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Y las encuestas se equivocaron

El pueblo brasileño, en su afán de dar un mensaje claro de hartazgo con la inseguridad, la corrupción y la recesión, votó a quien más representaba lo contrario del partido que gobernó por más de 12 años
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14 de octubre de 2018 a las 05:02

El canciller uruguayo Rodolfo Nin Novoa señaló el pasado sábado 6 que esperaba que las encuestas de opinión que daban ganador a Jair Bolsonaro en la primera vuelta de las elecciones presidenciales de Brasil estuvieran equivocadas. Hasta ese momento le daban al candidato de Partido Social Liberal 39% de intención de voto, con una tendencia que había venido creciendo desde que Bolsonaro sufrió un grave atentando que puso en riesgo su vida el 7 de setiembre.

Y en efecto, las encuestas se equivocaron, pero no en el sentido que esperaba nuestro canciller, en lo que ciertamente fue una afirmación inoportuna e infeliz porque se inmiscuía en asuntos internos del país vecino y porque, de ganar Bolsonaro, dejaba a nuestro gobierno en falsa escuadra para entablar relaciones con el nuevo gobierno. Pero lo dicho, dicho está. E Itamaraty habrá tomado debida nota de ello. 
Las encuestas no captaron todo el caudal de votos que obtendría Bolsonaro, que incluso estuvo muy cerca de ganar en primera vuelta, algo que no ocurría desde 1998, cuando Fernando Henrique Cardoso derrotó a Lula.

Probablemente esa diferencia no fue tanto un “error” de las encuestas, como al público en general le gusta señalar, sino más bien la “decisión” de los indecisos en los últimos días. De hecho, un análisis de la BBC de mismo domingo 7 de octubre no descartaba que Bolsonaro pudiera ganar en primera vuelta si se daban una serie de circunstancias. Incluso el propio Bolsonaro, que busca conspiraciones por todas partes, y que ya había señalado que no iba a aceptar otro resultado que no fuera el de su victoria, denunció al sistema de conteo electrónico como responsable de que no hubiera sido electo en primera instancia. Sea como sea, Bolsonaro no cuestionó demasiado el sistema de conteo puesto que ganó holgadamente y todo hace suponer que, de no cometer algún error grave, será electo el domingo 28 de octubre.

De hecho, las primeras encuestas de esta semana lo dan ganando con holgura en la segunda vuelta. Aquella misma vuelta que parecía sumamente pareja apenas un par de semanas atrás.
Una de las cosas más notables de la elección es cómo Bolsonaro capitalizó todo el descontento por corrupción e inseguridad con el PT, pasando por encima de candidatos centristas, como Geraldo Alckmin del PSDB, partido que por cierto no llegó siquiera al balotaje por primera vez en tres décadas.

Sin duda el pueblo brasileño, en su afán de dar un mensaje claro de hartazgo con la inseguridad, la corrupción y la recesión, votó a quien más representaba lo contrario del partido que gobernó por más de 12 años en Brasil y en cuyo período se vivió desde un auge auspicioso en el comienzo hasta un cóctel explosivo de corrupción, recesión y creciente inseguridad.
El mensaje del electorado fue claro: una especie de “que se vayan todos”. No más PT bajo la égida de Lula, que manejó la campaña de Fernando Haddad desde la cárcel. No más PT de Dilma Rousseff, que no pudo conseguir su banca en el Congreso, al ser  cuarta en su estado de Minas Gerais. No más compañeros de ruta del PT, como Michel Temer.

El “mensaje Bolsonaro” es muy fuerte. Hay muchos en América Latina tratando de entenderlo y otros tratando de digerirlo. 
Es que además de lo “anti”, es una gran incógnita. Ante todo: ¿respetaría una derrota en las urnas o se convertiría en un Maduro reteniendo el poder por medios espurios? ¿Va a combatir la inseguridad dentro de la ley o por todos los medios a su alcance? ¿Va realmente, como insinuó, a liberalizar la economía brasileña, privatizar empresas, abatir el déficit fiscal, reformar el actual sistema de seguridad social que es un verdadero cáncer por los privilegios que otorga a grupos de interés muy definidos? ¿Impondrá una política comercial proteccionista a lo Trump, o buscará acuerdos bilaterales?

El “mensaje Bolsonaro” es muy fuerte. Hay muchos en América Latina tratando de entenderlo y otros tratando de digerirlo. 

Como se puede apreciar, demasiadas incógnitas como para hacer futurología sobre lo que puede ocurrir en Brasil, a partir del próximo 1º de enero, cuando asuma el nuevo presidente, presuntamente el capitán retirado Jair Bolsonaro.
Pero más allá de ello hay un mensaje claro del que en Uruguay deberíamos tomar nota: la corrupción no paga. En Brasil y Argentina ha llegado a cotas escandalosas. Uruguay no puede considerarse exento de ese flagelo, aunque las cifras y los casos sean mucho menores. Y no ayudan expresiones como las de Mujica sobre “propinas” para minimizar lo que se robó en el gobierno de Cristina Kirchner. Propina o no propina, es corrupción, y como tal debe ser castigada con total rigurosidad. Y si no se hace, serán los votantes quienes castigarán a los que roban y a los que apoyan, protegen o justifican a los que roban. Eso es lo que ocurrió en Brasil. Y ocurrirá en Argentina el año próximo. Porque con corrupción, pequeña o grande, no se puede construir futuro sólido. Pongamos las barbas en remojo. 

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