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Candidato “millardario”

Juan Satori se postula a sí mismo sobre la base del dinero
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29 de noviembre de 2018 a las 05:03

Vivimos épocas de confusión. El cambalache se ha aposentado y ejecuta su reinado. Todo da lo mismo o es más o menos igual. Es un tiempo de posverdad y de autoverdad, por ende todo está permitido. Lo que valía, el amor, la honestidad, hacer el bien, el trabajo serio, pasaron de moda. La política como pasión por lo público y el coraje cívico están arrinconados, los agarró la devaluación. Los ideales, los sueños, ya fueron. Ni que hablar del esfuerzo, el sacrificio y la perseverancia para lograrlos. Los que balconeaban la utopía y se la jugaban por el hombre nuevo, se hicieron realistas. Ahora balconean en sus poltronas gubernativas cómo hacer para que no los desalojen. Es lo único que les quita el sueño. Todo lo demás les resbala. No se hacen cargo de nada. No hay ética del deber. El cálculo y la estrategia están por encima de lo legítimo y lo justo. Todo puede ser justificado, a todo se le puede encontrar el atenuante. Los derechos han escorado, porque su contrapartida de deberes y responsabilidades nadie los invoca, ni los reclama, ni los siente. Importa más el envase que el contenido. Todo te lo venden bailando.

En este horizonte moral, crece el valor de lo utilitario, del hedonismo, del dinero y lo que él compra.
No puede extrañar que en este desarme de valores aparezca en el país una especie de ovni (objeto volador no identificado) y pretenda ser precandidato a la presidencia por uno de nuestros viejos partidos, el Nacional, con más de 180 años de existencia. El pretendiente no vive en el país desde los 12 años, cuando se fue a vivir a Europa. Está casado con una multimillonaria rusa, hija del magnate Rybolóvlev. Este Juan desconocido visita al Uruguay esporádicamente. Este hombre sin arraigo en el país, sin militancia en el Partido Nacional donde nadie lo conoce, donde nunca actuó en ninguna de sus organizaciones, ni en ninguno de sus episodios, al que se afilió hace un par de meses, pretende representarlo como candidato a presidente. Esto se llama embuste. Tan nadie lo conoce que, en la masiva publicidad comprada en los medios, se interroga machaconamente “¿quién es Juan Sartori”? lo que obviamente no se le ocurriría a ninguno de los otros candidatos que tienen trayectoria conocida. 

En el Partido Nacional, que es un partido de hombres libres, siempre se ha creído en dejar que sea la ciudadanía la que dirima mediante su voto si se acepta o desecha un candidato. Pero eso era así, hasta ahora, porque las cosas habían funcionado naturalmente entre gente con arraigo, actuación y trayectoria. Nunca había ocurrido que un paracaidista con una bolsa de guita tuviera pretensión de candidatearse. Es cierto, en política los votos mandan. Pero no solo importan los votos. En de una suprema necesidad defenderle al país sus partidos políticos y estos son vulnerados cuando alguien que no los integra viene a comprar lugar, financiando grupos, candidatos, publicidad, estructuras, militancia, etc. y eso lo vuelve tremendamente peligroso para la vitalidad de la democracia. Desde estas mismas páginas el politólogo Oscar Bottinelli ya advirtió sobre esta nueva realidad y los riesgos que entraña en pequeñas sociedades la aparición en política  de dineros provenientes de negocios rusos o que pudieran provenir del narcotráfico, todo lo que requiere regulación partidaria y una legislación nacional sobre el financiamiento de las campañas y de los partidos. 

A este señor Juan no lo impulsa ningún grupo, se postula a sí mismo sobre la única base del dinero. Esa es toda su plataforma de lanzamiento, todo su capital político. Su campaña se planifica y se arma en las oficinas de Union Agriculture Group (UAG) de Plaza Independencia, empresa fundada por él, que acumula una deuda millonaria de US$ 63 millones a bancos uruguayos, de la que US$ 43 millones corresponden al BROU que lo calificó como “deudor irrecuperable”. Nos preguntamos si el Directorio del PN investiga las implicancias éticas de esta situación, porque debiera hacerlo. Toda su actitud  lo posiciona en un papel antisistema, y eso es muy peligroso para nuestra democracia. Porque la nuestra es una democracia de partidos y de políticos con trayectoria. Esa es su fortaleza.
Este “Juan de los palotes”, utiliza la formalidad de una agrupación nacional que no funcionaba, armada en el papel y a propósito por un viejo político para cumplir un requisito del estatuto partidario que lo habilite en su pretensión. Esto es engaño disfrazado con artificio. La autoridad está obligada a evaluar seriamente si el cumplimiento formal (en el papel) pero no en lo verdadero de un requisito puede servir para avalar un paso que dañará al partido. No hay atrás de este pretendido candidato ningún grupo de militantes o adherentes, ni agrupaciones departamentales. Hay en juego aquí valores centrales que deben prevalecer.

El Directorio tiene que tener el coraje de salvaguardar al partido de la prostitución del dinero. Ser precandidato a la presidencia es una cosa seria y con fuertes obligaciones. La democracia no debe arrodillarse ante la plutocracia. No en el partido de Oribe, de Saravia, de Herrera, de Wilson. Este jovencito con plata, en la medida que no lo acompaña un colectivo de agrupaciones, militantes, cuadros, expertos, no construye colectivamente una propuesta para el país. Toda su acción es autoreferenciada. Por eso en su publicidad afirma, “que sabe lo que (el Uruguay) necesita”. Él solitariamente sabe, él es el iluminado que viene desde afuera a decirnos lo qué necesitamos. Nosotros que estamos acá, que padecemos o gozamos del país, no sabemos lo que necesitamos. Debemos esperar a que este Juan de afuera venga en su jet privado, que es donde “actualmente vive”, a decirnos lo que necesitamos, los que nos viene a dar, él. l   
 

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