Gabriel Pereyra

Gabriel Pereyra

Zikitipiú > Educación

Al compañero Pablo de primer año le rompieron la jeta: todos al paro

Parece que los sindicatos miden con una disímil vara con los hechos violentos en los centros de estudio, donde los estudiantes son material de segunda categoría
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26 de marzo de 2015 a las 00:00

Cuando algún docente es agredido, como pasó esta semana, el gremio de maestros o profesores hace paro. Una maestra agredida, ya sea por una madre de un alumno en plena escuela o asaltada y/o amenazada por un delincuente o un violento en el entorno del centro de estudios, dispara inmediatamente un paro.

Un docente agredido es igual a un paro que sanciona a 80 mil estudiantes, solo en Montevideo. Nadie que ame la docencia -y a estar por los sueldos y las condiciones de trabajo que tienen los docentes deben tener al menos una dosis de cariño, aunque algunos se empeñen en disimularlo- puede considerar otra cosa que un día sin clases es una agresión a los niños, a la enseñanza misma, a la vocación y al respeto que se le debe inculcar a los alumnos sobre la asiduidad y la cultura de trabajo.

Pero dejemos por una vez las críticas tradicionales que surgen normal y lógicamente (aunque en la enseñanza se ha perdido la lógica) a lo reaccionarios que son los gremios docentes con estas vetustas y poco imaginativas medidas de lucha que solo afectan a los pibes más pobres del país. Y también admitamos que ningún trabajador debería soportar situaciones de violencia cuando acude a ganarse el pan honestamente.

Entonces, dejando de lado el conservadurismo gremial y la falta de consideración para ese personaje llamado alumno, cambiemos la mirada de cómo la violencia los involucra a todos en ese ámbito de la enseñanza pública.

Un matrimonio coloniense de la pequeña localidad de Estanzuela difundió hace tiempo una carta en la que responsabilizaba a la directora de la escuela de “maltrato psicológico” en perjuicio de dos de sus hijas. Una investigación mostró que la denuncia no tenía sustento. Pero, según los antecedentes, ¿qué cree usted que habría ocurrido apenas se conociera que esa denuncia en vez de tener como víctima a un alumno tenía a una docente?

Un grupo se padres se dirigió a la Anep para plantear un supuesto destrato de docentes contra sus hijos. No hubo ni un eco de medidas gremiales, porque el gremio defiende a los docentes, a los alumnos los defiende...

Hace semanas una educadora denunció por TV y con un video malos tratos a niños en un centro de educación inicial de la Unión, donde se veía a la responsable del establecimiento obligando a un niño a comer, forzándolo a abrir la boca y tapándosela luego con un pañuelo, cuando este lloraba por el maltrato. O sea, como la trompada de una madre a una maestra, como los hurtos a docentes fuera de la escuela, esto también era violencia, en otro estado y contra alguien más desamparado aún, que no cuenta ni con gremio propio ni con gremio ajeno. Mientras la violencia vinculada con centros de estudio no involucre a un docente, para los gremios de la enseñanza nada parece haber pasado. Sí, ya sé, estarán los que digan que se hicieron paros por las condiciones edilicias, que es defender al alumno, pero también es reivindicar las condiciones en que deben trabajar los docentes.

El discurso político sobre educación transita por la frontera de lo obvio precisamente porque lo obvio no ha sido la regla en la enseñanza pública: el centro del sistema educativo son los alumnos. Así lo expresaron fuerte y claro el presidente Tabaré Vázquez y el vicepresidente Raúl Sendic, quienes dijeron que iban a adoptar las medidas necesarias para que los niños no perdieran más clases por paros docentes.

Pero volvamos a lo de una nueva mirada, condescendiente y justificadora de los paros cuando se llega a situaciones de violencia. Aún así, se impone una pregunta: ¿los docentes solo recurren a esa medida radical cuando la violencia es contra ellos? Cuando la violencia fuera o dentro de los centros de estudio es contra los estudiantes, ¿adquiere otro carácter? Porque hasta ahora, la mayoría de las veces y salvo que el asunto sea en extremo grave, las clases siguen como si nada cuando a algún estudiante le rompen la cara en la esquina del liceo.

Incluso justificando el paro, esa medida agresiva, agresora y revictimizadora (además de inútil) que toman los gremios docentes rezuma corporativismo y falta de solidaridad. Los docentes nos cuidamos nosotros, los alumnos son otro cantar. ¿Por qué no extender los paros cuando, sin comerla ni beberla, un pibe se come una piña en una esquina, o le roban la mochila, o algún vago acosa a una chiquilina?

¿Por qué esta discriminación brutal? ¿Será que los docentes y sus gremios están primero, segundo y tercero y en cuarto lugar vienen los estudiantes? Si se parara siempre, sería igual de negativo, pero resultaría más justo.

Capaz que un día nos despertamos con la noticia de que los alumnos resolvieron un paro porque a uno de ellos alguien le dio una cachetada en la puerta del liceo o de la escuela, y antes de que todo se desfonde definitivamente asistimos a la delirante escena de ver a los gremios docentes protestando porque estos imberbes, que ni la tabla del 8 saben, les robaron el protagonismo en esto de tener la sartén por el mango para decidir cuándo en este país se cumple la Constitución, un librito que dice que la enseñanza es obligatoria.

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