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Benedicto XVI: ¿Qué quedó del discurso en Ratisbona?

Aun entre católicos puede ser todavía desconocida la capacidad que tuvo Ratzinger para el diálogo con judíos, musulmanes y con el mundo protestante, con filósofos y científicos
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09 de enero de 2023 a las 05:04

El 9 de setiembre de 2006 Benedicto XVI comienza su cuarto viaje fuera de Italia, dirigiéndose a su tierra de origen: Alemania. Múnich, Altötting y Ratisbona son los lugares donde habría querido retirarse a estudiar y escribir si no lo hubieran elegido sucesor de Pedro. Lo que la mayor parte de la prensa y el mundo entero recuerda de ese viaje fue una frase sobre el islam que dio la vuelta al mundo y dejó en la sombra el calibre de todo lo que allí se dijo, la importancia del diálogo entre fe y razón, uno de los pilares del su pensamiento.   

La anécdota, la prensa y su contexto

El 12 de setiembre Ratzinger vuelve a la universidad que fue también la suya, Ratisbona, donde profundamente emocionado brinda una impresionante lectio, cuyo núcleo es el vínculo entre fe y razón: es razonable creer y no se puede creer contra la razón. La fe no puede dar la espalda a la racionalidad, sino que debe ser siempre razonable. Y para explicar lo que quiere comunicar, da un ejemplo histórico, completamente marginal en el texto, que será el cortocircuito de la polémica que se desató.  

En la lectio cita un diálogo del siglo XIV entre el emperador Bizantino Manuel II Paleólogo con un culto persa sobre cristianismo e islam, en el que el emperador hace una afirmación sobre la violencia de Mahoma en la difusión de la fe. Si uno lee todo el discurso, es obvio que la cita no refleja lo que piensa Benedicto sobre el Islam, sino un ejemplo histórico para aludir a una cuestión de razón y fe.  Luego del revuelo mediático por esta frase, la opinión pública se entretiene con una anécdota que hizo temblar relaciones diplomáticas con países musulmanes. Para quienes poco entendían de lo que el Papa estaba hablando, la noticia solo puede ser una frase que pueda generar polémica. Benedicto aclara el asunto en varias oportunidades que se trataba de una cita medieval y que obviamente no reflejaba su pensamiento, pero hasta el día de hoy muchos se quedaron con los titulares de prensa.

Aun entre católicos puede ser todavía desconocida la capacidad que tuvo Ratzinger para el diálogo con judíos, musulmanes y con el mundo protestante, con filósofos y científicos. Incluso en su pontificado es la primera vez en la historia que un Papa nombra a un protestante como presidente de la Academia de Ciencias y a un musulmán como profesor de la Universidad Gregoriana. Fue el segundo pontífice en hablar en una mezquita y el primero en participar de una celebración protestante. Su apertura y capacidad para el diálogo siempre fueron indiscutibles y superiores a lo imaginado. Pero lo importante de Ratisbona no era ninguna clase de conflicto con el islam, sino más bien lo contrario, la defensa del lugar de la religión en el espacio público, desde la convicción de la unidad entre fe y razón.

La cuestión central: una razón abierta.

Ratzinger conoce muy bien los problemas de la epistemología contemporánea, y está hablando a personalidades de la ciencia. En su pensamiento siempre se opuso a toda forma de reduccionismo positivista y materialista. Su reiterado énfasis en las patologías de la razón y de la religión, cuando una abandona a la otra, son una apelación constante por una racionalidad abierta, crítica y humilde, por una relación fecunda entre fe y razón que no consiste solamente en la mutua colaboración, sino en que ambas se reclaman mutuamente.

Los núcleos del discurso de Ratisbona están en que, reconociendo lo que tiene de positivo el desarrollo del pensamiento moderno y las posibilidades de progreso que ha traído, la razón ha quedado atrapada en una visión estrecha de la realidad. Benedicto hace un llamado a ampliar nuestro concepto de razón y de su uso, para evitar el peligro de los extremos de una ciencia que no dialoga con las humanidades, ni con la filosofía ni con la teología, o de una religión que da la espalda a la razón y se pierde en el fideísmo y la irracionalidad.

Puso en el centro de la discusión la relación entre fe y razón, especialmente las patologías de una racionalidad que se amputa sus propias posibilidades de pensamiento, sobre una forma de pensar reductiva y estrecha, heredera del positivismo y de la crisis de la metafísica. Ratzinger contra toda moda cultural, pone al descubierto una de las principales causas de la crisis que vive el mundo occidental: la crisis de sus fundamentos y la renuncia a la búsqueda de la verdad, un pragmatismo y relativismo que olvida las preguntas fundamentales del ser humano. 

Hizo un llamado a superar la limitación que la racionalidad científico-técnica se impone a sí misma y abrir el horizonte el conocimiento en toda su amplitud, a un diálogo mayor entre las culturas y los saberes, que permita ensanchar la mirada sobre el ser humano, sobre el mundo y la vida misma.  Las ideas sintetizadas en este discurso ya estaban desarrolladas en escritos filosóficos de sus años de docencia universitaria, entre 1955 y 1976. Ideas que profundizó y que nunca abandonó, porque siguen siendo vigentes y necesarias para un fecundo diálogo entre las diferentes culturas, entre ciencias y religiones, filosofía y teología.

 

 

 


            

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