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El 68 japonés

En un año cargado de irrupciones estudiantiles y protestas globales, la Academia Sueca decidió otorgarle el Nobel de Literatura a un nipón: Yasunari Kawabata
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07 de abril de 2018 a las 05:00
Dos mil dieciocho es un año de muchos cincuentenarios, algunos más felices que otros más luctuosos. Una serie de revueltas estudiantiles universitarias y políticas barrió varias ciudades del mundo, desde París a Ciudad de México, desde Chicago a Montevideo. Los tanques soviéticos aplastaron la llamada "primavera de Praga" y los aviones de los Estados Unidos arrasaron kilómetros de selva con bombas de napalm. La policía reprimió de forma indiscriminada en la plaza de Tlatelolco, la convención del Partido Demócrata fue un caos y las calles montevideanas vieron con dolor y luto la violencia desatada. El mundo estaba convulsionado por las banderas revolucionarias, los vientos de cambio y las consignas ingeniosas. El Japón no era ajeno a la situación global: en Tokio y en otras ciudades del país también hubo protestas de estudiantes y gremios, y la ordenada sociedad del imperio del sol naciente se conmovió ante los cimbronazos.

A propósito, el ensayista español Joaquín Estefanía acaba de publicar el libro Revoluciones (Galaxia Gutenberg), en el que analiza diferentes movimientos de desencanto social en las últimas cinco décadas. Pero eso será motivo de otra columna.
El vacío y el todo, tan propios del zen, abordan a los seres de Kawabata y destilan su esencia hacia el lector

Más allá de toda su violencia intempestiva, 1968 tuvo a nivel literario una sorpresa: una pequeña revolución se produjo cuando el comité de la Academia Sueca encargado de determinar el autor ganador del premio Nobel de Literatura anunció que el ganador era Yasunari Kawabata. En su intención de expandir los horizontes literarios de un mundo cada más globalizado, por primera vez los suecos premiaban a un escritor japonés, el segundo asiático luego de Tagore, que había recibido el premio en 1913.

Nacido en 1899, Kawabata comenzó su carrera literaria en la década de 1920, inmerso en la aventura de introducir las vanguardias literarias en su país. Experimentó con el nuevo invento del cine, pero luego se dedicó a las narraciones, desde las más breves, que agrupó en un libro titulado Historias de la palma de la mano, hasta las novelas de madurez: País de nieve, El sonido de la montaña, Mil grullas, Kioto y El maestro de go, entre las más destacadas.

Luego de una campaña en la que participó su admirado y reverenciado alumno Yukio Mishima, con quien compartió una amistad y un intercambio epistolar enriquecedor (editado por Austral), y las traducciones de su amigo académico yanqui Edward Seidensticker, el nombre de Kawabata quedó a consideración de la Academia Sueca y con el anuncio saltó a los principales titulares de los diarios del mundo. Hasta entonces, solo había sido traducido al inglés y al español en cuentagotas, pero el premio ayudó a una previsible proyección internacional.

En español, a Kawabata es posible leerlo, entre otras, a través de las bellas traducciones de la argentina Amalia Sato, quien además ha escrito varios prólogos que introducen al lector en la obra del maestro japonés.

En el discurso que dio en Estocolmo, titulado Japón, lo bello y yo y disponible en internet, Kawabata profundizó sobre la conexión entre la forma de percibir la belleza en la naturaleza y al mismo tiempo en uno mismo que poseían los monjes budistas que practicaban el zen en épocas "medievales" del Japón. A pesar de esto, sus obras, insertas en medio de la crisis moral de un país derrotado y ocupado por la gran potencia de Occidente, supuran una mezcla sutil de pesimismo intrínseco y de optimismo en la simple belleza de lo natural, donde Kawabata reconoce lo auténticamente humano. Su discurso se pudo percibir entonces como de tinte conservador, con un toque de narcisismo nacionalista en un 1968 tan cargado de cambios y enarbolado de quiebres con las tradiciones.

Cincuenta años después, leer a Kawabata en pleno siglo XXI implica recorrer de nuevo las páginas y recuperar a personajes que buscan sus destinos en medio de una existencia zanjada por el misterio de estar en el mundo. El vacío y el todo, tan propios del zen, abordan a los seres de Kawabata y destilan su esencia hacia el lector.

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