En la capital gastronómica de América Latina, comer tuétano, piel de papa o cortezas de cítricos se presenta hoy como una de las propuestas más arriesgadas de la alta
cocina peruana, que reta la curiosidad de sibaritas atraídos por una filosofía "antidespilfarro" promovida por el
chef Palmiro Ocampo.
Esta propuesta, conocida como "reciclaje culinario" y que Ocampo también denomina "cocina óptima" en su exclusivo restaurante limeño 1087, tiene como objetivo "hacer creación a partir del uso total del insumo", para que "tanto cocineros como comensales tomen conciencia del impacto que tiene la producción de
alimentos en el medioambiente".
Situado en el exclusivo distrito limeño de San Isidro, 1087 ha pasado en solo un año de ser un bistró con una carta limitada, a convertirse en un restaurante de autor con un menú de degustación de 11 pasos, al que su creador ha bautizado en quechua "Allin yuyaykuy Allin mikuy" ("Hecho para pensar, hecho para comer").
En este menú, las flores que no fueron utilizadas para los aperitivos de la barra del restaurante, y que en otros recintos serían desechadas, son utilizadas luego de pasar por un proceso de encurtido, y pasan a formar parte de la degustación inicial, a la que acompañan insumos poco utilizados en la cocina tradicional peruana como musgos o algas.
"No voy a negar que sentí miedo, y que pensé por qué van a querer comer esto teniendo todo a su disposición, pero fui honesto conmigo y yo siento que esta es la manera correcta de cocinar, pensando en la reducción del desperdicio, en tener el menor impacto posible", señaló el también embajador del World Wildlife Foundation (WWF) para Perú.
Para Ocampo, esta filosofía "antidesperdicio" es una oportunidad única para un país como Perú donde, según cálculos de la Sociedad Peruana de Gastronomía (Apega), al menos 15.000 jóvenes egresan cada año de las escuelas de cocina, y "son ellos los que pueden lograr un cambio desde la cocina a favor del planeta".
El cocinero confía, además, en que su propuesta logre un eco en otras industrias del país y que esto se traduzca en un impacto en la reducción de residuos que, según cifras del Banco Mundial al 2013, solo en la región ascendieron a 430.000 toneladas diarias.