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Bienvenidas las minorías parlamentarias

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03 de noviembre de 2019 a las 05:00

La elección del pasado domingo 27 volvió a traer al escenario político uruguayo un paisaje conocido: la falta de un partido con mayoría parlamentaria propia. El Frente Amplio la tuvo en sus tres gobiernos, pero hay que remontarse a 1966 para ver al Partido Colorado con mayoría en ambas cámaras.

Muchos consideran que la falta de mayoría parlamentaria es un serio problema para el gobierno de turno, pues le obliga a negociar con la oposición y le impide desplegar su programa de gobierno. Otros, a la luz de las experiencias autoritarias que se están dando en muchas partes del mundo, incluso en países desarrollados con democracias sólidas y maduras, están comenzando a pensar que no es buena la suma del Poder Ejecutivo con la del Legislativo. Y que más que imponer, o llevar a cabo un programa de gobierno, es bueno negociar con otros sectores, buscar acuerdos en temas neurálgicos y fundamentales, generar políticas de estado que perduren en el largo plazo.

En este segunda visión se expresó el pueblo uruguayo: no haya ningún partido con mayoría propia. Ergo, quien sea presidente a partir de marzo de 2020,  tendrá que sentarse a la mesa, oír lo que dicen los demás y negociar. Ya el Parlamento no será como una escribanía donde se ratificaba y sellaba todo lo que venía del Ejecutivo, sin mirar demasiado que había dentro. Y tampoco ocurrirá que un proyecto de ley presentado por una bancada o grupo de interés comenzará a tener vida propia y convertirse sin más en ley.

Miremos por un momento a Brasil. Bolsonaro apenas tiene el apoyo directo de un quinto del Congreso brasileño. Sin embargo, con astucia y habilidad se las arregló para aprobar en menos de un año una sustancial reforma de la seguridad social. Reforma que no es nada simpática para quien se preocupa solo de juntar votos, pero que es vital para reducir el déficit fiscal brasileño y dar sustentabilidad a este y los próximos gobiernos. Algo que intentaron Lula, Dilma y Temer sin tener éxito.

Ahora Brasil ha despejado una grave tormenta que lo aquejaba. Y lo que parecía imposible el pasado 1 de enero cuando asumió Bolsonaro, se hizo realidad hace un par de semanas con la aprobación por el Senado del proyecto de reforma previamente aprobado por Diputados. Habilidad del gobierno y del ministro de Economía Pablo Guedes, que pudieron acordar con la oposición cosas muy difíciles de llevar como la subida de la edad jubilatoria.

Por otra parte, hemos tenido en nuestro país tres gobiernos del FA con mayoría parlamentaria. Con muy escaso diálogo con la oposición, llevaron cabo reformas en el campo impositivo, laboral, tecnológico, etc. Algunas buenas, otras muy forzadas y precarias. Pero ni con mayoría propia se pudo reformar a fondo la educación, la inserción internacional y el andamiaje estatal. Faltó capacidad de diálogo. Y donde se lograron avances -política forestal y plantas de celulosa, nueva matriz energética, etc.- se debió a que los tres gobiernos del FA mantuvieron y expandieron políticas de gobiernos anteriores de otro signo, a las que se habían opuesto en su momento.

Además, la mayoría parlamentaria del FA restringió su capacidad de diálogo y acuerdo con otras fuerzas políticas y eso es algo de lo que hoy se están lamentando. Pero como había mayoría parlamentaria, la única discusión era hacia adentro de la coalición de izquierda. Una vez que ella se zanjaba, o se aplicaban los mecanismos de disciplina partidaria, lo demás era un coser y cantar, aunque no fuera lo mejor para el país.

Como bien decía hace un tiempo el destacado economista argentino Alberto Benegas Lynch (h), “desde Cicerón, cuando apuntaba que “el imperio de la multitud no es menos tiránico que el de un hombre solo”, existe la preocupación por las mayorías ilimitadas. Sin excepción, la tradición democrática ha señalado una y otra vez las amenazas para la libertad y los derechos al guiarse sólo por los números. Como bien ha destacado el constitucionalista Juan González Calderón, los defensores de semejante sistema ni de números saben puesto que parten de dos ecuaciones falsas: 50% más 1%= 100% y 50% menos 1%= 0%”.

Esa matemática falaz ha terminado. Y ha llegado el tiempo de negociar y acordar. Quien lo tiene más asumido es el líder del Partido Nacional Luis Lacalle Pou, que viene pidiendo a gritos desde hace años un acuerdo más amplio y que sea fruto del diálogo. Y aún desde su minoría del 30%, parece capaz de aunar voluntades en los temas fundamentales del país: educación, seguridad, competitividad productiva para generar empleo genuino. Temas con los que puede acordar con sus socios de coalición e incluso con muchos sectores moderados del Frente Amplio. Lo cual daría estabilidad en el tiempo a las reformas implementadas al tiempo que puede permitir un salto cualitativo del país hacia un crecimiento inclusivo y sustentable.

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