El 31 de agosto, cuando el gobierno argentino logró la restructuración de la deuda externa, el presidente Alberto Fernández creyó que el país empezaba “a salir del laberinto en que estaba encerrado”. Pero desde entonces, solo hemos visto al mandatario argentino adentrarse más y más en un oscuro e inescrutable laberinto donde dos más dos son cinco, y cuya salida parece resultarle cada vez más imposible de encontrar.
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