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13 de mayo 2025 - 5:00hs

Cuando algo funciona, no hay vuelta: funciona. Y los Bla Bla & Cía se dieron cuenta desde hace un tiempo que lo que ellos hacen sobre un escenario conecta, llega hasta los espectadores que agotan funciones y contagia la risa de boca en boca. O sea: se dieron cuenta de que ellos funcionan.

La compañía teatral argentina lo comprobó una vez más en Montevideo el pasado viernes 9 y sábado 10 de mayo, cuando agotaron dos funciones de su última obra en el Teatro Stella. Con el entusiasmo que generaron, y con el entusiasmo con el que ellos se fueron, ya lo confirmaron: volverán con Modelo vivo muerto en noviembre.

Así se llama la obra que mostraron en la capital uruguaya, en la que presentan una historia peculiar: durante el examen de fin de curso de una prestigiosa academia de arte, un modelo vivo es encontrado misteriosamente sin vida. Al descubrir que se trata de un crimen, el personal de la institución lleva adelante una investigación con técnicas poco ortodoxas, lo que dispara la comedia.

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Manu Fanego, Sebastián Furman, Pablo Fusco, Julián Lucero, Tincho Lups y Carola Oyarbide son los que se suben al escenario cada noche para continuar una línea que, según ellos, se inscribe en el espíritu de íconos del humor como Cha Cha Cha o Les Luthiers, y es Furman, justamente, quien habló con El Observador desde Argentina, donde analizó el éxito de este grupo creado en 2010.

¿Cómo los recibió el público uruguayo? ¿Hay alguna diferencia con el público argentino o es muy parecido?

Fue bastante parecido. Yo había estado dos veces con La canción sin fin, el show sobre Charly García, y antes me habían dicho que el uruguayo era un público un poquito más frío, más exigente, no tan efusivo, que había que ganárselo. Y la verdad que ahora con estas funciones no lo sentimos. Es una obra que arranca con un tono ambiguo, por lo que la gente que no nos conoce por ahí no sabe qué está viendo, nos ve intentando actuar mal, o más o menos, sin subrayar tanto desde el clown o desde la cosa física y absurda. Al principio por lo general la gente tarda en entrar en el código, pero no lo sentí distinto a otras funciones. Te diría que fue hasta más efusivo que la gente de Argentina, porque el aplauso final fue brutal. Pasaron cosas que no pasan nunca, como que a un personaje lo arengaban. Fuimos muy bien recibidos.

Bla bla

El grupo se formó en 2010, ¿qué fue lo que los unió en aquel momento?

Seba Godoy, que era un integrante original que ahora no está, organizaba varietés sin palabras que se llamaba Shh Shh Varieté. Después le ofrecieron otro espacio y las pasó a hacer con Pablo (Fusco) y Tincho (Lups), que son dos integrantes de los Bla Bla. Ahí plantearon hacer un espectáculo donde sí se hable, y por eso lo de Bla Bla. Como les faltaba gente, porque de a tres no lo podían hacer, invitaron a Julián (Lucero) y a Manu (Fanego), que los conocían de otros espacios, con la idea de que todos los meses rotaran los invitados. En simultáneo yo estaba haciendo con Tincho Lups un espectáculo y me invitó. Los vi actuar, creo que fue la segunda función que hicieron, y me volaron la cabeza. Ellos me habían visto tocar y me dijeron para sumarme con el piano. Así que empezamos unidos por la circunstancia. Pasó algo medio mágico y seguimos un mes más, luego un mes más y ahora vamos 15 años. Lo que nos unió primero es una voluntad de hacernos reír entre nosotros, un humor compartido que tiene que ver con una escuela de Cha Cha Cha, de Monty Python, del absurdo, de Les Luthiers también, de cierta técnica. Todos somos muy técnicos, disfrutamos mucho de cada uno desde su lado, porque somos bastante distintos.

Por ejemplo, ahí entra la música de tu parte.

Sí. Pero somos todos un poco músicos. Yo soy compositor, estuve en un conservatorio, pero la verdad es que Manu, por ejemplo, toca muchísimo hace muchos años, Tincho también toca. A Juli lo entrenamos y ahora toca un montón. Y a mí me hicieron actuar. Yo soy una persona bastante desinhibida y payasa, y también admirador de todo este humor que mencionaba, la escuela absurda, los 90.

Eso de las herramientas que trae cada uno al grupo es algo que está también en la obra. Cada uno aporta en su rubro y al mismo tiempo le termina sumando a su caja las herramientas del resto.

Eso es muy lindo porque tenemos de todo, viste. Manu, es profesor de yoga, hizo teatro, estudió en el conservatorio, no lo terminó, pero bueno, también viene de una casa, de tradición teatral (es hijo del actor Daniel Fanego). Juli estudió letras y es escritor, guionista y tiene un par de películas dirigidas. Tincho es médico chino y sabe todo lo que es medicina china y Tai Chi, nos hizo entrenar un montón de cosas del cuerpo, la commedia dell’arte. Pablo lo mismo. Somos todos docentes, todos tenemos un poco esa voluntad, el instinto de enseñar, de transmitir, de compartir.

Más allá de todo el tiempo que llevan juntos ya, de todos los espectáculos que han hecho, y que lógicamente al subirse a un escenario el objetivo también pasa por lo que generan en el público, ¿para ustedes al momento de arrancar la obra cada noche el objetivo es todavía seguirse haciendo reír entre ustedes?

Sin duda. Todo lo que pasa en el escenario se ve afuera. Se transmite. Es transparente, aunque sepas o no de comedia, de música, de lo que sea, uno percibe, se ve todo. Nuestro primer objetivo es divertirnos entre nosotros, hacer reír al compañero es lo mejor que nos puede pasar, porque además somos espectadores exigentes a nivel comedia, porque trabajamos con eso permanentemente.

Bla bla

Es la primera vez que hacen una obra clásica, en tres actos. ¿Cómo fue dar ese paso después de varios años trabajando en un formato de sketches?

Fue muy divertido. Esto empezó como un corto que empezamos a pelotear en pandemia, donde un modelo vivo muere en una escuela de arte y empieza una especie de investigación policial, un whodunnit. Escribimos un guion, yo había dibujado los storyboards de la introducción, la música la tenía ya desde ese momento, pero quedó encajonado. No se pudo realizar en la pandemia y quedó ahí. Cuando nos ofrecieron hacer un espectáculo nuevo, después de un parate largo de dos años y pico sin actuar, agarramos este guion de cortometraje, lo leímos entre todos, nos gustó y vimos que podíamos avanzar, porque la estructura estaba armada: el asesinato, la investigación y la conclusión final, o algo que se parece a una conclusión. Pasamos de un corto de 20 a 25 minutos, a una obra de una hora y media. Obviamente tiene un código más teatral y cosas no tan de la cámara, no tan cinematográficas, más bien del teatro.

¿Hubo un desafío de no caer en que la obra fuera una suma de sketches, incluso por la forma en la que venían trabajando desde antes?

Totalmente. Igual, al estar la estructura era difícil, porque nuestros sketches de antes tenían un hilo conductor y una conexión, pero la estructura era medio delirante, saltaba de un sketch a otro. En este caso, era más difícil porque teníamos toda una situación plantada. No podés irte del tiempo, no podés alterar mucho la temporalidad, tampoco el escenario donde sucede. La estructura te obliga a ceñirte dentro de esos márgenes, pero fue interesante trabajar así. Hay un compositor que me gusta mucho, Prokófiev, que fue cuestionado porque en el siglo XX usó formas para componer que tenían que ver con lo que se hacía 200 años atrás: la sonata, el concierto, la sinfonía. Le preguntaban por qué y él decía que encontraba libertad en esos márgenes, en una contención formal que da límites dentro de los cuales podía ser totalmente libre.

Bla bla

Y en tu caso, con la música como herramienta, ¿cómo es la experiencia de hacer humor? ¿Qué te permite? ¿Qué límites tenés?

Creo que mi música siempre tiene un condimento de humor porque yo soy así. Tengo la escuela de Leo Maslía, de Les Luthiers. De todas formas, muchas veces lo que sucede es que por contraste hace reír. Con la música podés generar algo muy realmente tenso, dramático, oscuro. Ahí hay un contraste que es divertido, ese delirio. Es difícil de explicar, pero una vez (el humorista) Adrián Lakerman me dijo, “boludo, vos haces chistes con sonidos”, y yo no me había dado cuenta, pero sí. En realidad es como una especie de combo donde empiezo a meter caprichosamente lo que se me viene a la cabeza. Algunas cosas son improvisadas, otras no, y se genera un collage medio absurdo y vertiginoso que genera risa.

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