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América Latina 2020 (I): ¿De la presión a la implosión?

El actual escenario presenta limitadas capacidades de evolución cualitativa de las economías regionales y sus sectores primarios y semi-secundarios
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06 de enero de 2020 a las 05:00

Detrás de los conflictos sociales y políticos más dramáticos, ocurridos a lo largo del continente durante el 2019, sin duda que el actual estado de las economías latinoamericanas es un factor determinante. Estas enfrentan similares problemas pero con matices, en cuanto a las políticas aplicadas en el tratamiento para lograr soluciones y eventuales progresos. Al observar en rigor a este conjunto de realidades, se puede identificar un tronco común, a su vez vinculado con otros procesos que se vienen dando a escala global.

La dolencia económica que afecta a Latinoamérica es multicausal. La más inmediata es el final de un ciclo virtuoso, basado en el súbito crecimiento de la explotación agropecuaria, minera y de cierta industria manufacturera. En el caso del complejo agro-minero, éste habría alcanzado su apogeo en el reciente “boom” de materias primas, propiciado en buena parte por el crecimiento económico chino y por el efecto especulativo de agentes financieros que buscaron su resguardo de tasas bajas y activos depreciados tras la crisis del 2007/2008. Tanto las causas y efectos de este fenómeno -engañosamente revestido como una bonanza- están hace rato en franca extinción,  dejando espacio para el regreso de la cruda realidad de precios reducidos e inversiones en retirada. Desde ese vacío surgieron algunos de los agentes que terminan instigando el creciente malestar social. Pero no es el único causante.

Otro proceso vigente es el desmantelamiento de los grandes procesadores industriales de materia prima y de bienes con determinado valor agregado, en beneficio de proveedores en Asia y con China como su epicentro. El sector productor de vehículos y de autopartes, quizás uno de los principales generadores de valor agregado industrial en países como Argentina y Brasil, hoy compone cerca del 10 % del total de las exportaciones argentinas y el 5% de las brasileras. 

El grueso de las exportaciones de ambos países se concentra mayoritariamente en dos grandes grupos de commodities: los agropecuarios, en donde la soja y derivados, y otros cultivos como el maíz, el café y la caña de azúcar, junto a productos cárnicos, componen la cuota principal –más del 40% en el caso argentino y 31% en el brasilero-, y los mineros, como el petróleo, el hierro y el cobre, que para Brasil aportan un 18% de sus exportaciones. 

El actual escenario presenta limitadas capacidades de evolución cualitativa de las economías regionales y sus sectores primarios y semi-secundarios. Estos ya muestran un incipiente estado de fatiga como motores esenciales, en el impulso de los imperativos y urgentes procesos de retorno al crecimiento en el corto y largo plazo. En consecuencia, el curso hacia tal recuperación en más o menos grados porcentuales enfrenta, un muro difícil de franquear. 

Un crecimiento sostenido a base del sector primario y de un restringido sector secundario, tal como sucedió entre mediados de la primera década y comienzos de la segunda, resulta hoy algo casi improbable. Varios son hoy los agentes –tanto de origen interno como externo a la región- que limitan las posibilidades de un nuevo ciclo virtuoso. 

El primero de ellos es el precio de dichos bienes, fijados por la demanda china, hoy afectada por un enlentecimiento de su economía y por un conflicto comercial con los Estados Unidos aún vigente, y en riesgo casi inevitable de agregar a la Unión Europea a dicho contencioso, tomando en cuenta que las asimetrías son casi idénticas a las que gatillaron la crisis entre Washington y Beijing. Igualmente, se agregan los costos e ineficiencias de explotación y elaboración, sumado a la ventaja de cercanías de países con similares ofertas de recursos como Australia, India, el Medio Oriente y los países africanos, y a valores competitivos. 

Pero el segundo gran agente disruptivo y a la larga, determinante en el potencial de desarrollo socioeconómico y en la estabilidad de los países continentales, es el impacto de la transformación productiva mediante la manufactura tecnológica. La reducción de mano de obra en los sectores agropecuarios y mineros es ya, un proceso imparable. Este fenómeno, agregado al de una muy pequeña base industrial, condiciona a Latinoamérica en forma inevitable, a basar sus economías para crear empleo en el sector de servicios, los cuales, a su vez, dependen cada vez más de la automatización y de una oferta laboral de muy bajo costo. 

El siglo XXI impone una frontera hacia el salto cualitativo de una economía inteligente, con alto aporte cognitivo y recursos humanos selectivos. La mala condición de la educación pública, ante la ineptitud de los Estados para atender este déficit y aplicar soluciones a las graves carencias de recursos, además de la falta de visión y de unidad de los sistemas políticos, puede resultar un obstáculo definitivo. Este déficit impediría no sólo una recuperación sustancial e inmediata, sino también las posibilidades, cada vez más remotas, de alcanzar al primer mundo. Los riesgos de acercarnos a lo peor del África y a estancarnos como región en un estado de decadencia económica, ya vienen siendo anunciados desde hace un tiempo. 

El caso más extremo es Venezuela, que tras años de bonanza basada en una economía petrolera, y con una estabilidad social y política que fue admirable, está hoy convertido en un infierno. El segundo ejemplo, más cercano en geografía y en tiempo es el de Chile. Un modelo indudablemente exitoso, basado fundamentalmente en commodities y en servicios, con un limitado sector secundario, pero cuyo agotamiento  juega un rol parcial en la actual crisis regresiva y sistémica, provocada por elementos desestabilizadores.

Ante este horizonte, es conveniente abrir la nueva década con una interrogante: ¿podrá América Latina convertir esos muros en fronteras de progreso, o estará condenada a un tortuoso curso de implosión económica, política y social? Sólo los latinoamericanos, en nuestras diferencias y semejanzas, tenemos las respuestas.

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