Ángelo Lodi está parado en el centro del taller de telones del Auditorio Nacional del Sodre con los dedos manchados de tinta. A sus pies hay un lienzo extendido y clavado sobre el piso. La pintura –todavía fresca– le da forma a columnas y ornamentos en verde, violeta y amarillo. Lodi se sacude un poco las manos, se acomoda las gafas y mira la obra de un lado y del otro; por el frente y por detrás. Entonces toma de vuelta un pincel largo, que puede manejar sin tener que agacharse, y hace un par de correcciones. Un toque de color, otro de sombra y queda listo.
A los ojos de cualquiera, Lodi es un veterano de pelo blanco y ropa oscura que debe estar coqueteando con los 80 años. Habla poco y bajito en un italiano que se mezcla con un castellano torpe y apretado, y pasa desapercibido entre el intenso movimiento del Auditorio un jueves al mediodía en plena temporada de ballet.
Pero Lodi, para los que conocen su obra, es una eminencia. Es artista visual y escenógrafo. A los 23 años, cuando los artistas apenas sueñan con un lugar dentro de la industria, comenzó a trabajar en La Scala de Milán, uno de los teatros más prestigiosos de toda Europa. De alguna manera, el pulso y el ojo de Lodi han delineado parte del arte escénico y la producción de ópera, ballet y teatro en las últimas cinco décadas dentro de Europa y, por ende, también en el resto del mundo. Trabajó en la industria de la moda y en una compañía discográfica diseñando tapas de discos.
Esta es su primera visita a América Latina. “No conocía nada, solamente lo que se ve en la serie Narcos, que yo sé que no es verdad porque cuando Hollywood hace una película ambientada en Italia exagera igual que con Latinoamérica”, dice. Y agrega que Montevideo le pareció “una ciudad que ama la vida”.
Lodi llegó en el marco de un convenio con Ópera Latinoamérica, una organización internacional que nuclea a varios teatros y conservatorios del continente con otros en Europa, como si fuese una red. El Sodre integra la organización y así fue que consiguió una visita del artista –que también pasó por el Teatro del Lago de Frutillar en Chile– para capacitar a los técnicos del taller de telones. Es una división dentro del Auditorio que se encarga de diseñar, pintar, confeccionar e instalar la escenografía de las diferentes obras que se presentan a lo largo del año y son producción de los cuerpos estables del Sodre.
Muchas veces, por más talento que tengas, la diferencia la hace quien está en el lugar correcto en el momento correcto. Lodi dice que hubo mucha de eso a lo largo de su carrera. El idioma italiano tiene la palabra perfecta para definirlo: fortuna.
Siendo un prometedor estudiante de Bellas Artes en Italia –cuando en su cabeza sonaba mucho más rock and roll que ópera lírica– resultó que un profesor suyo terminó siendo director de una división de La Scala y en el equipo de escenografía necesitaban un joven a quien encargarle todas esas tareas que los experimentados ya no estaban para hacer. “Antes el trabajo te buscaba y ahora hay que salir a buscarlo”, comenta.
Nunca lo dudó. Sabía que La Scala era una referencia todopoderosa en su rubro, una que “te abre todas las puertas”. Jamás había pensado mucho en dedicarse a los telones mientras estudiaba, pero fue observando a los maestros de Milán que entendió el impacto que una escenografía bien hecha tiene sobre el espectador.
“La tarea del escenógrafo es crear un escenario que ayude a comprender mejor la historia que se está contando”, explica. Por ejemplo, en el ballet el espacio sobre el escenario debe estar despejado para que los bailarines tengan su lugar, mientras que en la ópera la dramaturgia suele ser más compleja y el rol de todo lo que se ve sobre el escenario debería ser volver la narración de la música y los personajes algo más accesible para el público.
Y aunque puede parecer un rubro que se mantiene bastante estático a lo largo del tiempo, internet y las nuevas tecnologías también reconfiguraron su trabajo. Lodi dice que hoy es más fácil y, a la vez, más difícil hacer escenografías porque la gente tiene más información sobre cómo deberían recrearse ciertas épocas o países para que sean fieles a la realidad del imaginario colectivo. Ahora la escenografía es un trabajo de síntesis.
“Te voy a decir algo –empieza, como si estuviera confesándose– el Sodre podría hacer mucha más ópera de la que hace”. Asegura que Uruguay tiene una “buena tradición” en este arte y que si el público elige ver otros espectáculos es porque hace falta insistir con educación, aunque admite que se trata de montajes caros con inversiones difíciles de absorber para culturas como la uruguaya. La clave, expresa, está en volver a la ópera un acontecimiento de relevancia pública, que esté en todos lados y la gente hable de eso “como si fuera la tapa de una revista de escándalos”. Eso es posible, para Lodi, porque la ópera cuenta historias tan populares como una telenovela de televisión abierta. “El desafío está en lograr que la gente salga del teatro y hable de esto toda la semana”.
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