Siempre vivió cerca de la muerte. Su historia valdría para ser contada en una película. Se podrá decir que fue un héroe o incluso un “asesino desalmado”, o que merecía un final más sublime, menos inesperado aún cuando los finales de las películas son mejores así. Depende de cada uno.
Sus enemigos lo llamaban “el demonio de Ramadi”. Para sus compañeros del ejército era “la leyenda” y en el mundo se lo conocía como el “francotirador más letal” de la historia militar estadounidense.
Christopher Kyle murió de un disparo el sábado pasado, a los 38 años. No murió en una guerra. No murió en un atentado. No lo mató el enemigo. Murió en un campo de tiro, cerca de su casa, y el victimario sería un ex compañero suyo.
Su lado más desalmado y su costado más heroico se reflejan en American Sniper (“Francotirador americano”), el libro que recopila sus memorias y que fue éxito de ventas en 2012. Ahí están el soldado patriota que en nombre de su bandera cumple su deber y defiende a los suyos, y el hombre que sin compasión dispara a matar.
Apenas dos semanas después de pisar Irak por primera vez –según El País de Madrid–, puso el ojo en la mira telescópica, divisó el objetivo, y le apuntó a una mujer con un bebé en brazos y una granada en la mano, dispuesta a lanzarla contra un convoy estadounidense.
Ese fue el momento más difícil de todos sus años de francotirador. Primero dudó, dijo en sus memorias, pero apretó el gatillo. “Era mi deber disparar y no me arrepiento”.
No es gratuito eso del “francotirador más letal del mundo”. Los números de este marine norteamericano son contundentes. Se adjudica 255 muertes, aunque el Pentágono le reconoce 160. Según distintos medios, mató a 40 personas en menos de 24 horas durante un cruento combate en Faluya, y eliminó a un insurgente iraquí desde 2.100 metros de distancia, una lejanía solo superada por Craig Harrison, un marine británico que dio en dos blancos desde 2.400 metros.
“La primera vez, ni siquiera estás seguro de que puedes hacerlo (matar). Pero yo no estaba allí mirando a esas personas como personas. No me preguntaba si tenían familia. Sólo estaba tratando de mantener a mi gente a salvo”, dijo orgulloso a la revista Time.
Un hombre de sangre fría, calculador, sin titubeos ni medias tintas. Por ser un buen soldado y cumplir su deber recibió dos medallas de plata y cinco de bronce por su valor.
Comprometido, firme en sus convicciones, se proclamaba “un patriota”, al punto que en 2006, según cuenta en sus memorias, golpeó a un exgobernador de Minnesota porque había hecho comentarios antiestadounidenses.
Puntería precoz
Después de una década como marine, en 2009 decidió poner punto final y regresar a casa. Su misión ahora era más común a la del resto de los mortales: “salvar” su matrimonio.
Su esposa Taya no iba a tolerar otra estancia de Chris lejos de ella y de sus dos hijos, bien cerca de la muerte. Sus enemigos, de hecho, ofrecían una recompensa por su cabeza. Lo querían vivo o muerto, pero lo querían fuera.
“Yo era incapaz de pedirle que parara. Era el trabajo de su vida”, dijo ella, según cita el periodista Arturo Checa en una nota publicada en Hoy.es.
Nació en Odessa, Texas, y su relación con las armas comenzó de muy chico, cuando tenía apenas 8 años. Su padre le regaló un rifle para niños, el cual usaba para ir de cacería con él. En ese entonces sus objetivos no eran los talibanes; eran ciervos y aves.
Se crió entre hombres vestidos de cowboys, quiso probar suerte en los rodeos de exhibición tan comunes en Texas, pero terminó optando por su buena puntería. Optó por presentarse a los Navy Seal. Y lo consiguió. “De cada 100 norteamericanos que lo intentan, 80 no lo consiguen. Hay que superar dos años de pruebas físicas y mentales salvajes”, contó Arturo Checa. Hacer cien flexiones y abdominales en menos de dos minutos. Correr 2,5 kilómetros en siete minutos (el récord mundial de 3.000 metros está en siete minutos y veinte segundos) y nadar 600 en menos de trece”.
Manos grandes y brazos gruesos, a Chris se le marcaban las venas cuando apretaba su rifle contra el cuerpo. Estaba preparado física y mentalmente para enfrentarse a la muerte. Viajó a Irak cuatro veces.
Todo eso terminó cuando decidió volver hacía solo algo más de tres años. Se había alejado de la muerte. O al menos eso creía. En Texas montó una empresa internacional para asesorar a guardias de seguridad y soldados en técnicas de combate. Seguía entrenando duro.
El sábado pasado, mientras practicaba tiro al blanco con un amigo en un campo de Glen Rose, fue asesinado a tiros desde larga distancia. Cayó tendido fuera del campo de batalla.
La policía capturó a Eddie Routh, un exmarine, quien aparentemente fue el autor de los disparos.
Un final abrupto e inesperado para Chris Kyle. “No soy de los que idealiza la guerra, no soy tan ingenuo. Allí he pasado los peores momentos de mi vida. Pero al mismo tiempo ha sido mi sueño”, dijo. Ese pudo haber sido otro final de su película.