Olvidemos, por el momento, a Yamandú Orsi. La única contienda para la primera vuelta que presenta un cierto grado de incertidumbre es la que están llevando a cabo por el segundo puesto el Partido Nacional y el Partido Colorado. Alvaro Delgado y Andrés Ojeda son, por consiguiente, los candidatos que deberían debatir a esta altura del proceso electoral.
En las cuatro elecciones anteriores fue siempre claro que el Frente Amplio, de no ganar en la primera vuelta, enfrentaría al PN en el balotaje, En esta elección la situación no es tan clara y la posibilidad de que el PC sea el que llegue al balotaje no es totalmente descartable.
Las encuestas muestran un PN con una tendencia a la baja debido, entre otros factores, a los escándalos de Astesiano, Marset y, más recientemente, la intendencia de Artigas. A esto debe sumarse el desgaste natural resultante de todo período de gobierno. Alvaro Delgado, si bien cuenta con la experiencia necesaria para ser presidente y proyecta una imagen de seriedad, no ha entusiasmado a un electorado blanco acostumbrado a nuestro telegénico presidente. La selección de Valeria Ripoll causó malestar en algunos grupos del PN y aún no es claro si generará, electoralmente, un aporte positivo neto para el partido.
El PC por su parte ha venido subiendo en las encuestas. El triunfo de Ojeda en la interna, una cara nueva sin desgaste político previo, ha tenido un impacto muy positivo. El hasta cierto punto sorpresivo retorno de Pedro Bordaberry a la política puede darle un ímpetu adicional a esta tendencia. Una suba de 3 o 4 puntos porcentuales en el PC, acompañada por una baja similar en el PN, sería suficiente para que la lucha por ese tan ansiado segundo puesto se tornara competitiva.
Se palpa en un sector importante del electorado un fuerte rechazo a la posibilidad de que el FA vuelva al poder. Este rechazo es particularmente notorio dentro de los sectores de clase media alta y alta de nuestra sociedad. El PC apoyó en forma prácticamente incondicional a Luis Lacalle Pou a través de todo este período de gobierno. En una coalición, en la que no hay mayores diferencias ideológicas entre el PC y el PN, es natural asumir que muchos votantes blancos podrían inclinarse por Ojeda, si vieran en él, al candidato con las mejores chances de derrotar a Orsi en el balotaje.
Los debates entre candidatos a presidente constituyen un aspecto importante de las campañas electorales. El PC y el PN, por razones históricas que hoy resultan bastante anacrónicas, continúan operando como partidos separados. Como consecuencia, no tendrán un candidato al que ambos partidos puedan apoyar hasta después de la primera vuelta. Hasta que este candidato se defina, Orsi, aun cuando estuviera dispuesto a hacerlo, no tiene con quien debatir. La posibilidad de un debate solo con Delgado sería probablemente resistida por Ojeda que se sentiría excluido. La de debatir con los dos, ya sea juntos o por separado, no debería, estratégicamente, ser aceptable para Orsi.
Esta carencia se está tratando de cubrir con un debate entre posibles Ministros de Economía. Si bien este tipo de debate tiene, sin duda, interés, no satisface la necesidad del electorado de ir formando una opinión sobre el futuro presidente.
Un debate entre Delgado y Ojeda les daría a ambos la oportunidad de promover sus respectivas candidaturas en un contexto que sería ampliamente cubierto por todos los medios. Delgado podría destacar la ventaja comparativa de tener extensa experiencia política y de gobierno y, Ojeda la ventaja ilusoria de no tenerla. Este debate le suministraría al electorado no frentista más elementos para solidificar su preferencia con vistas al balotaje y, a Orsi, una posibilidad para evaluar mejor a su eventual contrincante.
Es válido tratar de anticipar la reacción de los socios minoritarios de la llamada Coalición Republicana con respecto a un posible debate entre candidatos a presidente que no los incluyese. Guido Manini Ríos, un socio perennemente problemático, seguramente se opondría. Sin embargo, los pobres resultados de Cabildo Abierto en las encuestas para nada justificarían su participación en ese tipo de debate. En el caso del Partido Independiente, Pablo Mieres, dada su constructiva gestión desde el Ministerio de Trabajo, probablemente aceptaría con gracia su exclusión.
Las campañas electorales a través del mundo tienen un elemento de espectáculo. En los Estados Unidos, por ejemplo, acaban de tener lugar las convenciones de los dos partidos tradicionales. Por estas extravagancias de cuatro días cada una desfilaron, entre muchos otros, los candidatos con sus familias, muchos otros políticos (algunos importantes y otros no tanto), músicos, estrellas de cine, personalidades mediáticas y hasta un luchador profesional.
El debate entre Donald Trump y Kamala Harris ha sido seguramente el programa con mayor audiencia de los últimos meses. En Uruguay, país donde afortunadamente no se generan demasiadas situaciones políticas dramáticas, no vendría mal la pequeña dosis de efervescencia que produciría un debate entre Delgado y Ojeda. Sería una buena oportunidad para que los candidatos se explayaran, el electorado se entretuviera, los politólogos comentaran y los medios tuvieran algo interesante que reportar— todos ganarían.
(*) Contador uruguayo que completó el International Tax Program en la Escuela de Leyes de la Universidad de Harvard y ejerció su profesión desde Nueva York.