En Uruguay no hay grieta, pero hay bloques. Y dependiendo de cuál de ellos gane, se define el futuro. Y será bien distinto.
De amor y de espantos: distintos y distantes
La columna de Luis Calabria para El Observador
La columna de Luis Calabria para El Observador
En Uruguay no hay grieta, pero hay bloques. Y dependiendo de cuál de ellos gane, se define el futuro. Y será bien distinto.
Esos bloques no son una creación electoral sino que representan sensibilidades -macro sensibilidades- presentes en nuestra sociedad.
En tiempos de polarizaciones afectivas, donde se apuesta por la negación de los contenidos a la hora del debate público, no hay que caer en la trampa de pensar que lo que define la política uruguaya sean las identidades por la negativa.
El bloque coalicionista oficialista tiene sensibilidades positivas, hay un espacio de valores compartidos, que sí contrastan con la coalición que representa el Frente Amplio; no es solo una opción de descarte y donde domina lo que los politólogos llaman identidad negativa.
El segundo verso del poema “Buenos Aires” de Jorge Luis Borges decía:
“(…) Aquí el incierto ayer y el hoy distinto
me han deparado los comunes casos
de toda suerte humana; aquí mis pasos
urden su incalculable laberinto.
Aquí la tarde cenicienta espera
el fruto que le debe la mañana;
aquí mi sombra en la no menos vana
sombra final se perderá, ligera.
No nos une el amor sino el espanto;
será por eso que la quiero tanto”.
Sería injusto e impreciso decir que a los coalicionistas oficialistas no nos une el amor y sí sólo el espanto (aunque sí sería espantoso que volviera a ganar el Frente Amplio).
Hay una identidad coalicionista que está por encima de la sola diferencia con el FA. Es que en el fondo se trata de qué Valores predominan en uno y en otro bloque.
Los bloques son distintos y distantes; y el día que haya que construir un puente -siempre necesario y deseable para una nación que quiere despegar de la chatura-; ese puente será largo y trabajoso.
Somos distintos y distantes porque mientras la coalición oficialista defiende la Libertad, como quedó de manifiesto y fue paradigmático en la Pandemia, el bloque de izquierda pedía cuarentena obligatoria, pretendía que el Estado se impusiera al individuo.
Su naturaleza colectivista siempre aflora y relega a la condición del individuo.
Mientras en la coalición oficialista se entiende -como en todos los países avanzados- que la lógica productiva pasa por el capitalismo, la izquierda nacional le sigue “prendiendo velitas” al socialismo y sigue sin comprender el valor de la iniciativa privada en la generación de riqueza. De hecho los estatutos de los principales sectores que apoyan a los candidatos Orsi y Cosse mantienen su identidad socialista y comunista.
También unos somos nacionalistas y ellos son internacionalistas.
Mientras al bloque coalicionista lo anima el republicanismo, al punto que así se denomina, del otro lado son corporativistas. Esos impulsos corporativos no solo afectan las condiciones deliberativas de una República, donde debe primar el interés nacional y no de sectores particulares por más fuertes que sean, el alineamiento corporativista de la izquierda lleva al Estado a alejarse de la defensa del bien común, que debe ser su propósito.
Ese alejamiento del bien común está reforzado por una obligada reconfiguración (ante el fracaso del marxismo y el socialismo y la necesaria sustitución del “oprimido”) que ha tenido la izquierda hacia la defensa de posiciones identitarias (grupos, identidades y minorías). Un ejemplo de estos alineamientos fue la discusión que se dio por la guerra que ha llevado adelante Israel tras el ataque del grupo terrorista Hamas. Se alinean con el islamismo como nuevo oprimido de Occidente.
En materia de redistribución también hay diferencias. Como ya vimos, a la izquierda le cuesta identificar al crecimiento económico como condición necesaria para generar riqueza, apela a la suba de impuestos y al “reparto” confiscatorio. La reforma constitucional que propone el PIT CNT (y el Frente Amplio no rechaza) ejemplifica muchas de esas variables: es corporativa, surge de un “asambleísmo” que es distinto a lo democrático, desconoce el bien común, y es confiscatoria.
Relacionado con la redistribución se manifiestan las diferencias en el enfoque de las políticas sociales y en definitiva, de cómo entender la solidaridad. Mientras el bloque coalicionista promueve el trabajo como valor, el mérito y la cultura del trabajo, siendo ellos los caminos para el ascenso y la movilidad social; por su parte la izquierda uruguaya apuesta por el mero asistencialismo, con enfoques de estatización de la pobreza que terminan favoreciendo la dependencia y no autonomía del individuo a través de igualar oportunidades como aspiramos quienes nos sentimos liberales igualitarios.
En materia de seguridad pública las diferencias no son menores. La izquierda suele depositar las responsabilidades de la delincuencia en las causas sociales y por tanto termina siendo tolerante e indulgente con el delito y el delincuente. Por su parte, la coalición oficialista impulsa una visión que no descansa en la prevención sino que sabe que hay que rehabilitar y también, sin prejuicios, ejercer autoridad, cumplir la ley y que haya orden. Sabe que el dilema es entre delito o impunidad.
Como se observa, las distancias y diferencias no son cuestiones de opiniones, no son cuestiones de enfoques de gestión, son diferencias profundas que representan diferencias en el “alma social” del Uruguay.
¿Cómo no ser distinto y distante de quien niega que Cuba es una Dictadura? O con quien no considera que Maduro es un Dictador ¿Cómo no ser distinto y distante de quien le cuesta condenar al terrorismo de Hamas?
La elección que comienza a definirse a partir del 30/6 es entre dos cosmovisiones, y no solo involucra un posicionamiento político; es una elección sobre qué tipo de sociedad queremos ser y qué futuro deseamos construir, sobre qué valores van a predominar.