Alejandro Astesiano

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Astesiano: amenazas, las fotos que mandaba con Lacalle por Whatsapp y cómo intentaba convencer de que tenía poder

Alejandro Astesiano se codeaba con el poder, pero creía que el poder era él. Lo que cuenta Whatsapp sobre el exjefe de la custodia presidencial
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10 de diciembre de 2022 a las 05:04

El 25 de setiembre Alejandro Astesiano (51) veía cómo se caía el mundo. Estaba en Costa Rica con el presidente, Luis Lacalle Pou, a horas de volver a Montevideo y una tormenta enorme lo dejó sin luz. El internet se entrecortaba y la señal no era buena. Ya se había afeitado —le pareció que la barba lo hacía más viejo— y tenía muchas ganas de dejar de comer tanto picante. Le ofrecieron, a su regreso, unas milanesas. Pidió arroz con bastante cebolla. 

La semana en Costa Rica se le hizo larga, y tenía por delante ocho días en Japón que lo iban a mantener lejos de sus seres queridos. 

El tiempo de vuelo a Montevideo eran 7 horas 40 minutos, pero el viento a favor, le pareció, iba a hacer que estuviera en Uruguay más rápido.

 —Llegamos —escribió a una mujer a las 21.41 del domingo.

A las 21.57 le avisó que tenía que ir a la residencia de Suárez. Ella se enojó. 

—¿Por qué no me avisaste? Eso no se hace, qué mal.

Astesiano no le contestó más. 

Unos minutos antes le había pedido a Mariana Cabrera, la secretaria personal de Lacalle Pou, que le pasara la agenda de trabajo del día siguiente, que recién habían llegado. Cuatro minutos después se la pidió al otro secretario del presidente, Homero Gadea. 

Entremedio mandó audios equivocados al subjefe de Interpol, habló con su número dos de la custodia, Jorge Luis Borges, sobre la reunión del día siguiente, respondió dos audios del equipo de seguridad presidencial, se escribió con un hincha de Peñarol, con su hermano y habló sobre conejos.

A las 22.17 respondió que sí, que estaba muy cansado. El último que contestó fue a las 22.24 cuando le llegó a su celular una foto. Mandó tres emojis: 🥰🥰🥰.
Le siguieron llamadas perdidas y varios mensajes. A las 23:19 su celular ya estaba apagado. 

Ni bien puso un pie en Uruguay, Astesiano mantuvo activos al menos 19 chats de Whatsapp antes de que su celular oficial —a nombre de Presidencia— quedara fuera de su poder y empezara a formar parte de la investigación judicial por integrar un grupo que falsificaba partidas de nacimiento para dar ciudadanía uruguaya a extranjeros. La fiscal Gabriela Fossati dejó entrever, en la audiencia que lo imputó dos días después, que sospechaba de que el exjefe de la custodia presidencial sabía que lo estaban investigando, que lo iban a detener y que por eso borró determinados chats.

El Observador leyó 843 archivos sobre el Whatsapp de Astesiano. Tres son grupos creados en 2019, otros 143 archivos no tienen fecha de inicio y el resto van del 7 de abril de 2020 hasta las últimas horas del 25 de setiembre de 2022, cuando fue detenido en la residencia de Suárez. 

Todo eso  es parte de la investigación a cargo de la fiscal Gabriela Fossati. Aunque con dos sesgos importantes: primero, que estos chats son solo una parte de todas las conversaciones que mantenía Astesiano y, segundo, que el exjefe de la custodia presidencial prefería, en la mayoría de los casos, mandar audios, por lo que las conversaciones se muestran incompletas. Tampoco se podían ver los adjuntos ni las imágenes que enviaba o recibía. Varios chats se mostraban vacíos y, en otros casos, él enviaba mensajes que después eliminaba.

Porque en sus chats Astesiano se muestra como un hombre misterioso. “Tranquilo, guardo el secreto, ya me conocés”, le escribió un policía el 26 de abril a las 11.49 de la mañana, después de un audio del exjefe de la custodia presidencial.

“¡Secreto en la montaña!”, le dijo también, en un momento, Jorge Luis Borges. La frase, título de una película, después cambió: “Secreto en la cacería”.

Nelson, con quien tenía negocios, le respondió a otro audio el 24 de julio, a las 12.33: “No hablo nada entonces, me llevo el secreto a la tumba, solo te pido un favor”, y enseguida le lanzó: “Si ves que no sale lo del viejo, y lo de Mario, tirame un salvavidas”. La respuesta de Astesiano fue: “Después te escribo”.

Reunión falsa con  Álvaro Delgado y un inversor con el que no cumplió

El 15 de setiembre en la mañana, cuando Astesiano estaba con Lacalle, Nelson le avisó a su socio que tenía una reunión con el secretario de Presidencia Álvaro Delgado, “y una gente importante que vino de Italia y Rusia”. 

—Nada de negocios con él, que no sepa qué hacemos. Es más, ni digas que nos conocemos. Es de dar pa’ atrás. Ojo lo que hacen, ¿ok?

—Es otro negocio, que no tiene nada que ver con lo nuestro. Son los dueños de TeTher. Los más ricos del mundo. Llegaron ayer; ahora, reunión con Presidencia —le respondió Nelson.
Astesiano le mandó dos audios, a los que su socio le contestó que la reunión no la había armado él, sino su socio de otro negocio, y el legislador blanco Juan Sartori. 

—Yo no sabía nada, ahora me enteré y te avisé por eso. Capaz que andabas ahí. No digo que te conozco ni nada.

—Ojo —insistió Astesiano.  

Nelson le mintió. Lo que le dijo de la reunión con esa empresa de bitcoins —que después aseguró que nunca existió— fue para intentar que el entonces jefe de la custodia presidencial se asustara. Eso que hacemos, a lo que se refería Astesiano, era un negocio en el que él quedaba como intermediario y Nelson como inversor. Le pidió plata para invertir en la seguridad del puerto y le pidió plata para invertir en cascos, mochilas y botas, con la empresa Vertical Skies (en Uruguay, Lunacar, SA), una empresa que aparece después en otros capítulos importantes del caso. El negocio era: Nelson invertía en lo que Astesiano le indicaba, y ganaba con los intereses enseguida después.

Las inversiones, que rondaron los US$ 170 mil, nunca tuvieron retorno. 

Ante la duda de poner plata, Astesiano mandaba un audio: 

—No seas gil.

El Fibra —apodo que se ganó a fines de la década de 1990 después de que alguien halagara su musculatura durante una fiesta— actuó, alguna vez, como un matón. Lo decía su carné de la escuela —“Daba miedo, cagaba a palos a todos siempre, un desastre tu padre”, le confesó a una de sus hijas— y quedó plasmado en alguno de sus mensajes de Whatsapp muchos años después. 

Amenazas en un chat

El 22 de setiembre hizo un llamado a las 11.24 de la mañana. El hombre que respondió —agendado con dos signos de pregunta— le preguntó después, por escrito, quién era. Astesiano mandó tres mensajes y después los borró.   

—¿Quién le pasó mi número?

Astesiano respondió con dos mensajes más, que también eliminó después.

—Mire, no sé quién es usted y tampoco tengo interés de saberlo.

Astesiano respondió con más mensajes que después eliminó.

El interlocutor le dijo que no entendía, que no tenía nada que esconder, que no era un delincuente, pero que, si Astesiano era comisario, que fuera a buscarlo a su casa, y que, de hecho, denunciaría la conversación que estaba teniendo.

Pero hubo algunos mensajes de esa misma conversación que el exjefe de la custodia presidencial no borró:

—Preséntese en Delitos Económicos, en la unidad de Interpol, calle Maldonado. Ahí mismo haga la denuncia, se le espera por ahí.

—Igual, tengo captura de todo, señor. No entiendo por qué borra todo.

El interlocutor le pidió que repitiera su nombre, pero Astesiano solo respondió:

—Sr., lo van a llamar a la orden.

El número del hombre amenazado fue inhabilitado para recibir llamadas y ahora tampoco tiene Whatsapp. 

Algo parecido había hecho Astesiano un mes antes, el 10 de agosto a las 13.30 de la tarde a otro contacto que agendó como Eduardo. 

—Eduardo, buenas tardes, solo decirte que te vamos a iniciar denuncia penal por el dinero de Gueña, solo eso, el que avisa no traiciona.

—No sé quién sos.

—Yo sí quién es usted, lo lamento.

El 11 de febrero, a las 13.47, fue la primera amenaza que apareció escrita desde su Whatsapp. Esa vez, a Sergio, un cliente, agendado como CCTV —Circuito Cerrado de Televisión—. 

—Contarte que voy hacer la denuncia del cheque yo mismo, para que sepas, ya que me llamaste el otro día.

Y vuelve a la frase que ya usó: el que avisa, no traiciona. 

Astesiano tenía decenas de anotaciones policiales.

Pero la forma corpulenta que le valió el apodo, el tono amenazante y su actitud por momentos de matón no le aseguran todo: su salud se plasma débil. 
Decía que, como andaba a mil, si comía pesado después le caía mal, que unos exámenes de sangre le dieron malos resultados, a lo que le aconsejaron que, si se cuidaba en las comidas en unos días iban a dar mejor. En algún momento también dijo que se ahogaba un poco, sobre todo cuando hablaba. Que estaba con contracturas, que le dolían los pulmones y que tenía foco de infección en los dos, pese a que nunca fumó. Y aunque tampoco tomaba alcohol.

Desde el exterior, Adrián le dijo que lo notaba consumido, que se veía más viejo, que estaba irreconocible y que hasta parecía que tuviera cáncer. Él contestó que el estrés, y que estuvo muy jodido del páncreas.  

En un momento, se lo dijo a Borges:

—Estoy hecho paté.

Cuando Adrián le daba charla, en realidad quería endulzarlo. Porque lo que en verdad quería era hundirlo. Eso le dijo a El Observador. Palabras textuales: “Quiero que pague, porque yo dije todas las cosas de él antes de que se supieran”.  

El problema entre ellos empezó cuando la abuela de Adrián se internó en el residencial que Astesiano tiene con su hija, en el barrio Sayago. El hombre se fue a vivir a otro país y le vendió al exjefe de la custodia presidencial su auto y los muebles. El dinero quedó a cuenta de la estadía de la abuela, pero meses después el nieto perdió contacto con Astesiano y dejó de saber de su abuela.

Dijo también que se enteró de la muerte de ella por terceros y que hasta le mandó un mail al presidente Luis Lacalle Pou, en 2019, contándole lo que le había pasado con uno de sus hombres de confianza. 

Nunca tuvo respuesta. No supo si al entonces presidente electo le llegó el mensaje.

En las conversaciones del celular de Astesiano hay unas cuantas en que los que hablan con él lo adulan: sos el uno, sos lo más. ¿No entienden que Jefe hay solo uno y sos vos? Disfrutá. Te lo mereces, es el premio de haber laburado. 

Sea lo que sea que se merecía —un viaje, una licencia—, hay al menos cinco personas que se lo dijeron en diferentes momentos del último año en conversaciones por Whatsapp. 
Y después aparecen mensajes que lo describen como si siempre estuviera en todo, siempre responsable, como si lo que no resolviera él no pudiera resolverlo nadie más.

Él se jactaba de su cercanía con el poder. El 23 de abril le contó a un policía sobre su vínculo con Lacalle Pou: 

—Somos amigos hace 30 años, siempre me reprocha todo lo que pasé y nunca le pedí nada. Es como dice él: “Somos más que amigos, Fibra”.

Y dijo que lo invitó a Buenos Aires, todo pago, para ver la exposición de cuadros de su hermana, Pilar Lacalle. Que iban el padre y la madre y que querían que él estuviera. 

Por momentos daba a entender que el poder era él.

Por eso, con los halagos, muchas veces llegaban los favores: que le mandaran un mensaje del presidente saludando por un cumpleaños, que recibiera determinadas cosas. Le llegaban currículums, pero a veces ni siquiera eso: el pedido de que consiguiera un trabajo en Torre Ejecutiva, en el Ministerio del Interior, en cualquier otro lado. Haceme esa gauchada. Que consiguiera información, que diera una mano con esto y con aquello. Ale, dame bola que es salud, quiero ayudar a mi mamá.  

Astesiano nunca decía que no. Dejaba la puerta abierta hasta cuando sabía que no cumpliría, cuando era evidente que eso que le pedían del otro lado no iba a pasar. Dejaba mensajes sin responder, le volvían a escribir, le recordaban sobre aquello, una y otra vez. Si la persona tenía suerte, le exjefe de la custodia presidencial respondía: 

—Me encargo.

La falta de respuesta también enfureció alguna vez. El que le pidió que le consiguiera eso porque le estaban complicando el laburo, le terminó diciendo que si no le iba a dar pelota que no lo tuviera de rehén. Después lo insultó: metete el favor en el orto, chupa verga, sorete, mal amigo, mentiroso. Le reprochó que lo clavó con el trabajo en Presidencia a él, que no era un pichi, que era un trabajador y que militó para el partido. Que lo usó a él y a cuatro más. 

Astesiano respondió con audios. 

La tarjeta con la que se presentaba Astesiano.

La parte más enredada de su historia aparece, sobre todo, en sus negocios. Residencial en Sayago, compra y venta de terrenos, una empresa de seguridad privada. En sus mensajes habló de negocios con Peñarol, con socios que hacían a su vez negocios con tecnología y con bitcoins. Y hasta especuló con participar de un negocio con aviones israelíes y con drones. Él era, en teoría, el intermediario. 

En todo parecía querer participar, aunque nunca quedaba del todo claro cuánto, ni de qué forma. 

Debía plata y le debían a él. Por momentos habló de números millonarios y a veces evitaba a quien le reclamaba. Cuando alguien desconfiaba, Astesiano mandaba su tarjeta en inglés y agregaba esta carta:

—¿Sabés quién soy yo? Yo trabajo con el presidente.

Acto seguido, podía aparecer la foto con Lacalle en España, la foto con Lacalle en Argentina, la foto con Lacalle en un avión. La foto en Torre Ejecutiva.

Casi nadie tiene tan cerca al presidente. Eso podía hacer sentir a un empresario que estaba en su mejor momento, que no había pérdida, que había que confiar. 

El hombre que corrió al lado del carro presidencial en la asunción de Lacalle Pou, en sus mensajes de Whatsapp mostró, durante varios meses, una humildad que se parecía más a estrategia, para moverse siempre con un objetivo: morder algo de ese poder que por momentos se le hacía muy cercano, al punto de convencerse de que, en realidad, el poder era suyo. 

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