otras corrientes religiosas por tres o cuatro características que eran un deleite para los políticos que se aliaban con ellos: una gran cultura y poder mediático; un enorme poder económico, que en algunos casos llegó a niveles exorbitantes; defensa de posiciones ultraconservadoras y limitante de las libertades sociales y, a diferencia de lo que ha sido la prédica de la Iglesia católica en los últimos años, posturas elogiosas de la sociedad de consumo. Cómo no elogiar el capitalismo cuando pastores como Jesse Duplaints llegaron a plantear que Dios exige predicar en todo el mundo y para eso es necesario poseer jet privados. Duplaints tiene tres pero Dios le encomendó comprar un cuarto por US$ 60 millones. Qué no habría hecho Pablo de Tarso con semejante despliegue.

Algunas cosas cambiaron en el continente desde aquella alianza entre la nueva derecha y los pastores televisivos. Una de ellas es que las organizaciones políticas sufren de un gran descrédito. En cierta medida, ciertas propuestas políticas se parecen a las promesas religiosas que anuncian una nueva vida después de la vida: hay que esperar generaciones para alcanzar ciertos logros y no seremos nosotros los que nos beneficiaremos de ello sino quienes nos sobrevivan.

En cambio, en medio de pegadizos góspel y palmas (“alabado sea Dios, gloria al Señor”), en vez de iglesias católicas oscuras, donde se habla bajo y huele a cirios, los evangelistas pentecostales prometen cosas para ahora. Para lograr ese necesario poder económico que mantiene andando el sistema, algunos dicen frontalmente que el milagro tendrá relación con el volumen del diezmo.

Cuentan administrativos de los canales de TV que cuando las iglesias pentecostales que tienen espacios en las pantallas locales van a pagar, lo hacen al contado, con bolsos repletos de billetes de 20 pesos. Porque otra característica de estas iglesias que están creciendo a ritmo vertiginoso, es que lo hacen en los sectores más deprimidos. Hace medio siglo, en América Latina los evangelistas eran el 3%, hoy son más del 20%.

Partidos políticos deprimidos, sectores a los que esos partidos no han podido sacar de la marginación en décadas, pastores más carismáticos que los dirigentes, iglesias con enorme poder económico que se instalan como hongos en esa periferia donde la política fracasó.

En Uruguay, legisladores de la llamada bancada evangelista llegaron a poner en tela de juicio el poder del Estado y la ley, cuando dijeron que para ellos primero está la ley de Dios y luego la de los hombres.

En estos días circuló un video de la senadora nacionalista Verónica Alonso dando un discurso político en un templo evangelista ya que está aliada a Misión Vida, que dirige el pastor Jorge Márquez. 

En estos días, Márquez no supo explicar con claridad con qué criterio la iglesia maneja el dinero que le entra sin estar gravado por impuestos, porque ese es el régimen que rige para los cultos religiosos, y su posible desvío hacia la financiación de avisos de campaña o el pago de listas electorales.

En su discurso en el templo, Alonso prometió luchar contra la ideología de género y dar marcha atrás con la legalización del aborto, posiciones típicas de la derecha más conservadora y de estas iglesias de la posmodernidad celestial.

Alonso eligió aliados poderosos, pero, a la luz de algunas proclamas, peligrosos para la democracia laica. Y ya no hay quien eche a los mercaderes del templo sin pasar por intolerante. Esa alianza parece ser tan fuerte que, más allá de la tolerancia religiosa, Alonso, que se ha convertido al judaísmo, logró el apoyo de iglesias cristianas que dan particular importancia al pentecostés, o sea a la venida del Espíritu Santo, que tuvo lugar, según la Biblia, el quincuagésimo día después de la Resurrección de Jesucristo. Iglesias para las cuales Cristo es el rey de reyes e hijo de Dios, aliadas con una representante que profesa una religión para la cual algunas corrientes consideran a Cristo un rabino más y otras corrientes del judaísmo lo ven como a un hereje. 

Al parecer, el poder económico y las ansias de poder político se afiliaron a un relativismo religioso que ha llegado para quedarse. Y, entre los nuevos mercaderes y los billetes a cambio de milagros, el nuevo catecismo parece ser: “Da a Dios lo que es del César y al César lo que es de Dios”.

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