26 de diciembre 2025 - 12:40hs

La noche de Año Nuevo en España se vive con un ritual gastronómico único.

Al compás de las doce campanadas se comen doce uvas, una por cada mes del año entrante, con la esperanza de garantizar buena suerte.

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Esta tradición, activa la tensión de la cuenta atrás, anuncia la explosión de las uvas en la boca y hasta la amenaza de algún que otro atraganton.

La tradición, ineludible para cualquiera que esa noche esté en este país, tiene orígenes curiosos: comenzó en Madrid como un mix que mezclaba venganza, rebeldía y burla.

Resulta que en 1882, el alcalde madrileño de entonces, José Abascal prohibió las fiestas callejeras de Reyes.

El motivo eran el ruido y desorden que producían las celebraciones populares en la Puerta del Sol y otras calles céntricas de Madrid en la víspera de Reyes, la celebración más importante del año. Se producían grandes aglomeraciones, lo que generaba problemas de orden público y molestias a los residentes del centro.

La medida formaba parte de un plan municipal para regular y controlar el uso del espacio público.

El tema es que si bien la razón oficial era el orden, la prohibición afectaba a las celebraciones espontáneas y ruidosas de las clases bajas, mientras que permitía las fiestas privadas y más "ordenadas" de la burguesía en sus domicilios o círculos privados.

De hecho, la aristocracia madrileña, imitando las costumbres francesas, celebraban fastuosas fiestas de Nochevieja donde se servían uvas y champán como un lujo reservado para su clase.

Lo que sucedió luego es lo que suele pasar cuando se ignoran o lesionan los sentimientos y pasiones de la mayoría. Las masas madrileñas no tardaron en buscar el atajo, y adelantaron la fiesta para el 31 de diciembre.

Pero no se quedaron solo con eso, buscaron algo simbólico que representara un mensaje irónico a la restricción: tomar 12 uvas frente al Reloj de la Puerta del Sol. Era la manera de burlarse de esa clase que podía seguir celebrando sin ningún tipo de prohibición.

La costumbre tuvo una aceptación inmediata y se instaló definitivamente.

Para 1897 los fruteros ya vendían "uvas de la suerte" y, años después, en 1909, un excedente extraordinario de cosecha en Alicante y Murcia, y la necesidad de ubicar la producción, fue el catalizador perfecto para popularizar la costumbre en toda España.

Así, una medida impopular, sumado al ingenio de un grupo alimentado por la rebeldía, más una estrategia comercial, instaló in eternum nuestro brindis de medianoche.

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Sin semillas, para no morir en el intento.

Las raíces de este rito se entretejen entre historia y leyenda.

Cada uva representa un deseo o propósito para cada mes próximo, de modo que comerse las doce sin atragantarse garantizaba prosperidad.

Con el paso del tiempo, la superstición evolucionó, pero el mensaje sigue siendo feliz: un fin de año dulce augura un inicio de año venturoso. No son pocos los que advierten de los riesgos de comerlas tan rápido y de ahí el auge de las variedades sin pepita.

Digámoslo, es casi inevitable no atorarse o perder la cuenta. El auge de este ritual llevó a que se han tenido que importar uvas sin semillas para que nadie se resista a este desafío. ¡A ver si nos damos cuenta de la importancia de esta variedad!.

En efecto, las “uvas sin pepita” son hoy la mayoría de las ventas, una tendencia que comenzó hace décadas en California, y que se ha trasladado a Levante: productores de Murcia y Alicante han dejado en sus campos cada vez más uvas sin hueso, cómodas para zamparse en 12 segundos y no morir en el intento!.

La uva de Navidad también tiene su denominación de origen.

Como está visto, nada de esto sería posible sin las vides.

La provincia de Alicante, especialmente el valle del Vinalopó, se ha convertido en emblema de las uvas de Nochevieja. En ese lugar se cultiva la preciada Uva de Mesa Embolsada del Vinalopó con Denominación de Origen.

Empacadas en bolsas de papel, cada racimo madura protegido durante más de 60 días, dando uvas jugosas y dulces. Hoy ese valle aporta nada menos que dos de cada tres uvas que llegan a las mesas españolas a fin de año.

Además, cada campaña navideña el mercado central de Madrid (Mercamadrid) registra cifras de escándalo: ¡más de cuatro millones de kilos distribuidos entre productores nacionales e importaciones!

Paradójicamente, el 80% proviene de Perú, un 15% de Sudáfrica, mientras la uva Aledolocal va perdiendo cuota: antes el 95% de las frutas navideñas eran Aledo y ahora ronda el 60 al 70% debido al empuje y practicidad de las variedades sin semilla.

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Uvas de verdad, y de las otras.

Hoy podemos encontrar la clásica docena de uvas frescas empaquetadas en el super, hasta versiones en formato golosina, pero también preparaciones originales, caseras o comerciales.

Hay cocineros que las integran en salsas agridulces para carnes, o repostería que las dora con azúcar.

A su vez, la presión por hacerlas seguras y sencillas ha generado productos “inspirados” en la tradición: aparte de las uvas sin pepita, han proliferado las uvas de gominola.

La invención más llamativa llegó desde Salamanca: en la Plaza Mayor de la ciudad vieja se celebra una “Nochevieja universitaria” el día 30 de diciembre, donde miles de jóvenes adelantan las campanadas masticando doce gominolas, en vez de uvas de verdad!.

Esta fiesta tan reciente ( idea de unos estudiantes en 1999) ya reúne cerca de 20.000 personas, y hasta se reserva entrada gratuita con paquetito incluido.

La idea ha generado opinión dividida: unos aplauden la originalidad dulce, otros la ven sacrílega.

En cualquier caso, ilustra cómo la tradición sirve de excusa a productos “hermanos” que despiertan debate y no están faltos de polémica. Florecen los tuneos frutícolas más variados, desde las uvas cubiertas de chocolate, hasta las fritas con queso!

Está claro, el 31 a la noche, todos con nuestras 12 uvas.

Lo que nadie duda, ni discute, es que las 12 uvas en Nochevieja son ya una tradición cultural inconfundible.

Rebosantes de simbolismo, historia y superstición, han cruzado generaciones. Al sentarnos cada año con la docena en la mano, chequeamos que todos los presentes tengan las suyas.

Luego vendrá la inevitable confusión de cuando se come cada una y casi siempre, el ritmo y la cadencia se irá perdiendo más allá de las sexta o séptima. ¡Por qué es tan difícil!!!.

Con semillas o sin ellas, de paquete, lata o gominola, lo importante será la cuenta atrás, qué sabemos que siempre termina con un sabor dulce que explota en la boca y anida muchas ilusiones por soñar.

Es la fiesta popular masiva más breve del año, la que antecede al primer brindis del año.

Ya llega el 2026, ¡vamos a por él!.

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