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Costo real del trabajo fantasma

Calcular su total impacto económico pudiera ayudarnos a entender los problemas de productividad y de empleo
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03 de febrero de 2023 a las 13:59

Por Rana Foroohar

Uno de los grandes misterios económicos del momento es por qué está cayendo la productividad de los trabajadores, particularmente en EEUU.

Algunos economistas dicen que se trata simplemente de una corrección por el trabajo insosteniblemente duro que muchos de nosotros hicimos durante la pandemia de Covid-19. Pero también hubo un descenso de la productividad después de la Gran Recesión. Y aunque definitivamente hay importantes factores a largo plazo en juego, como el fracaso de la educación para mantenerse al día con la tecnología (lo cual, a su vez, reduce la productividad), yo creo que existen otras cuestiones poco exploradas; entre ellas, el aumento del "shadow work", o trabajo fantasma.

“Trabajo fantasma" es un término acuñado por el filósofo austriaco y crítico social Ivan Illich en 1981. Para él, incluía todo el trabajo no remunerado que se realiza en las economías, como las labores maternas y domésticas. Pero, más recientemente, el término se ha ampliado para incluir el trabajo que las compañías han podido pasarles a sus propios clientes a través de la tecnología.

En el libro de 2015 "Shadow Work: The Unpaid, Unseen Jobs That Fill Your Day” (El trabajo fantasma: los empleos gratis e inadvertidos que llenan tu día), el exeditor de la revista Harvard Craig Lambert se centró en la miríada de tareas que solían hacer otras personas y que ahora la mayoría de nosotros hacemos por nosotros mismos, generalmente con la ayuda de dispositivos digitales. Esto incluye de todo, desde operaciones bancarias a reservaciones de viajes, hasta ordenar comida en restaurantes y embolsar los comestibles, sin mencionar descargar y navegar por las aplicaciones que necesitamos para pagar multas de estacionamiento o hacerles seguimiento a las tareas escolares de nuestros hijos o incluso solucionar nuestros propios problemas tecnológicos.

Aunque ni Lambert ni grupos como la agencia estadística del Fondo Monetario Internacional (FMI) tienen una buena estimación de la cantidad total de trabajo adicional que representan estas tareas, es claramente sustancial, y creciente, sobre todo si se toma en cuenta la investigación que muestra que una cuarta parte de todos los puestos de trabajo en EEUU experimentarán serias disrupciones debido a la automatización para 2030 (de hecho, la mayoría de los empleos experimentarán algún nivel de disrupción). "No deja de sorprenderme cómo nos han engañado para que ocupemos nuestro tiempo lidiando con cosas de las que otros solían ocuparse por nosotros", afirma Lambert.

En una semana reciente y nada inusual, yo descargué y utilicé varias aplicaciones nuevas en mi teléfono para hacer cosas como pagarles a tutores de preparación universitaria, reservar clases, y organizar unas vacaciones en el extranjero. Luego me enfrenté al particular infierno estadounidense del trabajo sin remuneración en el cuidado de la salud. Esto incluyó la introducción de información médica para los proveedores, la presentación de reclamaciones de seguros para varios miembros de la familia, y el esfuerzo de tratar de obtener reembolsos o corregir los frecuentes errores que aparecen en un sistema altamente fragmentado y complejo en el que varias entidades están tratando de cargarse costos entre sí.

Perdí un par de horas intentando resolver (sin éxito) un problema con un pedido de una tienda por departamentos, pasando de múltiples correos electrónicos de ayuda a chatbots y a conversaciones con centros de atención telefónica en el extranjero, los cuales prometieron arreglar las cosas, pero no lo hicieron. Al final recurrí a la compañía de mi tarjeta de crédito, Visa, la cual a su vez me pidió que introdujera más información digital.

Un viaje de negocios requirió el uso de una plataforma de viajes desconocida, lo cual requirió tiempo y esfuerzo para aprender. Ingresé mis selecciones para el almuerzo digitalmente en un quiosco en el aeropuerto, en donde se me preguntó si quería dejar propina (¿para mí?). Cuando el vuelo se retrasó, me senté en una cafetería donde había que hacer los pedidos a través de un iPad. Después de 30 minutos esperando por un café con leche, miré a mi alrededor en busca de ayuda, pero no pude encontrar un ser humano con quien quejarme (el tipo al lado mío me dijo que llevaba 40 minutos esperando). Al final abordé el avión sin café ni reembolso.

Se pudiera argumentar que todo este trabajo fantasma hace bajar los precios al consumidor, al reducir el trabajo humano. Tal vez sea así. Pero ¿es productivo para la economía en su conjunto? Hay que preguntarse. ¿Tiene sentido que yo, como un trabajador del conocimiento bien pagado, pase varias horas a la semana luchando con tareas que antes hacían mucho mejor los trabajadores de nivel básico que necesitaban el empleo?

Ésta no es una pregunta petulante, sino razonable. Economistas como Joseph Stiglitz han citado el trabajo fantasma como una externalidad negativa de un sistema de mercado en el que se incentiva a las compañías a deshacerse de los costos laborales. Lambert señala que una de las consecuencias negativas del trabajo fantasma es la pérdida de trabajo de nivel básico en el sector de servicios. Un estudio de la Institución Brookings de 2019 señaló que los empleos con salarios más bajos son los que corren más riesgo de automatización, lo cual a su vez significa que los más jóvenes y las minorías en particular corren el riesgo de sufrir el tipo de disrupción del mercado laboral que da lugar al trabajo fantasma. A menos que haya una mejora en el sistema educativo para mantenerse al día con el paso de la tecnología, muchos de estos trabajadores no podrán conseguir nuevos empleos, y la productividad y el crecimiento disminuirán.

Mientras tanto, en una economía cada vez más automatizada, el contacto humano en general se ha convertido en un lujo. Los verdaderamente ricos tienen a otros humanos que les hacen el trabajo fantasma. Y sí, la tecnología puede reducir la "fricción", pero eso depende de lo que se considere fricción. Esto me hace recordar a Sherry Turkle, una profesora del Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT, por sus siglas en inglés), quien me habló de una aplicación impulsada por sensores desarrollada por un colega que les permitía a los académicos ir de una clase a otra sin toparse con otro ser humano que pudiera distraerlos. Sin fricción, sí. También sin rostro.

Está claro que la automatización y la economía de las aplicaciones traen consigo muchas ventajas. Los costos emocionales del ajetreo y de la distracción que nos coloca a todos en nuestros silos de información individuales son difíciles de calcular. Pero rastrear el costo económico total del trabajo fantasma sería un proyecto que valdría la pena.

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