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Economía, tango melancólico y milonga triste

Además del insulto fácil, hay otra definición para Donald Trump: el epitafio de la globalización de doble mano de EEUU.
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02 de agosto de 2016 a las 19:30

Además del insulto fácil y merecido, hay otra posible definición para aplicarle a Donald Trump: encarna el epitafio de la globalización de doble mano de Estados Unidos.

La sorprendente adhesión de los trabajadores de la industria tradicional americana al delirante y fallido serial candidato republicano, condicionará las decisiones del próximo presidente y del Congreso, al mostrar dramáticamente la disconformidad del sistema con la apertura comercial de la que la primera potencia mundial fuera pionera y motor.

La elaboración sobre el desarrollo y los modos de ese proceso de apertura es tema de otras notas, pero el cambio de rumbo mundial, antes esbozado y ahora con una tendencia clara, es un dato de fondo para evaluar el futuro de las economías rioplatenses.

Por el lado argentino se apunta hoy a dos objetivos únicos: el éxito del blanqueo de patrimonios y el crecimiento. Los dos tienen grandes signos de interrogación. Por muy exitoso que fuere el blanqueo, esa “lluvia de dólares” no se transformará en inversión salvadora, por lo menos mientras no se den muchas otras condiciones para ello. Una lluvia de inversiones puede generar una lluvia de dólares, pero lo opuesto no se verifica.

El impuesto que se percibirá por la regularización patrimonial puede ser alto, entre US$ 5.000 millones y US$ 7.000 millones, pero si se usara para financiar gasto de cualquier tipo –como se informó– terminará en una baja del tipo de cambio o en una fuerte emisión; ninguna de las dos resultantes conducen a un final positivo.

La cruda realidad es que, tal como anticipáramos hace meses en esta columna, el gobierno de Cambiemos no bajó el déficit, sino que lo aumentó y desperdició así los seis meses de amor con la sociedad. Los depredadores del presupuesto reinan hoy en la opinión pública, tanto del lado sindical como del empresario. El gradualismo fue el nadismo, como no era difícil pronosticar.

Queda entonces el crecimiento como opción válida, que está condicionada internamente por el alto costo laboral, impositivo e inflacionario del país, que aleja inversiones propias y extrañas y torna la competencia en declamación. A eso se une la reticencia ahora mundial de los que han ganado algo y no quieren perderlo y de los que creen que han cedido demasiado y quieren recuperarlo.

Como telón de fondo están las fuerzas del proteccionismo privado, que tiene al propio presidente Macri como firme partidario, que no dará un paso atrás en su épica de defender los privilegios que tan caro le cuestan al consumidor y al contribuyente, en definitiva a la sociedad. Por eso Macri, en su discurso del sábado pasado en la inauguración de la muestra de la Sociedad Rural, puso énfasis excluyente en la necesidad de que el agro se industrialice aún más para ayudar al crecimiento y la exportación. No puede pedirle lo mismo a la cómoda industria argentina, infantilizada hasta el autismo por el bondadoso manto de la protección del estado. El campo no será suficiente para alimentar el sector prebendario industrial y al sector público. Ese es el eterno dilema, con el eterno resultado.

A Uruguay le pasan las mismas cosas, como siempre decimos, aunque en otra velocidad y con menos dramatismo. Y con algunas diferencias teóricas, pero con consecuencias similares. El proteccionismo argentino es privado. El estado existe para ser explotado por los privados (gremios y empresas) y para garantizar esos privilegios con perjuicio directo del trabajador no estatal y el productor de riqueza.

En el caso uruguayo, el proteccionismo es del Estado al Estado. Las empresas que se protegen son las públicas, y si obtiene ganancias, como en el caso de algunas de las empresas de servicio, son ingresos que entran a las arcas nacionales. La tarifa funciona como un impuesto. Las víctimas son las mismas.

Los dos sistemas terminan por ser injustos e ineficientes. Ahuyentan la inversión, la laboriosidad, la creatividad, la innovación, la competencia, el empleo privado y el crecimiento. Terminan por llegar a niveles de presión fiscal-inflacionaria insostenible, a promover el atraso y el desempleo.

A este diagnóstico se suma ahora el retroceso en la tendencia a la apertura global, que seguramente servirá de excusa, una vez más, para mantener incólume el statu quo. Sin embargo, lo racional e inteligente sería impulsar de todas maneras la apertura de mercados. Eso dice la ortodoxia económica, la experiencia, los ejemplos exitosos de los últimos siglos y la realidad evidente que nos rodea. Y ello tiene especial validez para los países más pequeños y menos desarrollados.

Un dato paradigmático: Argentina comienza hoy un sainete de huelgas de docentes en buena parte del país. Son reclamos gremiales, que nada tiene que ver con la educación y menos con la excelencia. Sólo una repartija miserable.

Uruguay nos sorprende también con la idea de quitar estímulo a las contribuciones del sistema privado que posibilitaban las becas a las universidades privadas. Una extraordinaria manera de fomentar el elitismo educativo que supuestamente se intenta eliminar, en nombre de las cuestiones programáticas. (La dialéctica es el alma y el arma del marxismo.)

Justamente una enseñanza superior de excelencia sería la estrategia más importante que podrían usar los dos melancólicos hermanos para salir del atolladero descripto en esta nota. La innovación es función directa de esa excelencia, y el clave valor agregado de la producción es función de ambas. No se saldrá de la mediocridad exportando dulce de leche.

Por supuesto que no lo haremos. Ni en una orilla ni en la otra. Lo que muestra que el fracaso no tiene que ver con la ideología. Se puede fracasar por izquierda y por derecha. Curiosamente, con la misma fórmula.

Periodista, economista. Fue director del diario El Cronista de Buenos Aires y del Multimedios América

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