Federico Guerra en la puerta de su casa en Cordón. <br>

Espectáculos y Cultura > ENTREVISTA A FEDERICO GUERRA

"El humor nace siempre de la desgracia"

El creador de Snorkel y Odio oírlos comer habló con El Observador sobre su teatro nocturno y rockero
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26 de junio de 2015 a las 05:00
Todo comenzó como un acto de rebeldía. Después de años en los que ni soñaba con dedicarse al teatro, Federico Guerra decidió anotarse en la Escuela del Actor. Un día tuvo que representar una tragedia griega, pero él se rebeló contra tanto acartonamiento y boicoteó su personaje el día de la muestra. "Se podría decir que lo aggiorné", dice con una forma de hablar que recuerda a la de algún personaje de Daniel Hendler. Qué fue lo que hizo no queda claro, pero fue suficiente para que el profesor quisiera que repitiera el año.

"Me calenté y me fui, pensando en la idea de escribir una obra. Tenía necesidad de decir algo", comenta Guerra en el living de la casa que comparte con su novia economista, mientras su caniche blanco gigante y su gato negro se acurrucan frente a la estufa. De ese impulso nació Snorkel, una excentricidad en la cartelera local, tanto por su temática y puesta, como por lograr mantenerse durante cinco años seguidos en los escenarios.

Hijo del actor Héctor Guido, actual director de Cultura de la Intendencia de Montevideo, Guerra lleva en la vida real el apellido de su padrastro, que fue quien lo crió. "Con él (Guido) empecé a vincularme de grande. Había terminado el liceo, pero estaba con un problema de drogas. Él me llamó para trabajar en Socio Espectacular y empecé", señala Guerra, de 30 años, quien en la actualidad compatibiliza su trabajo allí con el teatro.

Un joven al que lo abandona su novia y lo echan del trabajo, un par de policías corruptos, un drogadicto que se prostituye con un viejo, un talk show bizarro en el que se discute si la violencia es doméstica o domestica, son algunos de los segmentos que aparecen en Snorkel. La obra, que retrata con un fino humor negro un caleidoscopio de escenas, fue un boom cuando se estrenó en 2011 y le valió al autor el premio Florencio revelación como autor y director, y luego, el Morosoli.

Pero además de esta obra, Guerra escribió Odio oírlos comer, trabajo que además dirige por segundo año consecutivo en El Galpón y que cuenta con un elenco de grandes actores como Tabaré Rivero, Virginia Méndez, Adrián Prego y Fernando Amaral (quien también actúa en su ópera prima). Con esta obra, Guerra vuelve a realizar un gran trabajo, que mezcla marginalidad, estética pop y humor negro, pero apela en esta ocasión a una sensibilidad más madura y a una menor fragmentación.

Las obras de Guerra son puro rock and roll, algo que se comprueba en la gran concurrencia de público joven. "Cada escena tiene su canción. Me gusta mucho la música de las películas de Martin Scorsese y la de Los Soprano", sostiene el autor. En Snorkel también se trazan influencias de filmes como Trainspotting, Réquiem por un sueño y el cine de Quentin Tarantino.

"Me hubiera gustado ser músico", dice Guerra, quien, fiel a su rebeldía, no se siente cómodo con eso de ser un "actor marioneta" de un elenco estable y prefiere que sus obras se aproximen a la libertad de un show de rock.

¿Por qué cree que Snorkel ya lleva cinco años en cartel?

Creo que gusta porque es bien uruguaya y abarca un montón de temas. Si bien hay muchos dramaturgos, acá no se escribe de lo que pasa en Montevideo y creo que el teatro también se ha quedado en una temática de otras generaciones. Pero hacemos Snorkel no solo porque viene público sino porque nos divertimos, nos hicimos amigos y salimos siempre después de la función. Pasa con Snorkel que la gente la ve más de una vez. Me costó mucho después sacar la segunda hasta que dije: "Tengo que hacer algo nuevo porque si no, soy un chanta".

¿Por qué es tan difícil hablar de la realidad local?

A veces el teatro se regodea en un intelectualismo en el que pareciera que no es político hablar de las cosas que pasan a diario. Estamos tan globalizados que parece más difícil hablar de lo propio. Pero yo soy montevideano y salgo bastante de noche. Yo viví en Sayago toda la vida y algunas historias de marginalidad que aparecen en Snorkel surgen de ahí. Lo que pasa es que hoy no hay un enemigo al que revelarse que sea muy claro, como en la dictadura. Además me gustan muchos los diálogos cotidianos. Soy fanático de Seinfeld y en esta serie se ve que no tenés que mostrar la sociedad entera sino personas que hablando reflejan la sociedad.

¿Sus obras contra qué se rebelan?

Hablo mucho de mí y de mi entorno, de la cosa quedada y gris de Montevideo, de la falta de oportunidades. Son todos personajes que intentan salir a flote. Los sueños en Uruguay se derrumban fácilmente. Sos actor y olvidate de Hollywood, sos músico y va a ser muy difícil que vivas de la música. Todo está empapado de mediocridad. Hace cinco años que hago Snorkel y agota entradas, es algo excepcional. Y si con esta obra no hice plata, no voy a hacer nunca más en la vida.

Sus obras sorprenden porque se hace humor sobre un paralítico, una mujer con cáncer, un travesti. ¿Estamos en tiempos de lo políticamente correcto?

Totalmente. Acá estamos en un momento de susceptibilidad extrema. Yo quiero vivir en una sociedad en la que se puedan contar chistes de judíos o de negros sin que nadie se ofenda. En Snorkel, por ejemplo, me han dicho que se ridiculiza el cáncer, pero a mí se me murieron cuatro familiares de cáncer. El humor nace siempre de la desgracia. El chiste surge de que una persona se tropieza y se cae.

¿Por qué tardó tres años en llegar Odio oírlos comer?

Porque soy vago. Viste que dicen que no hay esperar la inspiración sino que hay que sentarse y darle. Yo no puedo hacer eso. Cuando se me cae alguna idea voy y escribo. Por eso mis obras tienen esa cosa fragmentaria.

¿Usted odia oírlos comer?

Yo soy medio neurótico y sí, yo odio oírlos comer realmente. Me lo tomo con humor porque por ahora no soy un viejo gruñón del todo. Me molesta horrible esa cosa de sentarse a comer los domingos, es algo muy impuesto, como un ritual medio caduco. Hay una ironía en eso de que estos personajes no quieren quedarse solos pero les cuesta socializar.

Su teatro es muy cinematográfico. ¿Pensó en hacer cine?

Trabajé en Tan frágil como un segundo y ahora estoy haciendo Los Modernos. Después me han llamado para algunas otras que no agarré. Me han llegado ofertas donde el personaje no está escrito y me dicen que es para hacer improvisación. Me parece poco serio. Todos los actores nos morimos por hacer cine porque hay muy poco y nos ponemos poco críticos a la hora de elegir los proyectos. Hay muy buenos realizadores, pero no muy buenos guionistas.

¿Qué espera para su carrera?

Siempre me dejé muy al azar, siento que no me esforcé demasiado. Espero que siga fluyendo. Mi deseo es poder hacer más obras que tengan impacto social. El humor negro me encanta y creo que lo tengo que explotar más, agarrar más profesionalismo. Debo sentarme y en la tercera obra hacer otro tipo de proceso. Pero estoy conforme. Bueno, en realidad nunca estoy conforme.

OBRAS

Ambas se desarrollan en el Teatro El Galpón y el precio de las localidades es de $ 280.

Snorkel. Sábados, hora 23.

Odio oírlos comer. Jueves, hora 23.

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