l camión cisterna se estacionó, y era hora de dejarlo ir. La decisión de enviar el vino a la destilería se había tomado semanas atrás. Aún dolía. Poco después, el vino sería gel antibacterial.
“Tenemos que cargarlo ya”, dijo Jérôme Mader, un vitivinicultor de 38 años, murmurando para sí mismo. “Muy bien. Ya no voy a pensar en eso”, dijo en voz baja. “Se acabó”.
Cabizbajo, sacó arrastrando las mangueras a través de su cobertizo, las fijó a las válvulas del camión con la ayuda del conductor, se dirigió a su bodega fría y abrió las bombas. El vino —buen vino blanco de Alsacia, vino bebible— pasó por las mangueras y entró al contenedor del camión. Era demasiado insoportable pensar en su destino.
Por todo el campo vinícola color esmeralda de Alsacia, ahora cubierto de viñedos con tonos verde oscuro —y en otras regiones vinícolas francesas también— miles de enólogos, famosos y desconocidos, están enfrentando momentos similares de angustia.
La crisis económica provocada por el coronavirus, combinada con el impuesto del 25% que Trump impuso a los vinos franceses en la guerra comercial con Europa, ha colapsado el mercado vinícola.
Mader, cuyos rieslings y gewürztraminers de primera calidad se envían a restaurantes y tiendas elegantes en ambos costados del Atlántico, ha perdido la mitad de sus ventas desde diciembre.
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