A veces, cuando las minorías -políticas, raciales, religiosas- dejan de serlo y pasan a ser mayoría o logran posiciones de poder de las que carecían, actúan con revanchismo sin advertir que incurren en el mismo pecado contra el que antes protestaban. ¿Qué hubiera sido de Sudáfrica si no hubiera contado con un hombre de la estatura de Nelson Mandela para acallar las voces de quienes pedían aniquilar todo resquicio del "poder blanco?
En Uruguay, desde hace un tiempo, ciertas minorías o mayorías discriminadas, están adquiriendo derechos que antes le eran negados, pero a la hora de actuar utilizan en algunos casos esos derechos con prepotencia cuando no con ignorancia e incluso con virulencia.
Un ejemplo es el de una organización feminista que no cuenta en sus estadísticas a las víctimas de violencia doméstica cuando se trata de varones. Si un padre o una madre mata a su hijo y a su hija, estas militantes sólo cuentan una víctima, la femenina. Es la expresión más extrema de cómo, en un contexto donde el derecho de las mujeres ha ganado terreno contribuyendo con ello a que haya más denuncias de violencia inter género, ese logro se transforma en un despropósito cargado no sólo de discriminación sino de ignorancia.
Un estudio coordinado en su momento por el psicólogo Robert Parrado mostró que la abrumadora mayoría de un grupo de hombres violentos que fueron sondeados, habían sido ellos mismos víctimas de violencia durante su niñez. Desconocer la violencia ejercida contra los hombres es atentar en el futuro contra la integridad de las mujeres. Si, como hace esa organización feminista, a los hombres victimizados se les da un papel secundario, en el futuro ellos se encargarán de ser protagonistas y de la peor manera.
Desconocer la violencia ejercida contra los hombres es atentar en el futuro contra la integridad de las mujeres
El empuje hacia un nuevo orden de igualdad de género ha llevado a que quienes de una u otra manera se expresan públicamente -políticos, periodistas, gremialistas- se sientan obligados a feminizar el lenguaje a extremos en ocasiones absurdos. Por ese camino de aniquilar los genéricos en aras de un interés superior, llegará un momento en que mi profesión será la de "periodisto".
Esta nueva corrección política no solo ha agredido el lenguaje sino que ha eliminado los contextos. Por eso si un hombre en el marco de una pelea con otro hombre lo tilda de "puto", es considerado un sexista de hecho y no una persona enojada que, en todo caso, intentó apelar a la condición machista del otro para que el insulto lo impactara. Decir "maricón" puede ser un acto violento pero el que lo propala no necesariamente es alguien que esté contra los homosexuales.
Quizás desde la condición de uruguayo se le pueda perdonar a Luis Suárez haber llamado "negro" a otro futbolista porque sabemos que aquí esa palabra puede ser utilizada en el marco de un insulto sin que por ello seamos racistas. Hoy el que no use el término "afrodescendiente" será tildado sumariamente de racista o de ignorante del nuevo lenguaje. No abundaré aquí en las razones de por qué es un extremismo considerar políticamente incorrecto el uso del término "negro" para referirse a una persona de ese color. Y no lo haré aunque te molestes, mi negro querido.
Ni qué hablar de los motes que reciben quienes por razones religiosas, filosóficas, legales y un largo etcétera, rechazan el llamado matrimonio igualitario. Hubo una época en que era incorrecto políticamente reclamar que dos hombres o dos mujeres contrajeran matrimonio. Ahora quienes incurren en la incorrección parecen ser los que se oponen a esa posibilidad, que ya es ley en Uruguay.
Este nuevo y en principio más justo orden le ha reconocido a mujeres, gays y negros los derechos que siempre debieron tener. Hay ciertas amenazas que hacen pensar que ese nuevo orden, ese paso adelante que ha dado la sociedad, se puede convertir en dos pasos atrás si no cuidamos la libertad de expresión y la tolerancia para quien no piensa como uno.
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