Alemania, 1923: un ama de casa cocina con billetes de marcos, más baratos que el carbón tras una inflación de 56.000.000.000% en cuatro meses
Billete del Banco Nacional o Banco de Buenos Ayres, que circuló en la Provincia Oriental a partir de 1825-1826 (Museo Numismático del Banco Central).
Miguel Arregui

Miguel Arregui

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De cuando los billetes se cargaban en carretilla

Una historia del dinero en Uruguay (I)
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11 de octubre de 2017 a las 05:00

La batalla de Ituzaingó del 20 de febrero de 1827, la principal victoria de los argentinos y orientales contra las fuerzas brasileñas, fue una sucesión de errores afortunados, tanto como para que se la llamara "la batalla de las desobediencias". Incluso Juan Antonio Lavalleja, líder de la caballería oriental, riñó con el jefe del Ejército Republicano, Carlos María de Alvear. Y días después del triunfo, la tropa se amotinó cuando se le quiso pagar su salario con los desvalorizados billetes del Banco de Buenos Ayres. Podrían ser analfabetos pero no tontos.

La primera gran inflación al oriente del río Uruguay aconteció en los preámbulos de la independencia, cuando el territorio era manzana de discordia entre Argentina y Brasil; y la última trepada de precios de tres dígitos ocurrió en 1990, lo que gestó un programa de estabilización y responsabilidad monetaria que aún perdura.

La República Oriental nació sin moneda propia, por lo que durante décadas utilizó la que aceptaran sus ciudadanos. El Banco de Buenos Ayres, creado en 1822, luego llamado Banco de las Provincias Unidas, o Banco Nacional, empapeló el área del Río de la Plata, por lo que las personas huían del dinero. Hasta la más modesta pulpería sólo aceptaba moneda metálica, aunque fuese el depreciado cobre del Banco do Brasil, otro emisor de baratijas.

El Banco de Buenos Ayres, creado en 1822, luego llamado Banco de las Provincias Unidas, o Banco Nacional, empapeló el área del Río de la Plata, por lo que las personas huían del dinero.

La emisión de papel moneda por bancos privados que operaban en Montevideo y el Litoral norte se inició en 1857, en tanto el peso uruguayo, también lanzado en papel y metálico por instituciones privadas, se creó recién en 1863.

Billete del banco nacional o banco de Buenos Ayres
Billete del Banco Nacional o Banco de Buenos Ayres, que circuló en la Provincia Oriental a partir de 1825-1826 (Museo Numismático del Banco Central).
Billete del Banco Nacional o Banco de Buenos Ayres, que circuló en la Provincia Oriental a partir de 1825-1826 (Museo Numismático del Banco Central).

El barón de Mauá, empresario brasileño que tuvo un papel decisivo en Uruguay, declaró en 1861 que el país "tenía la fortuna de poseer un circulante metálico", en comparación con el cobre brasileño de bajo valor y el papel de Buenos Aires.

El papel moneda se impuso dificultosamente en la segunda mitad del siglo XIX y principios del XX después de grandes "corridas", sangre, sudor y lágrimas, y gracias a su respaldo en metálico. Cualquiera que desconfiara de su valor podía ir a la ventanilla del banco emisor a cambiarlo por plata u oro.

La destrucción del peso uruguayo

Pero desde 1914, cuando en Europa estalló la Gran Guerra y Uruguay abandonó el patrón oro, el valor y prestigio del peso quedó a merced de los gobiernos, que apenas tres lustros después lo habían degradado considerablemente. Entonces, en 1931, se estableció el control de cambios, que suele ser tan eficaz como tapar el sol con las manos. Entre fines de 1940 y 1998 el país padeció una inflación sostenida de dos y tres dígitos.

Desde la década de 1920 hasta hoy el peso uruguayo se devaluó 28 millones de veces frente al dólar estadounidense, una moneda que tampoco es gran cosa, y menos desde que en 1971 dejó de ser convertible en oro. Pero ha sido un activo más confiable que el peso, y por consiguiente, en tiempos tormentos, tiende a sobrevalorarse.

Desde la década de 1920 hasta hoy el peso uruguayo se devaluó 28 millones de veces frente al dólar estadounidense, una moneda que tampoco es gran cosa

Este capítulo inicia una larga serie de notas sobre la historia del dinero en Uruguay, acompañada de una historia de la inflación, que es un impuesto encubierto e ilegítimo, pues nadie lo votó, que utilizan gobiernos frívolos o desesperados.

La palabra "moneda" se refiere aquí tanto a monedas metálicas, estrictamente, como a billetes de papel respaldados por instituciones privadas o por la autoridad monetaria de los países: Banco de la República, Banco Central, Banco de Inglaterra, Reserva Federal y así.

La moneda es una mercancía como cualquier otra, cuyo precio sube y baja según su cantidad y las apetencias del mercado, y que se acepta como medio de pago de bienes, servicios y deudas. También se utiliza como unidad de cuenta y para ahorro o reserva de valor.

El banco central de un país emite la cantidad de dinero que le parece, a él o a su gobierno, y el mercado dice cuánto vale. (Solo una parte de la emisión es física: en billetes y monedas; el resto es dinero electrónico en los balances de empresas y bancos). El precio se puede fijar, por supuesto, como se ha intentado millares de veces con tipos de cambio artificiales; pero si no es realista, habrá serios problemas: mercado negro o "paralelo", huida del dinero, fuga de capitales, inflación, devaluación.

Qué es la inflación

Cada billete emitido por un Estado representa una pequeña porción de toda la economía del país; y todos los billetes representarían el total de la economía. En el largo plazo, la cantidad de dinero circulante debería aumentar (o disminuir) según la variación del producto bruto (PBI), para que su cotización se mantenga más o menos inalterada. Cualquier emisión por encima del PBI es potencialmente inflacionaria, del mismo modo que un retiro masivo de dinero provocaría deflación (caída perdurable del nivel de precios).

Dólares de Zimbabue
Billete de 100.000.000.000.000 dólares de Zimbabue, la antigua Rodesia del Sur, emitido en 2008
Billete de 100.000.000.000.000 dólares de Zimbabue, la antigua Rodesia del Sur, emitido en 2008

Los gobiernos, como las familias, tienen pocas opciones cuando están gastando por encima de sus posibilidades: o aumentan la recaudación, o bajan los egresos, o toman crédito para cubrir la diferencia. Pero la inflación es un pase de magia tramposa. El gobierno cubre sus déficits con una emisión de papel moneda que crece más rápido que el conjunto de la economía. Funcionarios, jubilados y proveedores del Estado cobran con billetes recién impresos. La cantidad de dinero aumenta muy por encima de la cantidad de bienes y servicios, lo que provoca inflación, que a su vez licúa el valor real de salarios y pasividades y desata una lucha perpetua por aumentos.

Los gobiernos, como las familias, tienen pocas opciones cuando están gastando por encima de sus posibilidades: o aumentan la recaudación, o bajan los egresos, o toman crédito para cubrir la diferencia. Pero la inflación es un engaño

A setiembre de 2017 la base monetaria uruguaya (la cantidad de dinero en plaza) sumaba alrededor de 104.000 millones de pesos, que equivalían al 6,5% del PBI. Si el déficit fiscal de entonces, que era de 3,6% del PBI, se hubiera cubierto enteramente con dinero nuevo, sin tomar deuda pública, la base monetaria debió ser aumentada 55%, y la inflación anual también rondaría el 55%. Sin embargo la inflación anualizada era menor al 6%, porque el gobierno financiaba la mayor parte del déficit tomando deuda pública, un recurso legítimo, y muy poco con emisión, que es la vía del engaño.

La aplicación de controles, una de las recetas más probadas y fracasadas de la historia, impide que el ajuste se haga a través del aumento de precios, según las reglas del mercado, sino mediante filas, escasez y corrupción sistémica, como ocurre hoy en Venezuela, y sucedió en Uruguay entre las décadas de 1950 y 1960, cuando –en el colmo del absurdo– escaseaban hasta la harina de trigo, la carne y la leche. En teoría los productos son baratos pero simplemente no existen, salvo en el mercado negro, pues nadie puede vender por mucho tiempo por debajo de sus costos sin entrar en quiebra.

Un impuesto que nadie votó

Una de las causas de la revolución estadounidense de las décadas de 1760 y 1770 fue la aplicación de impuestos sin el voto conforme de los colonos, quienes no tenían representantes en el parlamento británico. Ellos establecieron el principio: "No hay impuesto sin representación".

La inflación obra como un impuesto bastardo: nadie lo votó. Es también una forma de fraude, pues permite a los responsables diluir responsabilidades y atribuirlas a los productores, intermediarios y comerciantes. Los controles de precios son inútiles pues atacan las consecuencias, no sus causas, además de estimular la corrupción y los mercados clandestinos.

Los déficits fiscales financiados con billetes nuevos e inflación no fueron un fenómeno excepcional sino permanente en Uruguay y en América Latina.

Es habitual que países prósperos y con una política monetaria estricta registren deflación durante algunos períodos más o menos breves, como fue el caso de Gran Bretaña en la década de 1920, cuando Winston Churchill era ministro de Hacienda. Él trató de regresar al patrón oro y a la paridad cambiaria de antes de la Gran Guerra. Después de cada guerra mundial, Gran Bretaña fue más pobre o quedó en quiebra, por lo que era muy costoso volver atrás el reloj. También hay casos de deflación de largo aliento, en economías maduras como la de Japón desde la década de 1990.

Incluso Uruguay registró deflación o caída generalizada de precios entre 1921 y 1923, durante la depresión que siguió a la Primera Guerra Mundial, y de nuevo en 1932 y 1933. Luego de ambos ajustes, la economía inició su recuperación.

Los ejemplos de inflación son mucho más abundantes.

Décadas con más de 50% de inflación anual

Desde 1935, rota la conexión histórica con las reservas en oro, los gobiernos uruguayos comenzaron a emitir dinero nuevo, muy por encima del aumento de la producción, con el fin de expandir el gasto público y estimular la economía, o simplemente hacer "clientelismo" político. A partir de 1962-1963 la emisión se utilizó para cubrir grandes déficits fiscales. El resultado fue la "estanflación": una mezcla de estancamiento económico con inflación, y permanentes conflictos por ingresos y reajustes.

En los últimos 80 años, cuando diversos gobiernos envilecieron la moneda uruguaya, la inflación promedio anual superó el 30%. La peor etapa ocurrió entre 1951 y 1991: un promedio de 50% cada año. En las últimas dos décadas el promedio bajó a 8,6% anual, aunque sigue estando muy por encima del promedio mundial, que hoy no llega a 2%.

Entre 1951 y 1991 la inflación en Uruguay alcanzó un promedio anual de 50%

No hay que confundir inflación, que es un fenómeno constante y generalizado, con salto de precios, que es un evento efímero y responde a la trepada abrupta de uno o varios bienes y servicios: una mala cosecha de frutas y verduras, un aumento de impuestos aduaneros. En este caso los precios relativos sufren un reacomodo y luego permanecen más o menos constantes.

Un ejemplo clásico de "salto de precios" es el que provocó en todo el mundo el shock petrolero de 1973-1974, cuando el valor del barril se multiplicó por cuatro tras la guerra árabe-israelí. Otros shocks petroleros se produjeron en 1979, entre 1999 y 2008, y de nuevo entre 2009 y 2013.

Casos extremos: hiperinflación

Se habla de "hiperinflación" cuando la subida del nivel de precios es muy rápida y constante, como ocurre ahora en Venezuela. También Argentina, Brasil, Perú, Bolivia, Chile, Nicaragua y otros países de la región han padecido grandes inflaciones provocadas por la enorme emisión de dinero para cubrir presupuestos sin financiamiento.

La inflación superó el 3.000% en Argentina en 1989, en la etapa final del gobierno de Raúl Alfonsín, y fue más alta aún al año siguiente, en los inicios de la gestión de Carlos Menem. Las personas cobraban sus salarios y corrían hacia los supermercados, para ganarle unos minutos al remarque de precios. La crisis provocó una suerte de locura colectiva: licuación de salarios y pasividades, quiebras, incremento vertical de la pobreza, desempleo, default de la deuda pública y la entrega anticipada del gobierno.

El fenómeno fue aún más grave en Brasil durante los gobiernos de José Sarney y Fernando Collor. En 1989 la inflación trepó a 2.000% (otra fuentes sostienen que se acercó a 5.000%), y a 2.500% en 1993 (otros dicen que hasta 7.000%). Las cosas simplemente desaparecieron de los estantes, pues nadie conocía su valor.

Esas cifras de Argentina y Brasil, siendo muy altas, fueron poca cosa comparadas con la "hiper" alemana de 1921-1923. Entre julio y octubre de 1923, el Papiermark padeció una inflación de 56.000.000.000%. Entonces la economía se desmonetizó: las personas abandonaron el dinero y recurrieron al trueque. Al iniciarse el año el dólar estadounidense valía 17.972 marcos, y el 20 de noviembre costaba 4.200.000.000.000 marcos.

La República de Weimar, que siguió a la caída del Káiser, heredó una moneda depreciada durante la guerra y una economía en quiebra. Y la impresión de papel moneda se volvió frenética para pagar el presupuesto nacional y las "reparaciones" de guerra que el Tratado de Versalles de 1919 impuso a los vencidos.

Las cosas estaban bastante mejor en 2009 en Zimbabue, la antigua Rodesia del Sur, donde la inflación, según cifras oficiales, era del 160.000% antes de que la moneda local se extinguiera.

Algunas personas utilizaban carretillas en Alemania en 1923 para transportar el papel necesario para las simples compras del día. Entre la derrota militar, la hiperinflación, la ruina de empresas, el desempleo y la miseria, la vida se puso demasiado difícil.

Algunas personas utilizaban carretillas en Alemania en 1923 para transportar el papel necesario para las simples compras del día

Las hiperinflaciones siempre, sin excepción, son causadas por un gran aumento de la cantidad de dinero circulante. Llega un momento en que la inflación se alimenta a sí misma, como una gran hoguera provoca los vientos que la avivan. En medio del caos, las expectativas pueden aumentar el nivel de precios por encima de la emisión de papel, pero no podrán sostenerlo mucho tiempo si la oferta monetaria se contrae.

Los demagogos y las turbas responsabilizaron a los agiotistas, a los comerciantes, a los judíos. La otra opción de los gobernantes era asumir su propia responsabilidad, pero eso no ocurre jamás. Adolf Hitler, quien ese mismo año intentaría tomar el poder mediante un putsch, atacó directamente a la República de Weimar: "El propio Estado se ha convertido en el mayor estafador y ladrón". Muchos jóvenes engendraron un odio completo hacia los liberales y se abrazaron a los nazis o a los comunistas. Los nazis se harían con el poder más adelante, durante la Gran Depresión mundial.

El récord mundial de hiperinflación fue alcanzado en 1946 en Hungría –después de la Segunda Guerra y antes de la instauración del comunismo soviético– cuando llegó a 41,9 trillones por ciento, con un promedio mensual de 19.800%. A esa tasa, los precios de los productos se duplicaban cada 15 horas. Consecuencias: ruina económica, fin de la moneda o "desmonetización", parálisis económica, caos político, violencia, caldo de cultivo para extremistas. Las personas se sienten tan inseguras que se aferran a cualquier clavo ardiente si representa estabilidad.

Lecciones de la historia

La sociedad estará más que dispuesta a una gran reforma monetaria, que cree incluso una nueva moneda, y que incluya un severo ajuste con mayor recaudación impositiva y menos gasto para cerrar la brecha. Y también puede quedar postrada y proclive a regímenes totalitarios.

En estos tiempos de inflación moderada, en que los pueblos son más informados y los gobiernos no son tan impunes para corromper la moneda, campea sin embargo el desconocimiento. Quizá la más grande lección de la historia es que nadie aprendió las lecciones de la historia, señaló Aldous Huxley.

Próxima nota: La primera inflación la trajo Lavalleja en 1825

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