Si algo no se le puede reprochar a Donald Trump es el desempeño que ha tenido la economía de Estados Unidos durante el último año.
Casi todos los indicadores han superado las expectativas: la confianza de los consumidores ha crecido en forma vertiginosa según todos los informes económicos, el
desempleo ha caído a niveles que no se registraban desde el año 2000, la industria ha vuelto a crecer, las empresas a reinvertir en sus operaciones y crear empleos, Wall Street experimenta un nuevo boom y se espera que el crecimiento del PIB supere la barrera del 3%.
En una economía como la de Estados Unidos, es relativo lo que de una bonanza se le pueda atribuir al presidente; y la recuperación económica ya había empezado durante el segundo mandato de
Barack Obama. Pero hay ciertos liderazgos y políticas que impactan decididamente en algunos sectores y variables de la economía.
Varios analistas conservadores, partidarios de lo que se conoce como "supply-side economics", ya atribuyen los buenos números de Trump a su recientemente aprobada reforma tributaria, que apunta a incentivar la inversión mediante una importante quita de impuestos a las empresas, de 35% a 21%.
Es difícil pensar que una reforma tan nueva pueda haber tenido un impacto tan formidable en la economía.
Y que la inversión haya crecido tanto por esa razón parece al menos dudoso.
Más bien las razones habría que buscarlas tal vez en la recuperación de la economía global y, sobre todo, en la coyuntura de un
dólar bajo que hace más atractivas a las exportaciones estadounidenses.
Como sea, son resultados que se han dado durante su primer año de gobierno, y sería necio no reconocerle alguna influencia en ello.