El rey Charles II
Nicolás Tabárez

Nicolás Tabárez

Periodista de cultura y espectáculos

Personajes > CARLOS III

Coronación de Carlos III: ascenso, caída y polémicas de un rey marcado por dos matrimonios

A lo largo de su vida, la imagen pública del actual monarca británico ha ido cambiando en base a sus vaivenes amorosos y un involucramiento directo en distintas causas
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05 de febrero de 2024 a las 15:43

Esta nota fue creada el 3 de mayo de 2023 tras la coronación de Carlos III, y vuelve a publicarse hoy ante la noticia de que al rey le detectaron cáncer.

Fue príncipe azul, heredero canchero y modernizador, fue monstruo inhumano, padre distante, niño hostigado, noble despreciado y ahora, finalmente, un rey bastante aceptado. Este sábado tiene lugar la coronación de Charles III del Reino Unido, un monarca que ocupa el trono recién a los 74 años, luego de toda una vida llena de polémicas, que lo llevaron de figura prometedora dentro de la familia británica a rodar por el barro y a tener una cierta redención ante el público en los últimos tiempos, aunque por supuesto, con matices.

La imagen de Charles y su percepción ante el mundo ha sido ambivalente y ha cambiado a lo largo del tiempo en un ciclo que en buena medida estuvo atado a los dos vínculos sentimentales que atraviesan su biografía: su fallido matrimonio con Diana y su largo romance, trágico, complicado, prohibido, pero de alguna forma tierno, con Camilla Parker-Bowles, que ahora es reina consorte.

Bajo el nombre Operación orbe dorado, desde hace ya algunos años, aún con la reina Elizabeth II viva, los planes para la coronación de Charles se han ido tejiendo gradualmente de cara a la ceremonia de este sábado, que más allá de protocolos y rituales, pretende ser un reflejo de las inquietudes y del estilo del monarca: se espera que sea más sencillo (dentro de los parámetros de una coronación real, por supuesto), más barata (ídem anterior), y representativa de las distintas comunidades y religiones que conviven en el Reino Unido actual.

Príncipe récord

Una taza conmemorativa de la coronación

Charles Phillip Arthur George –los royals no tienen apellido– tenía tres años cuando su madre asumió el trono. Pasarían siete décadas para que fuera su turno, momento en el que se convirtió en el hombre más viejo en asumir su puesto, y dejando los récords de longitud de sus períodos como príncipe de Gales y heredero aparente.

La infancia del futuro rey osciló entre las tradiciones de su familia y algunos cambios con respecto a sus antepasados. Fue, por ejemplo, el primer miembro de la familia real británica en asistir a instituciones educativas y no ser educado por tutores adentro del palacio.

Cuando en la década de 1990 se publicó su autobiografía, se reveló que su trayectoria educativa fue una experiencia traumática, llena de episodios de bullying (“gordito” y “orejón” eran dos favoritos de sus compañeritos de clase), y de una presión de su padre, el rey Philip, para asistir a ciertos colegios a pesar de estos episodios de hostigamiento.

En la autobiografía, Charles se despacha contra sus padres, señalando que fueron distantes y que sobre todo su padre había atacado constantemente su lado más sensible, generando frustraciones y resentimiento en él. Otro libro, en este caso las memorias de su hijo Harry, señalan que el ciclo se reiteró parcialmente. Allí, el exmiembro de la familia real pone a su padre como un hombre lejano, incapaz de manifestar su cariño.

Harry señala en su libro, En la sombra, que los herederos directos al trono tienen, por un lado, un estatus especial dentro de la familia, y por otro, una carga adicional sobre sus hombros. Ya desde su juventud, con sus primeros pasos y responsabilidades en la vida pública, ese rol estuvo presente en la imagen pública de Charles.

Al príncipe de Gales se lo retrató –  el también se encargó de mostrarse así– como un hombre con opiniones firmes, que no tenía problema en meterse con discusiones sobre temas de actualidad y sobre el devenir de su país, y que venía con un afán modernizador y reformista de la institución monárquica, así como de su vínculo con el país.

Abogado de causas como la lucha contra el cambio climático y el cuidado del medio ambiente, de la convivencia y la reconciliación entre indígenas y no indígenas en Canadá, o practicante de ese deporte nacional británico que es pedir disculpas, en su caso por la implicancia de sus antepasados y de su tierra en el comercio mundial de esclavos, además de patrón de las habituales obras de beneficencia que suelen comandar los miembros del clan Windsor, Charles no ha tenido tapujos en romper una de las reglas de la monarquía y meterse con la política británica.

En 2015, tras un largo proceso legal, la justicia del Reino Unido determino que se publicaran una serie de cartas y documentos enviados por el por entonces príncipe a distintos políticos y miembros del gobierno, donde opinaba y compartía sus preocupaciones al respecto de temas de arquitectura, agricultura, cuestiones de desigualdad social y hasta modificación genética. Aunque hubo cuestionamientos a su intromisión en cuestiones a las que debe mantenerse ajeno, también hubo un reconocimiento por mostrar su interés en estas áreas y no ser un monarca ajeno al mundo real.

Esa percepción incluso se trasladó a la ficción, como la escandalosa obra teatral devenida en película televisiva King Charles III, que a mediados de la década pasada imaginó su ascenso al trono y un consecuente escándalo político cuando con la intención de proteger la libertad de prensa ante la aprobación de una ley de control gubernamental a los medios, el rey disuelve el Parlamento mientras en paralelo lidia con un complot de su heredero, William, y su esposa, Kate, para desplazarlo, y con una profética trama sobre el príncipe Harry y su deseo de vivir como plebeyo para poder casarse con una mujer que no viene de la aristocracia y que es el blanco de críticas y campañas de la prensa sensacionalista.

La princesa y la consorte

Aunque hoy parezca una noción bastante increíble, en su momento Charles fue un soltero codiciado, hasta que a comienzos de la década de 1980 empezó su relación con Diana Spencer.

Aquel romance en apariencia idílico, una boda de cuento de hadas y un matrimonio de apariencia perfecta causó sensación en todo el mundo. Diana y Charles eran una pareja aspiracional, cuyo enlace fue seguido por millones de personas, y tuvo tal impacto que pocos meses después se estrenaban en la televisión estadounidense dos películas sobre el cortejo y la boda.

Pocos años después, se hizo patente que el cuento se había acabado pero nadie comía perdices, ni los protagonistas eran felices. Además de una sucesión de affaires de cada una de las partes, había otro componente en la dinámica de la relación: Diana era una verdadera estrella, un ícono popular que había eclipsado completamente a su marido en la consideración mediática y del público.

Charles y Camilla

Y todo se agravó con la muerte de Diana en 1997. Una nota del Washington Post de ese momento muestra a ciudadanos de a pie furiosos con Charles, echándole la culpa del asunto y proponiendo que Camilla, su amante durante su matrimonio con Diana y muy pronto pareja formal del príncipe de Gales, tenía que irse del país.

En agosto de 2022, Andrew Morton, biógrafo de Diana, señalaba a la revista People el impacto que todo el asunto tenía sobre el inminente rey. “Su tragedia es que haga lo que haga, diga lo que diga, se comporte como se comporte, siempre será recordado por una cosa: el hecho de que su matrimonio de cuento de hadas se terminó”.

Y agregaba: “Siempre lo perseguirá. Su vida está definida por su matrimonio”.

Tampones, desnudos y redención

Tanto Charles como Camilla salieron dañados en cuanto a imagen pública después del fallecimiento de Diana. Las revelaciones de los años previos sobre su relación y detalles que oscilaban entre lo morboso y lo incómodo como el “tampongate”, la publicación de audios de charlas telefónicas en las que el heredero al trono se imaginaba como dicho accesorio solo sumaron a la debacle.

Durante la década de 1990, Charles se convirtió en una de las víctimas predilectas de los tabloides, que llegaron a publicar fotos de él desnudo durante unas vacaciones. Su imagen nunca se recompuso del todo, y de hecho, en el libro de Harry es una de las figuras de la familia real que peor paradas quedan.

A su padre le achaca una falta de apoyo ante los ataques mediáticos contra él y su esposa Meghan Markle, y si bien reconoce la felicidad que encontró con Camilla, señala que ella orquestó campañas de enchastre contra él para mejorar su imagen, y que Charles no hizo nada por detenerla.

Pese a este cascoteo, el ahora rey ha generado un cambio de percepción. Una encuesta de 2019 citada por el diario británico The Independent estipulaba que la mitad de sus súbditos preferían que abdicara y dejara el lugar en la línea sucesoria a William. Ahora, su aprobación está en un 55%, aunque todavía por debajo de la de su hijo mayor.

Su llegada al trono cambió las cosas y también lo obliga a cambiar a él. Aquél príncipe que se metía en cuestiones políticas tendrá que dejar esa faceta atrás. Al asumir el trono, como de alguna forma demuestra The Crown –o incluso lo cuenta Harry en su libro– uno deja de ser humano y pasa a ser institución.

Ser monarca hace que el individuo se haga bronce, se convierta en representante de algo más. Cuando cumplió 70 años, a Charles le preguntaron si mantendría ese carácter. Y dejó claro que la empresa familiar está por encima de todo. “No lo voy a hacer. No soy tan estúpido. Me doy cuenta que es algo separado de ser soberano. Entiendo completamente como funcionan las cosas”.

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