Sífilis es una palabra que, a esta altura del siglo XXI, era esperable que no formara parte del diccionario médico en Uruguay. Porque esta enfermedad infecciosa que causa una bacteria archiconocida estaba por erradicarse. Al menos esa era la apuesta del país. Pero en menos de cinco años se duplicaron los casos en embarazadas —y por decantación aumentaron en los bebés que sobreviven—, menos de un tercio de las parejas sexuales son tratadas y la “epidemia silenciosa” avanza a un ritmo que “preocupa” a las autoridades sanitarias.
La punta del iceberg —como le llaman los médicos— quedó al descubierto en el hospital Pereira Rossell. Cada vez más embarazadas empezaron a dar positivo en la prueba VDRL, un sencillo análisis de sangre que busca la existencia de anticuerpos producidos en respuesta a la bacteria. Las ecografías de las infectadas señalaron un incremento del sufrimiento fetal. Y en muchos de los recién nacidos que iban sobreviviendo, y que desarrollaban síntomas, los neonatólogos diagnosticaron alteraciones de las plaquetas, sangrado intracerebral y otras complicaciones.
Las estadísticas luego confirmaron esa casuística. Las auditorías del Ministerio de Salud Pública mostraron un quiebre a partir de 2017. Y los test positivos de VDRL dieron cuenta de un “significativo aumento”, sobre todo a partir de la pandemia de covid-19.
Ahora los datos preliminares del Sistema Informático Perinatal, a los que tuvo acceso El Observador, evidencian la profundización de esta “epidemia silenciosa”. En el 4,1% de las embarazadas durante el último año (al menos 1.120), la prueba de diagnóstico de sífilis dio positivo. Hace cinco años habían sido menos de la mitad (1,8%, al menos 648 embarazadas).
Eso significa que la bacteria —cuyo reservorio es el propio ser humano y puede combatirse con un tratamiento tan “popular y económico” como la penicilina— está circulando también entre las parejas sexuales de esas gestantes (porque la principal vía de transmisión es la sexual), y, a través del cordón umbilical, está pasando a los hijos.
La cátedra de Neonatología fue a revisar por qué la infección estaba pasando a los bebés. Entonces descubrió que en la mitad de los recién nacidos con sífilis congénita a partir de la pandemia, sus madres no habían sido correctamente tratadas durante el embarazo. Y de aquellas que fueron tratadas, más de la mitad se reinfectó en el mismo embarazo.
¿Qué significa? El sistema sanitario no está logrando cortar la transmisión. La pareja “estable” de la madre también tenía la infección y no fue tratado, o la madre había estado con otras parejas sexuales que volvieron a infectarla.
Y entonces la enfermedad que debía erradicarse empezó a mostrar su peor cara: el reflejo de la inequidad social. El trabajo de Neonatología lo dice claro: “El aumento en la sífilis congénita se da a expensas del aumento en el subsector público”.
La cantidad de bebés con sífilis congénita ya era más de siete veces mayor en los prestadores públicos que privados al comienzo de la pandemia. Y la brecha siguió agrandándose.
“Es una situación extremadamente crítica y que da cuenta que los sectores más vulnerables de la población vieron restringidos sus derechos sexuales y reproductivos”, había dicho a El Observador el hoy subsecretario de Salud Pública, Leonel Briozzo. Sucede que “como toda enfermedad de transmisión sexual, la base de combate es la educación, la promoción de derechos, el acceso a métodos anticonceptivos de barrera, la posibilidad de negociar con las parejas el uso de condón y la adhesión a los tratamientos de curación”.
El Ministerio de Salud se propuso cortar con esta epidemia como una de las prioridades de la nueva administración. Por eso la infectóloga Susana Cabrera, profesora agregada de Enfermedades Infecciosas, liderará una estrategia que, entre otros factores, implica el control de las parejas sexuales y no solo caerle con la responsabilidad a las gestantes.
Cabrera había dicho que en el último tiempo ha atendido a "muchísimos varones heterosexuales y homosexuales con sífilis”. Y una de las hipótesis que maneja es que, sobre todo en poblaciones de riesgo, se está dejando de usar el condón.
La sospecha —porque en Uruguay no hay nuevas mediciones y longitudinales que permitan llevarle el pulso al uso de los anticonceptivos— está fundamentada en que también están aumentado otras enfermedades de transmisión sexual como la gonorrea. Y que en las encuestas sobre uso de métodos de protección, solo la mitad de los adultos dicen haber usado medida de protección en su última relación sexual.
Valeria Ramos, del Fondo de Población de Naciones Unidas en Uruguay, coincide con esa hipótesis. Dice que se “ha dejado de hablar” de la prevención de las enfermedades de transmisión sexual, “como si después de covid-19 ya no pasara nada”. Y además advierte que el incremento de consumo de pornografía está cambiando algunas conductas, “en especial en la población joven que imita prácticas de riesgo”.
A la sífilis le dicen “la gran simuladora”. En una primera etapa suele causar una lesión indolora y que se cura sola en la zona por la que ingresó la bacteria. En el pene es más sencillo de ver, pero en los orificios (vagina, boca o ano) puede que pase desapercibido y el paciente no consulte. En una segunda etapa suele causar lesiones de distinto tipo en la piel, no necesariamente donde entró la bacteria. Y es allí donde se confunde con otras causas. En los casos más avanzados puede agravarse, ocasionar afectaciones del sistema nervioso, del corazón e incluso la muerte. Entre los recién nacidos con esta infección en el Pereira Rossell, por ejemplo, la quinta parte requirió internación y un tratamiento que, para un cuerpo tan pequeño, es muy invasivo.