La crispación parecer ser una nota dominante de nuestros tiempos que, en gran medida, se refleja e irradia en las confrontaciones entre dos fuerzas que entran en fuerte colisión. Por un lado, la creciente penetración de los populismos antiliberales de derecha e izquierda, y de dudosa adscripción y raigambre democráticas. Como arguye el filósofo surcoreano, Byung-Chul Han, en su reciente libro “El espíritu de la esperanza” (2024), los populismos de derecha, “atizan el odio” y “acarrean pérdida de solidaridad, de cordialidad y de empatía”. Por otro lado, el apego insistente y hasta diría mesiánico, a los fundamentalismos de mercado, así como a la falsa y peligrosa creencia que la sociedad sólo existe como la sumatoria de intereses individuales en competencia. Lamentablemente ambos tipos de posturas ocupan crecientemente las agendas políticas y de las políticas públicas.
Las alternativas a estos planteamientos parecerían catalogarse como timoratos y sin definiciones o compromisos claros sobre de qué lado de la “historia” se está. En particular, las perspectivas social demócratas son destinatarios “privilegiados” de críticas injustas y vilipendiosas que derivan, en buena medida, de la combinación tóxica de los ideologismos de bandos opuestos, y de visiones maniqueístas, líquidas y descafeinadas de la sociedad y de su devenir.
La social democracia, en su acepción plural que da cuenta de diversidad de enfoques, se sustenta en una visión componedora, inclusiva y liberal de una sociedad de cercanías, de puentes y de espacios comunes entre multiplicidad de personas, grupos e instituciones, y animada por igualar efectivamente en oportunidades individuales y colectivas cualquieras sean los contextos y las circunstancias de vida de cada persona. Se trata más bien de una serie de ideas fuerzas, que lejos de caer en los ideologismos o en los dogmatismos o en los exclusivismos, buscan contribuir a que las sociedades avancen en libertad e igualdad como aspectos inextricablemente vinculantes, y en justa y necesaria interdependencia.
Estas ideas fuerza serían: (i) pactos o acuerdos educativos de amplia base y asentados en renovados modos de colaborar y construir colectivamente; (ii) una educación cosmopolita, humanista y componedora, respetuosa de los particularismos; (iii) la formación de seres libres, pensantes y solidarios como principal norte de referencia de la educación; (iv) potenciar el talento de cada alumno y alumna persona libre de todo impedimento del orden que sea; y (v) más y mejor estado que garantice el derecho a la educación en un sentido amplio.
En primer lugar, toda propuesta educativa tendría que sustentarse en acuerdos o pactos de largo aliento que comprometan a varias administraciones de gobierno en regímenes democráticos. Otrora los acuerdos de impronta social demócrata implicaban esencialmente a los gobiernos, a los partidos políticos y a las representaciones gremiales animados por la idea de la educación como palanca de integración social y cultural, de igualación de oportunidades y de movilidad social ascendente. Los propósitos de tales acuerdos o pactos mantienen vigencia, y a la vez, resulta necesario avanzar hacia nuevos formatos de escucha y de construcción colectiva. Los mismos podrían ser marcadamente intergeneracionales, de superación de los adulto centrismos, y de apreciación aguda de la diversidad de expectativas y necesidades de las nuevas generaciones como punto insoslayable de partida de la educación.
Asimismo, dichos pactos o acuerdos se asientan en jerarquizar los roles complementarios de la educación como política social, económica, cultural, ciudadana, comunitaria y de familias. Esto implica la integración de redes de instituciones, espacios de formación y ofertas educativas, formales y no formales, públicos y privados, que contemplen diversidad de credos y afiliaciones, y pivoteados por un estado garante de oportunidades para todos los alumnos por igual sin discriminación, estigmatización o excusa alguna.
En segundo lugar, es necesario ahondar en una educación de impronta cosmopolita, humanista y componedora, que visualice a los particularismos de identidades, culturas, credos y afiliaciones, como expresiones saludables y enriquecedoras de una sociedad diversa e inclusiva. No se trata de contraponer universalismo y particularismo, sino de reconocer, argumentar y evidenciar que, sin referencias y espacios comunes, vinculantes para todos, no existen garantías ni oportunidades para que se expresen y se resguarden los particularismos.
Asimismo, se trata de argumentar y evidenciar que los valores, entre otros, de libertad e igualdad, inclusión y cohesión, equidad y excelencia, desarrollo y sostenibilidad, cooperación y solidaridad, no se contraponen ni se negocian, sino son complementos necesarios y vinculantes en la formación de la persona y en forjar ciudadanía democrática.
En tercer lugar, la finalidad última de la educación yace en contribuir a formar seres libres, pensantes y solidarios desde la educación de infancia en adelante. Se trata de que cada alumna y alumno pueda tener las oportunidades, y que sea estimulado, para desarrollar su espíritu crítico y pensamiento autónomo, interpelante, creativo, socialmente comprometido y propositivo. Que el mismo pueda tener acceso al conocimiento, en su amplitud y pluralidad, y pueda ser amparado en su inalienable derecho a tener y compartir opiniones propias y con base en verdades, que, si bien son evolventes y disputadas, existen por si mismas.
Asimismo, el alumno tiene que poder ejercer su libertad, sin cortapisas, para imaginar, idear y plasmar futuros mejores, alternativos a los estilos de vida insostenibles predominantes en la actualidad, y que comprometen su bienestar y desarrollo en el corto, mediano y largo plazo.
En cuarto lugar, se trata de remover todo tipo de obstáculo que impide a los alumnos ejercer su libertad, así como potenciar su talento que es siempre relativo a sus motivaciones, aspiraciones y capacidades. Por un lado, es cuestión de invertir en apoyar cultural y socialmente a los más vulnerables para igualar en oportunidades, y para que cada uno desarrolle su potencial a partir de su involucramiento, esfuerzo y responsabilidad. Por otro lado, se trata de valorizar la singularidad de cada persona como el sostén de una efectiva inclusión social y educativa, y que no reduce la consideración de la persona a su categorización o rotulación.
Llegar a la persona alumno libre de todo impedimento cultural y social, y, asimismo, desterrando prácticas educativas regresivas que expulsan a los más y no tan vulnerables del sistema educativo, y apreciando su potencialidad, permitiría avanzar en una educación más democrática y justa en oportunidades. La razón de ser y hacer de todo sistema educativo yace en apuntalar y coadyuvar a que se pueda concretizar el potencial de aprendizaje de cada alumna o alumno, removiendo todo aquello que, desde sus praxis, no lo hacen posible.
En quinto lugar, se requiere indefectiblemente de más y mejor estado bien direccionado que garantice el derecho a la educación en una acepción amplia – que implica el derecho a aprender, al conocimiento, a la información y a la conectividad gratuita en educación - y que convoque a diversidad de actores e instituciones para su ideación, gestión y concreción animados por un espíritu inclusivo y componedor. No se trata de ahondar en las fricciones suma cero entre visiones estado céntricas y privatistas de la educación, o en una educación de corporaciones o de intereses creados, sino de avanzar hacia la conformación de un genuino sistema educativo que convoque e integre iniciativas y desarrollos de diversidad de actores e instituciones para que el estado sea efectivamente garante de oportunidades relevantes de aprendizaje para todas las alumnas y todos los alumnos por igual.
En tal sentido, resulta clave aumentar significativamente el gasto y la inversión en educación, así como mejorar su calidad, orientada al logro de una agenda programática potente e integral. Dicha agenda podría incluir el apuntalamiento de los aprendizajes fundacionales – lenguas, matemáticas, ciencias y humanidades -, la formación ciudadana democrática intergeneracional, las simbiosis entre las competencias socioemocionales y cognitivas, y una educación socio comunitaria con foco en los sectores vulnerables.
Alineada a una prédica internacional, liderada por Naciones Unidas, en orden a mejorar significativamente la dotación de recursos educativos (Naciones Unidas, 2022), es necesario plantearse un esfuerzo país que implique progresar hacia una inversión y un gasto en educación, en el entorno del 6% del PBI y que no siga una lógica de asignar recursos a las “bolsas” de las instituciones.
En síntesis, improntas social demócratas, abiertas y dialoguistas, que entrelazan y tejen puentes hacia otras sensibilidades, pueden contribuir a plasmar una agenda de transformaciones educativas que hermane libertad e igualdad a la luz de cementar sociedades democráticas y de avanzada social.