Sapiro, del Departamento de Histología, comprobó la caída de esperma en los últimos 30 años.

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Cae la cantidad y calidad de espermatozoides de los uruguayos: ¿a qué se debe y qué consecuencias trae?

Mujeres que quieren ser madres esperan más de tres meses para conseguir su muestra de semen ante la falta de donantes que hayan salvado las pruebas
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31 de diciembre de 2022 a las 05:03

Se buscan donantes de semen. La frase que antes se promocionaba como un eslogan, ahora es el llamado de varias mujeres que buscan ser madres con métodos asistidos y, sin embargo, tienen que esperar más de tres meses para que las clínicas de fertilización les consiga una muestra de esperma. La razón no se esconde en una actitud egoísta de los potenciales donantes que, por cada muestra, reciben unos $ 1.000 de viáticos; sino que la caída de la cantidad y calidad de los espermatozoides está haciendo que la oferta no cubra la demanda.

Cada diez candidatos para donar semen —cualquiera de ellos jóvenes menores de 35 años, sin enfermedades crónicas transmisibles, psicológicas, genéticas ni de transmisión sexual— solo uno pasa el filtro que les permite concretar la donación”, explica la especialista en Andrología Rosina Ordoqui, directora del único banco de semen que tiene Uruguay. El desfasaje entre la oferta y la demanda es tal que, si un país de la escala de Uruguay debería tener más de 20 donantes activos, durante este año solo fueron aceptados cinco nuevos. El año pasado tres y el anterior otros tres.

¿Qué está pasando? Un estudio académico analizó las muestras de 371 candidatos a donantes de semen en Uruguay en los últimos 30 años. Y encontró que la concentración de espermatozoides por cada mililitro de volumen eyaculado cayó a razón de un millón por año. “Nos sorprendió esa baja tan marcada porque es una población joven y a priori sana, que se había presentado a donar por una razón altruista, por lo cual era esperable una buena calidad espermática. Mucho más nos sorprendió si se tiene en cuenta que Uruguay, como país, no ha tenido el nivel de exposición a tóxicos ambientales que se observa en otros países y que se ha descrito como una de las explicaciones más fuertes de la baja concentración de espermatozoides”, admite Rossana Sapiro, profesora agregada del Departamento de Histología de la Facultad de Medicina de la Universidad de la República, una de las autoras junto a sus colegas de la Udelar, Fertilab y el Centro Esterilidad Montevideo.

Los resultados del estudio uruguayo publicado por la revista —Basic and Clinical Andrology y difundido por La Diaria el año pasado— coinciden con la literatura científica internacional. De hecho, un grupo de investigadores de la Universidad Hebrea de Jerusalén y de Monte Sinaí en Nueva York analizaron más de 220 trabajos académicos, de 53 países, y concluyeron que en la década de 1970 los varones contaban con un promedio de 101 millones de espermatozoides por mililitro y, medio siglo después, la media se ubica en 49 millones, que implica una baja del 51%.

En las clases de Biología —y en los programas televisivos como Didavisión— la fertilidad es descrita como una tarea sencilla: basta un solo espermatozoide para fecundar un óvulo y dé lugar al origen de la vida. Tan sencillo es el proceso que se muestran imágenes de un espermatozoide con forma perfecta —su cabeza ovalada y una cola larga— nadando contracorriente, desafiando la gravedad, y yendo como un imán directo hacia el óvulo. Pero la realidad es más compleja que como se cuenta.

Porque la fertilidad masculina pende de la probabilidad y la calidad. Así como aquel que compra más números para jugar a la lotería tiene más chances de acertar, aquel que cuenta con más concentración de espermatozoides y más volumen de líquido al eyacular también sale favorecido. Y esa cantidad se mide en decenas de millones de diminutas células por cada mililitro de semen. Pero la complejidad no acaba allí.

Desde su fabricación en los testículos —pasando por todos los conductos y órganos del sistema reproductivo masculino— los espermatozoides tienen una carrera contra obstáculos. Una vez que el varón eyacula, solo los espermatozoides con mejor movilidad —motilidad, como le dicen los técnicos— tendrán chances de llegar al destino. Hay un grupo de células reproductivas que quedan inmóviles: esas jamás servirán para fecundar. Otro grupo tiene un movimiento errante, rota sobre sí mismo, y tampoco alcanzará el óvulo. Solo aquellos que van en la línea más directa hacia el óvulo —los clase A— y aquellos que serpentean y siguen una ruta más larga, pero que más tarde que temprano llegan —los clase B—, son los que consiguen el objetivo reproductivo.

Para que un donante de semen sea aceptado, por ejemplo, debe contar con más de la mitad de sus espermatozoides de clase A o B. Pero el estudio uruguayo demostró que “hay una disminución de la motilidad rápida progresiva, es decir, de aquellos espermatozoides que van más directo hacia el óvulo y tienen más chances de fecundar”, dice Sapiro, quien aclara que, “de todas formas, esa baja de la motilidad era compensada por otras formas de movimiento, por lo cual, por sí sola, esa caída no sería de gran preocupación”.

Sin embargo, el desafío es todavía más complejo. “En el estudio uruguayo hemos visto que la morfología va cayendo: eso significa que estamos encontrando menos cantidad de espermatozoides con una forma normal”, explica Sapiro. 

La especie humana no es una máquina perfecta. Algunas células reproductivas tienen su cabeza ovalada y su cola larga, pero otras, las deformes, carecen de cola, o de parte de la cabeza, o del cuello que las une, o un sinfín de mutaciones que desencadenan patologías congénitas. Y ahí se siguen reduciendo las chances de encontrar donantes de calidad.

Entonces empiezan las especulaciones y las confirmaciones: ¿por qué cae la cantidad y calidad de los espermatozoides?

Tiempos modernos

Charles Chaplin, el célebre actor de Tiempos Modernos, fue padre por última vez cuando tenía 73 años. El suyo es citado como un ejemplo de que, a diferencia de las mujeres, los hombres carecen de una fecha de vencimiento para reproducirse. Pero la evidencia ahora demuestra que esta afirmación es, al menos, engañosa.

“La edad cada vez más avanzada en que los hombres buscan tener a sus hijos es una de las incidencias más marcadas en la baja de la fertilidad observada en el mundo; porque si bien ellos no tienen una andropausia tan marcada como las mujeres —menopausia—, sí empiezan a perder cantidad y calidad de sus espermatozoides a partir de los 50 años”, dice la especialista en Andrología Ordoqui.

Por eso, después de muchas décadas en que la ciencia centró toda la atención en la fertilidad femenina, los académicos empiezan a insistir que, como en el baile, la reproducción es cuestión de dos. “Entre el 30% y 40% de los problemas de fertilidad en el mundo se deben a causas masculinas, y muchas otras veces el problema es de compatibilidad y no de una parte en cuestión, pero la cultura, machista, hizo que la ‘culpa’ siempre se haya puesto en la mujer”, dice Sapiro.

En esa misma línea, el catedrático de Neuropediatría, Gabriel González, admite que “en los congresos internacionales se insiste cada vez más en el estudio de la edad del padre y ya no solo en la madre”. Por ejemplo, algunas investigaciones recientes asocian el envejecimiento de las células reproductivas masculinas con las chances de que el hijo padezca esquizofrenia.

La edad, sin embargo, es solo un detalle en los motivos detrás del declive. Porque en los tiempos actuales, el estilo de vida está conspirando contra la fertilidad. “El testículo, donde se fabrican los espermatozoides, está en una bolsa escrotal” alejada del abdomen porque “tiene que mantener una temperatura de entre uno y dos grados por debajo”, dice la médica Ordoqui. Pero así como hace algunas décadas se hablaba del problema de los panaderos que pasan muchas horas junto al calor del horno, “el uso prolongado de una notebook sobre la falda eleva la temperatura y perjudica la fabricación”.

Ordoqui advierte que de cada diez candidatos a donación de semen, solo uno es aceptado.

En esa misma línea, el uso de calzoncillos o shorts muy ajustados también elevan la temperatura por encima de lo aconsejado. O lo mismo ocurre con quiénes sujetan entre ambas piernas recipientes con bebida caliente.

En otros casos, los dispositivos electrónicos cuentan con ondas —radiaciones— que se asocian a una pérdida de cantidad y calidad. El clásico ejemplo es el uso prolongado del teléfono celular dentro del bolsillo contiguo a la ingle.

Pero hay algo de la vida moderna que, coinciden Sapiro y Ordoqui, se ha comprobado que altera al esperma mucho más que las explicaciones anteriores: los disruptores endócrinos. “Son sustancias que están en el ambiente, se meten en el sistema circulatorio, y hacen que las hormonas funcionen mal. Un ejemplo ya comprobado es el bisfenol A (BPA) que antes estaba en los juguetes y en utensilios de plástico y que ha estado en contacto con casi todas las últimas generaciones”, cuenta Ordoqui, quien aclara, “hay muchos más disruptores endócrinos: los tienen la mayoría de los protectores solares con los que embadurnamos a nuestros niños y varios cosméticos con los que intentamos ponernos bellos”.

Los anabólicos que muchos varones se inyectan o suministran para esculpir su musculatura son otra explicación, lineal, de la caída de los espermatozoides. Ocurre que el cuerpo recibe un exceso de testosterona, la misma familia de hormonas necesarias para producir las células reproductivas, entonces el cerebro interpreta que ya hay suficiente producción y “cierra la fábrica: deja de generar espermatozoides”.

Pero los donantes, quienes son jóvenes, por lo general hacen deporte, comen sano, no usan anabólicos, ¿están afectados por los mismos problemas? Ordoqui no tiene dudas: “En parte sí, pero, de lo que hemos visto en la clínica en los últimos años, están muy afectados por el consumo frecuente —diario— de marihuana”. Por ahora, aclara la médica, “es una asociación que todavía no se pudo estudiar en profundidad en la población uruguaya”.

“No se puede decir que el varón que usa el celular en el bolsillo va a quedar infértil, tampoco que lo quedará aquel que usa un short muy apretado o el que fuma cannabis”, dice Ordoqui. Mucho menos si se tiene en cuenta que la Organización Mundial de la Salud diagnostica la infertilidad luego del intento regular —al menos semanal— de procrear durante un año entero. Pero “sí sabemos que hay muchas causas que influyen en la infertilidad y que se podrían modificar para disminuir el riesgo”.

Sapiro y Ordoqui concuerdan que con la receta básica —menos sedentarismo, dieta balanceada y calidad de vida— es probable que haya un cambio de la tendencia y que, al menos en el mediano plazo, “la humanidad no está en riesgo de extinción”.

Eso sí: ambas también explican que, sin irse a un razonamiento tan apocalíptico, la caída de espermatozoides invita a la reflexión. En primer lugar, “sería demasiado costoso e ineficaz” basar la reproducción humana en metodologías asistidas. En segundo, “es necesario respetar a quien no quiere ser padre, pero también a quien quiere serlo y no puede”. Y, por último, la capacidad de donación de un solo donante es limitada, porque para reducir las chances que futuros hermanos mantengan una relación sin saber de su parentesco, cada donante no puede tener más de 25 nacidos vivos a raíz de su aporte

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