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5 de febrero 2025 - 9:38hs

La cancelación, el prohibicionismo y el negacionismo de ideas, conceptos, verdades, hechos y evidencias, así como de personas tienen un efecto perverso y regresivo sobre la educación a escala global. Se deja a la educación desprovista de marcos de referencia claros y sólidos sobre cuáles bases sustentar la formación de las nuevas generaciones. Poco importa los futuros de las y los alumnos en aras del objetivo “superior” de alinear la formación a visiones autoconstruidas de la realidad que desprecian las evidencias.

Parecería ser que todo planteamiento educativo, del orden que sea, está bajo sospecha, es descalificado y se le imputan intereses “oscuros” y “foráneos” que atentan contra las “tradiciones e intereses nacionales”. Las certezas en torno a la existencia de hechos objetivos, entendidos como evolventes y dinámicos, son rechazadas en aras de imponer fundamentalismos e ideologismos permeados por la intolerancia hacia los otros, y el desconocimiento de toda noción de verdad.

Uno de los efectos más notorios de una educación crispada y confundida yace en que algunas de sus principales ideas fuerza están severamente cuestionadas. No es cuestión de visualizarlas como verdades a tapa cerrada, inmutables y congeladas en el tiempo, sino de reconocer su significación como norte de referencia de una educación que cementa bienestar, progreso y desarrollo individual y colectivo, espiritual y material. La historia de la educación es bien ilustrativa de la relevancia de las ideas fuerza en mejorar la calidad de vida y de pensamiento de la gente.

A la luz de lo que está sucediendo con los primeros, acelerados e intempestivos pasos de la Administración Trump, de literalmente borrar de un plumazo toda referencia y acción vinculada a diversidad, equidad e inclusión (comúnmente conocido como DEI por sus siglas en inglés), nos parece necesario profundizar en torno a las ideas fuerza en educación. En gran medida lo que está en juego es el rol de la educación como forjador de imaginarios progresistas o de progreso de la sociedad.

Concretamente, el Departamento de Educación de Estados Unidos acaba de suspender toda iniciativa DEI, que se califican genéricamente como dañinas. Según se asevera, esta acción constituye una primera etapa en orden a priorizar el aprendizaje con sentido despojado de toda ideología divisiva en las escuelas. Se remueven o archivan cientos de documentos de referencia, informes y recursos de formación que incluyen la mención a DEI (https://www.ed.gov/about/news/press-release/us-department-of-education-takes-action-eliminate-dei ). Parece claro que el objetivo último estriba en que las generaciones futuras no sean formadas en valores, principios y acciones enmarcados en las nociones de diversidad, equidad e inclusión. Veamos algunas de las consecuencias de un enfoque de tinte prohibicionista.

En primer lugar, se entiende que la tríada diversidad – equidad – inclusión ideologiza y divide, así como saca el foco de lo que se considera como esencial en la educación. No se menciona explícitamente qué se entiende por esencial. Asumiendo que los aprendizajes esenciales sean las alfabetizaciones fundacionales vinculadas a la lecto-escritura y a la matemática, cabría preguntarse si se puede efectivamente formar en dichas alfabetizaciones sin el apoyo de la tríada.

Dejar de lado la tríada implicaría negar: (i) la diversidad inherente a cada ser humano; (ii) la necesidad de compensar desigualdades de origen cultural, social y étnico de los alumnos, entre otras fundamentales; y (iii)la inclusión como respuesta a la diversidad de motivaciones y capacidades de las personas. Se trataría de educar sobre una concepción ficticia de la sociedad presuponiendo que todos los humanos somos iguales en perfiles, orígenes, necesidades y expectativas.

En segundo lugar, parecería ser que se confunden por así decirlo los tantos en educación. Una cosa es criticar una visión dogmática de la tríada que llevaría a una educación de personas arropadas en una diversidad tribal o de identidades cerradas en sí mismas, así como de acusada dependencia de las transferencias y las compensaciones sociales. O que incluir implica separar a las y los alumnos en trayectos educativos segmentados. Distinto totalmente de entender que una educación pertinente de calidad implica hurgar en la profundidad de cada alumno como un ser especial que requiere de apoyos variados y personalizados de soportes de su trayectoria educativa. Asimismo, la equidad implica tener en cuenta los desiguales puntos de partida de las y los alumnos mientras que la inclusión está asociada a apuntalar sus potenciales de excelencia, que es relativo a sus intereses y capacidades, en ambientes colectivos de aprendizaje.

En tercer lugar, la desconsideración de la tríada puede tener múltiples efectos regresivos. Por un lado, que los diferenciales de capital cultural y social de las familias o bien contrarresten o bien agudicen la ausencia de políticas públicas orientadas a lograr sociedades más inclusivas y equitativas. Presumiblemente aumentarán las brechas de aprendizaje, así como la desafiliación del sistema educativo – lo que se conoce como deserción o más bien y preferiblemente como expulsión. Por otro lado, los educadores se encontrarán desprovistos de marcos de referencia, instrumentos y recursos, así como de responsabilidades, que les permitan plasmar una educación personalizada que tome en consideración la constelación de circunstancias y contextos de cada uno de los alumnos.

En cuarto lugar, preocupa que los enfoques prohibicionistas se expandan en la educación alimentada por la crispación entre bandos ideologizados. No se buscan los puntos medios y de consenso en el abordaje de temas que resultan controversiales y abiertos a diversidad de perspectivas. Según señala Brooke Schultz, periodista de la revista EducationWeek - organización estadounidense de noticias independiente que cubre la educación inicial, primaria y media, una reciente orden ejecutiva firmada por el presidente Donald Trump identifica las así denominadas ideología de la equidad discriminatoria e ideología de género como ejemplos de adoctrinamiento en las escuelas (Schultz, 2025).

Por un lado, la orden ejecutiva arguye que la equidad es una ideología que privilegia a las personas según sus pertenencias a grupos vulnerables o que se quieren favorecer, y que no considera sus voluntades, méritos y capacidades. Se trata de una visión distorsionada de la equidad prejuzgar que el hecho que la política pública busque mitigar desigualdades de origen social y cultural implicaría desconocer a cada alumno como persona y la constelación de factores asociados a sus intereses, esfuerzos y desempeños. Justamente reconocer a cada persona implica tener en cuenta la diversidad individual, social, cultural y afiliatoria que singulariza a cada una de ellas que es, asimismo, un ingrediente clave de los procesos de enseñanza, aprendizaje y evaluación.

Por otro lado, la orden ejecutiva afirma que la ideología de género reemplaza la categoría biológica del sexo y pone el foco en la autoevaluación de la identidad de género. Se cae en una grosera caricaturización al considerar que toda referencia a género implica ipso facto su ideologización y la negación de la biología. Más bien los enfoques de género ponen el foco en la intersección evolvente entre factores biológicos, sociales, culturales e identitarios. Dichos enfoques son condición sine qua non para entender la profundidad de la identidad de las personas y facilitar que éstas puedan asumirla y desarrollarla en un clima de comprensión, respeto y apoyo de las definiciones que cada una de ellas realiza.

Las visiones que ponen la mirada en el género desde el reconocimiento de la diversidad humana individual se complementan con otras que reconocen la naturaleza biológica del sexo y sus impactos sobre las propias construcciones de género. De hecho, la alfabetización biológica contribuye a entender mejor las interacciones entre cuerpo, cerebro, mente y espíritu, como ya decía el filósofo holandés Baruch Spinoza (citado por el economista francés Daniel Cohen, 2022), quien argumentaba sobre la relación inseparable entre cuerpo y espíritu. La biología es un pilar insoslayable de la formación en enfoques de género que no debiera ser menospreciado o dejado de lado.

En quinto y último lugar, la tríada diversidad – equidad – inclusión cementa democracia, convivencia y cohesión. Ya sabemos que sociedades altamente segmentadas y desiguales son un caldo de cultivo de los populismos iliberales, así como del desapego de la democracia y los derechos humanos. Asimismo, la convivencia se daña cuando no hay reconocimiento a las diferentes y a las diferencias o cuando los orígenes de las personas no importan para la política pública. También la cohesión se fisura cuando se quiere imponer una forma de entender la sociedad como la única válida, y todo disenso es calificado como atentatorio contra el estilo de vida preconizado basados muchas veces en criterios supremacistas de cultura, raza u otro aspecto.

En resumidas cuentas, se viven tiempos desafiantes y preocupantes en educación marcados por una creciente influencia de los enfoques que cancelan, prohíben o niegan personas, ciudadanos y comunidades, así como ideas, enfoques, verdades, realidades y hechos. Toda pasaría a ser peligrosamente construido a partir de narrativas intolerantes generadas al interior de cada una de las “tribus”. Un mundo de autoimpuestas “realidades paralelas” sin apego a la verdad, nos deja con un manto de dudas sobre para qué y en qué formar a las nuevas generaciones para cementar futuros convocantes, prometedores y mejores.

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