Tapa del libro recientemente publicado por Planeta

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Cuando Roberto Jones le pidió perdón a un empresario al que había mantenido secuestrado en una “cárcel del Pueblo”

Una reciente biografía del reconocido actor se adentra, entre otros temas, en su pasado tupamaro
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06 de agosto de 2022 a las 05:04

El reconocido actor Roberto Jones se explayó sobre su experiencia como tupamaro en la biografía que acaba de publicar la editorial Planeta y que lleva como título su nombre.
En el libro, escrito por la periodista Fernanda Muslera, Jones relata que integró los cuadros políticos del MLN y no su aparato armado por dos razones: porque nunca dejó de actuar en televisión y porque tenía mala puntería.

Se desempeñó como mensajero, pero también cumplió tareas dentro de una cárcel del Pueblo. Al respecto cuenta la relación muy especial que tuvo con un empresario secuestrado durante nueve meses por el MLN-T, período en el cual le ocurrió una desgracia familiar de la que no fue informado: un hijo suyo falleció en un accidente de moto.
Jones es hoy muy crítico respecto a las condiciones en las que la guerrilla encerró a sus cautivos.

“Las cárceles del Pueblo eran un horror. Haber tenido a esta persona nueve meses en una camita, con un tejido y una palangana, con la luz prendida, sin saber dónde estaba, era un horror, ni te digo la gente que estuvo años”.

El empresario secuestrado, además, estaba incomunicado. Cuando llegó el momento de liberarlo, se le encomendó a Jones la tarea de darle la terrible noticia del fallecimiento de su hijo.

“Él era muy católico, entonces me encomendaron que fuera a prepararlo porque lo íbamos a liberar”, relata en el libro. “Se había llegado a un acuerdo, no sé cuánto dinero era o si era solo por dinero. Pero él era muy buena persona. Tuve que prepararlo porque él no sabía dónde estaba, ni que día era, se le cambiaba la hora de la comida para que no tuviera noción del tiempo. Los presos estaban incomunicados, como después le pasó a los rehenes de la dictadura. Pero el problema más grande era el hijo, porque él no sabía”.

Aquella experiencia lo marcó. 

“Como él era católico y yo también, llevé el Evangelio y empezamos a hablar”, cuenta. “Me acerqué mucho a él, teníamos conocidos en común, algunos sacerdotes, se dio cuenta de que yo era cristiano y en determinado momento, le tuve que decir lo del hijo. Se puso horrible. No podíamos liberarlo en ese estado, pero tenía una gran entereza moral ese hombre. Lloraba y me decía: ‘Lo único que lamento y nunca voy a poder arreglar es no haber estado al lado de mi esposa’”.

Quizás el dolor de aquel hombre influyó decisivamente para algo que Jones admite: nunca olvidó las “cosas malas” que hizo.

Diez años después

Pasó una década desde aquella conversación delante del Evangelio. En la Nochebuena de 1982, el actor llamó por teléfono a la casa del empresario. 

“Él nunca me había visto, porque en la cárcel del Pueblo yo estaba con capucha. Él no nos veía a nosotros, incluso el embajador inglés, cuando lo tuvimos preso, nos dijo: ‘Parecen el Ku Klux Klan’. (…) Entonces llamé por teléfono al empresario, hablé con la señora y le dije: ‘Soy Roberto Jones’. ‘¡Ah! El actor’, contestó. Atendió él y le dije que le quería confesar una cosa esa Nochebuena. ‘¿Sabe? Yo lo tuve en la Cárcel del Pueblo’. Se hizo un silencio. ‘Usted estuvo nueve meses en la cárcel del pueblo, yo estuve nueve meses preso, los dos sufrimos. Le pido perdón’. Se puso a llorar. ‘No, no me diga eso, mire que yo desde que salí nunca tuve rencor’. ‘¿Se acuerda de aquel que llevó el Evangelio?’. ‘Ah, era usted’. ‘Soy yo. Le pido perdón, feliz Navidad’. ‘Llámeme de vuelta, venga a verme’, me contestó”.

Aquel diálogo provocó que Jones intentara dar un paso más allá en el afán de transmitir un mensaje de reconciliación. Todavía gobernaba la dictadura, pero ya había comenzado a gestarse el lento proceso de apertura política. Para ese entonces, el actor ya no era tupamaro sino que adhería al sector mayoritario del Partido Nacional, opositor a la dictadura. 

“Entonces se me encendió una cosita y fui a la iglesia, a la catedral, a la curia romana, se lo comenté a un cura muy importante y le dije: ‘Yo estoy dispuesto a hacer un acto de reconciliación, a abrazarme con el empresario en el atrio de la catedral o en el altar’. Me dijo que no, que era una locura. Y yo decía: ‘Pero es un mensaje muy fuerte, yo quiero que los que están presos salgan cuanto antes y quiero que cuando salgan, yo doy mi palabra, las fuerzas armadas me la dieron a mí, quiero que nos reconciliemos y demos el ejemplo’. Pienso que hubiera sido un gesto muy grande”.

El libro nunca lo dice, pero todo indica que el secuestrado fue Ricardo Ferrés Terra, importante empresario arrocero fallecido en 1993.

Ferrés estuvo secuestrado 288 días por el MLN-T, nueve meses y medio. Fue liberado en enero de 1972, tal como relata Jones. Uno de sus hijos murió en un accidente mientras estaba en poder sus captores.

Otro de sus hijos contó cómo fue el secuestro en una reciente entrevista con El País. “Salió de casa en su Fusca, en Punta Yeguas y pasando el puente de los Penachos había un auto parado y con el capó abierto. Frenó para ver qué precisaba, y el que estaba ‘revisando’ el motor le dijo ‘lo preciso a usted’. Le pegaron un culatazo y lo noquearon”.
Tras ser liberado, Ferrés Terra dio una entrevista al semanario Marcha. Se publicó el 4 de febrero de 1972 y fue firmada con la sigla HVS.

Ferrés atendió al periodista en su empresa Molinos Arroceros. Había adelgazado mucho, pero negó que lo hubieran mal alimentado.

La derrota militar del MLN no se había procesado todavía.

El industrial afirmó que no guardaba odio ni rencor. Y recordó el momento en que le dijeron que había perdido un hijo. Quien le había dado la noticia era Jones, pero él todavía no lo sabía.

“Cuando ellos me lo notificaron, diez horas antes de ponerme otra vez en contacto con el aire, me enojé mucho e incluso les hice una dura crítica. Hoy entiendo que ellos actuaron bien, aunque sea muy duro decirlo (…) porque me hubieran sometido a una verdadera tortura si me lo hubieran dicho en el momento en que desgraciadamente pasaron las cosas”.
Cuando le preguntaron cómo seguiría su vida, sostuvo que continuaría trabajando “con un criterio empresarial”: “Como oligarca. Yo no sabía que era un oligarca. Ellos me pusieron el sello: soy un oligarca, ¿qué voy a hacer?”.

“Ahí me di cuenta”

En el libro, Jones cuenta sus historias en primera persona. Cuando Muslera siente la necesidad de citar otro testimonio o documento, lo incluye en una nota al pie.
La biografía recorre toda la agitada vida del actor, incluyendo sus parejas, su muy especial relación con Jorge Luis Borges, su militancia wilsonista (fue uno de los que acompañó a Wilson en el barco que lo trajo de retorno desde Buenos Aires) y su pasaje por la Comedia Nacional (“los cinco peores años de mi vida”). 

Su militancia en la guerrilla la pagó con nueve meses de cárcel, entre febrero y noviembre de 1972. Cuando lo liberaron, sintió el rechazo por su condición de tupamaro en sus conocidos, vecinos, compañeros de trabajo y hasta en su familia.

“Ahí me di cuenta que no éramos héroes, sino villanos”. Pidió para volver a entrar a la cárcel y hablar con sus compañeros. Les dijo: “Muchachos, nos odian, prepárense para salir”. 
Hoy sostiene que “es inútil la lucha armada porque siempre, además, caen inocentes”.

Sin embargo, y pese a todo, Jones sigue sintiéndose hermanado con quienes fueron sus compañeros en el MLN-T.

“Los quería a todos muchísimo, eran excelentes personas. Llenos de ansias y esperanzas de construir un mundo mejor. Ya sé que cada vez que digo esto recibo maldiciones, pero así lo siento. Todos los tupas que conocí fueron mis hermanos políticos. Vivimos situaciones tremendas, pero nadie nos obligó a hacer lo que hicimos. Tomamos caminos diferentes, pero nunca, en lo más profundo de nuestras almas rebeldes, pudimos soltarnos de nuestros principios socialistas y libertarios”.

En el año 2000 pidió perdón públicamente por sus actos en la guerrilla. 

“No tengo problema en pedir perdón al pueblo, no a los oligarcas, esos también tienen que pedir perdón”.
 

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