Póngale vida a los años que es mejor”, canta Ricardo Arjona en la que tal vez sea su canción mas potable. La vida, sin embargo, no es una rocola a la cual se le pueden poner monedas para que siga tocando canciones esenciales, aquellas capaces de encantar a la ilusión de felicidad, mostrando atributos de serpiente que engaña antes de envenenar. Cómo, entonces, ponerle años a la vida, sobre todo en tiempos de crisis sanitaria, mental, espiritual, deportiva (el covid-19 ha puesto a varios clubes al borde la extinción), cuando el tiempo no parece pasar y las cosas que suceden obligan a pensar en vidas de calidad superior, antes o después de estar anclada en el presente. Al futuro solo se puede llegar imaginando; al pasado se llega recordando. Sin embargo, los viajes hacia el recuerdo no siempre están librados de turbulencia. En Sobre la utilidad y el perjuicio de la historia para la vida, Nietzsche refiere a lo importante que es olvidar para vivir de una manera superior. El recuerdo aleja de la felicidad. Por consiguiente, hay algo (que es bastante) de masoquista en quienes capitaneados por la memoria realizan viajes al pasado y recuerdan, ayudados antes por la imaginación que por otra cosa, tiempos en que la vida se sentía mejor, como bien casi todo el tiempo.
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