Opinión > CARTA DEL DIRECTOR

Dos grandes desafíos para la democracia

Este fenómeno donde el perdedor no reconoce la derrota no es nuevo pero sí es nueva la intensidad con la que se está dando y los países dónde se está dando
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02 de octubre de 2022 a las 05:00

Este domingo los brasileños concurren a las urnas para elegir al sucesor de Jair Bolsonaro. El dos veces presidente Luis Inácio Lula da Silva corre con ventaja según la casi totalidad de las encuestas y podría ganar en primera vuelta sin tener que esperar al 30 de octubre. 

Jair Bolsonaro busca la reelección y sostiene que las encuestas están trucadas a favor de Lula, que esa diferencia de 13/15 puntos no se ve ni en las calles ni en los actos políticos y que si no obtiene la victoria será porque ha habido algún tipo de fraude. Va más allá y sostiene que no reconocerá su derrota aunque no está claro cómo lo hará.

Este fenómeno donde el perdedor no reconoce la derrota no es nuevo pero sí es nueva la intensidad con la que se está dando y los países dónde se está dando. Ya no se trata de lejanos y pobres países sin tradición democrática alguna y con muy pobre calidad institucional. Tampoco son países gobernados por regímenes autocráticos o dictatoriales que controlan todas las ramas del poder como Venezuela y Nicaragua, en los cuales los resultados electorales se conocen de antemano. Tampoco se trata de los referéndums falsos como los que organizó Rusia esta semana en cuatro regiones de Ucrania que ocupa con sus tropas para decidir si quieren unirse a la Federación Rusa, pregunta que obtuvo milagrosamente un 99% de aprobación como si hubiera sido planteada en Moscú. 

Estamos hablando de democracias consolidadas y hasta ejemplares como Estados Unidos donde Donald Trump se niega a aceptar su derrota y señala que hubo fraude. Incluso logra convencer a sus votantes que lo hubo. Y más allá del penoso episodio de 6 de enero de 2021 en el Capitolio, esa negación a aceptar la derrota abre un inmenso peligro sobre la democracia americana. La primera regla de juego básica es precisamente aceptar el resultado como supo hacer en el año 2000 Al Gore en la disputada elección del estado de Florida frente a George Bush. Fue un recuento kafkiano donde había que mirar las boletas a trasluz para ver a qué candidato habían marcado. Pero luego de la apelación a la Corte Suprema, Gore aceptó el resultado como un caballero y felicitó a su adversario.

No pasó eso con Trump, que intentó hasta el 6 enero de 2021 cambiar el resultado, y es muy probable que no pase con Bolsonaro si pierde con Lula por un margen relativamente estrecho. Esa nueva costumbre es muy dañina para el proceso democrático porque deslegitima a todo el proceso e introduce muchas dudas entre la ciudadanía.

El otro fenómeno que afecta enormemente la salud democrática son los continuos y cada vez mayores cuestionamientos al Poder Judicial. Frente a actuaciones de la Justicia respecto a la conducta de gobernantes o de ex gobernantes por hechos de presunta corrupción en ejercicio de sus funciones, la principal defensa no es refutar en los tribunales las acusaciones jurídicas sino sostener ante la opinión pública que se está siendo víctima de lo que se denomina “lawfare”. Es decir, guerra por medios jurídicos desatada por quienes están en el poder para perjudicar a quienes los antecedieron y evitar su retorno político. 

Lula sufrió condena por el caso “lava Jato” y luego absolución por razones procesales pero su participación en el ”mensalao” (reparto de mensualidades a legisladores para votar leyes) nadie la discute y el propio José Mujica confirmó que Lula se lo dijo. Con todo, si bien Lula criticó el accionar de la justicia no fue un abanderado contra el “lawfare”.  

En ese rubro, el puesto de honor se lo lleva con creces Cristina Kirchner. CFK no solo ha esgrimido ser víctima del “lawfare” para defenderse de acusaciones en los varios juicios que tiene en su contra y que se iniciaron antes del gobierno de Macri, sino que ha doblado la apuesta amenazando con llevar a juicio a jueces y fiscales que la han imputado y condenado.

Es más, ha llegado a sostener el dislate de que los gobernantes no pueden ser sometidos a juicio porque mientras ellos han sido elegidos por voto popular los jueces no. Y por tanto no tienen autoridad sobre ellos. En todo caso podrían ser sometidos a juicio político por parte de sus pares. Y dadas las altas mayorías que se requieren en estos casos, es muy difícil que prosperen. El dislate no puede ser mayor y por eso la teoría del “lawfare” es una forma de escabullirse del control del Poder Judicial, cuya independencia es elemento esencial de cualquier república que se precie de tal.

Desconocer los resultados electorales y desconocer la independencia de la justicia son dos de los principales problemas del funcionamiento democrático hoy día. Y ello ocurre, con otros problemas económicos y sociales, por el debilitamiento y fragmentación de los partidos políticos. ¿Queremos una democracia fuerte? cuidemos y fortalezcamos a los partidos y evitemos la ruptura de los mismos que terminan por generar candidatos por fuera del centro que representa a la mayoría de la ciudadanía y a los valores comunes que dan sustento a una nación. 

Y ojalá el domingo en Brasil haya una jornada ejemplar que dé por tierra con estas tendencias.

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