Tabaré Vázquez, José Mujica y Danilo Astori, los líderes fundamentales del ciclo frenteamplista.
Miguel Arregui

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El “atraso” cambiario: una bomba de tiempo

Una historia del dinero en Uruguay (LV)
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24 de octubre de 2018 a las 05:01

Los déficits elevados que se financian con deuda suelen provocar “atraso” cambiario: un tipo de cambio artificialmente bajo, que resta competitividad a la producción nacional y, a la vez, estimula las importaciones (ver capítulo LI de esta serie). 

Las ineficiencias de las empresas públicas monopólicas (que muchas veces se utilizan para recaudar, abusando de su condición: a modo de impuestos ilegítimos), así como otras distorsiones de la economía nacional (monopolios u oligopolios privados), también contribuyen a los costos internos muy altos medidos en dólares, y a una pérdida de competitividad en el exterior. 

El economista Julio de Brun, quien presidió el Banco Central del Uruguay entre 2002 y 2005, cree más bien que “la historia de Uruguay muestra atrasos cambiarios cíclicos producidos por coyunturas favorables (buenos precios internacionales, bajas tasas de interés, shocks de demanda regionales), que el sector público ha contribuido a exacerbar”.

“El gran determinante a largo plazo del tipo de cambio real es la productividad”, opinó De Brun al ser consultado para esta serie. “La razón es simple: el tipo de cambio real es la contracara del poder adquisitivo de nuestros salarios en el mundo. Nuestra moneda será la más fuerte del mundo y nuestros trabajadores los mejores pagos del mundo, si son los más productivos del mundo. Con sólo el 40% de la población trabajadora con enseñanza Secundaria completa: ¿es posible eso? No”.

Pérdida de competitividad y parálisis

En las últimas décadas Uruguay ha sufrido reiterados procesos de “atraso” cambiario: entre 1978 y 1982, cuando la “tablita” del dólar (ver capítulo XXXIX); a fines de la década de 1990, sobre todo tras la devaluación del real brasileño en enero de 1999 (ver capítulo XLV); y de nuevo en los últimos años, a partir de 2009 o 2010.

Un asunto crucial es que los largos procesos de “atraso” cambiario han asfixiado a la economía y terminaron en devaluaciones abruptas de la moneda local.

Ya en octubre de 2005 José Mujica, entonces ministro de Agricultura, Ganadería y Pesca, amenazaba con renunciar al gabinete de Tabaré Vázquez por un precio del dólar que creía muy bajo, en tanto su par de Economía, Danilo Astori, defendía la política monetaria. 

En mayo de 2011, el economista Javier de Haedo calculaba el “atraso” cambiario de Uruguay en 11% respecto a la región y en 34% respecto al resto del mundo.

En una nota el 4 de agosto de este año en El País, el economista Ignacio Munyo estimó el “atraso” en 20 o 25%. Surge de sus cálculos que el precio razonable o de equilibrio del dólar debería andar cerca de los 40 pesos. 

El ingeniero agrónomo y periodista especializado en temas económicos Nicolás Lussich escribió en El País del 12 de agosto de 2018: “… También hay un problema de fondo: la competitividad del país va por mal curso, tanto en lo que refiere a la competitividad-precio (tipo de cambio) como en asuntos más sistémicos (infraestructura, educación, etc.). Estamos lejos de un escenario como el de fines de los 90: Uruguay ha mejorado, tiene más capacidades y una posición financiera más fuerte, con menos riesgos. Pero jugamos con fuego: el déficit fiscal no baja y la deuda se acumula; además, genera inflación y —para bajarla— el BCU termina impactando en el dólar, que —reconocido por el propio Banco Central— está atrasado. Hay algo que sí se parece a los ’90: cada vez que los empresarios o analistas críticos plantean que hay un problema cambiario, desde enfoques afines al gobierno se responde que ‘la competitividad es un concepto más amplio’. Pero una cosa no quita la otra (una falsa oposición diría Vaz Ferreira). Eso sí: de ignorarse los problemas de competitividad cambiaria (en especial ahora que la región ha devaluado sus monedas), se arriesga no tener escenario para considerar los temas más amplios de la competitividad. Entre ellos abrir más mercados y hacer acuerdos que bajen aranceles para la producción uruguaya”.

El 29 de agosto, después que la moneda argentina se devaluara alrededor de 8% en una sola jornada, Javier de Haedo advirtió que esa crisis impactará en Uruguay a través del comercio y, sobre todo, del turismo. “Considerando el sector turístico, Argentina es nuestro principal socio comercial”, insistió. Sostuvo que no había riesgo de contagio financiero, pues la banca uruguaya no depende demasiado de los depositantes argentinos; pero la devaluación de su moneda deja a Uruguay aún más caro.

Por qué Uruguay tiene una inflación alta

Las monedas son lo que los Estados hagan con ellas. Una moneda sana no es fácilmente manipulable. Lo demuestra la historia del modestísimo peso uruguayo, que entre 1863 y 1929 mantuvo una cotización básicamente estable frente al dólar, y de nuevo entre 2003 y 2018, cuando se movió siempre en torno al eje de 28 a uno.

La moneda uruguaya fue distinguida en contexto de América del Sur hasta bien entrada la década de 1930. Luego el Estado la destruyó, como hicieron tantísimos otros. Y ahora, pese la tremenda mejoría de la calidad del peso uruguayo comparado con la segunda mitad del siglo XX, padece una inflación siempre mayor a los demás países, salvo Venezuela y Argentina, lo que no es mucho mérito, pues ellos son los peores del mundo, junto a Sudán del Sur y Siria. Es más: la inflación mundial promedia alrededor de 2%, en tanto el promedio de Uruguay es cuatro veces más alto.

La inflación no es sólo un asunto económico: tiene una fuerte dimensión ética. La inflación es un impuesto sobre los más humildes. Son ellos quienes pierden salario y jubilación, que se ajustan con mucho retraso. Los más ilustrados, y los más ricos, tienen más herramientas para protegerse y, eventualmente, beneficiarse.
Pero, en los hechos, el sistema político y la sociedad uruguaya parecen muy satisfechos con una inflación que es alta, en una comparativa internacional, en tanto no supere el 10%.
Los gobiernos del Frente Amplio han establecido una meta implícita de inflación menor a 10% anual, y sólo reaccionan con vigor cuando se está cerca de ese umbral. Sus “metas” de inflación raras veces se cumplen, pese a que el rango es cada vez más grande.

¿Y por qué Uruguay tiene una inflación tan alta?

Una de las razones es la indexación implícita de toda la economía. “Eso genera lo que en la literatura económica se llama ‘sesgo inflacionario’ (inflationary bias)”, explicó el economista Julio de Brun, quien fue presidente del Banco Central del Uruguay entre 2002 y 2005. “Aunque el Banco Central (o el gobierno) anuncie que la inflación será 5, si la gente cree que va a ser 9 y ajusta precios y salarios pensando en un 9, entonces para el Banco Central (o gobierno) termina siendo óptimo convalidar el 9”.

“Llevar la inflación a menos de 3-4% no es algo que aparezca como prioridad de ningún político, sea del partido que sea, y eso obedece a que no lo sienten como una demanda de la sociedad”, agregó De Brun, consultado para esta serie de notas. “El problema es que los beneficios no se ven hasta que se tienen”.

En resumen, “bajar la inflación tiene costos económicos y políticos a corto plazo, con beneficios poco visibles y que en todo caso se aprecian un quinquenio después”. Esa es una mercadería poco atractiva para comercializar en nuestras tolderías políticas.

Y luego está la emisión de pesos por encima de lo aconsejable. 

Una nota de El Observador del 25 de abril lo explicaba así: “La compra de dólares que realiza la autoridad monetaria [para evitar que el precio del dólar caiga] implica que se inyectan más pesos al mercado. Para evitar que esos pesos incrementen la oferta de dinero [y las presiones inflacionarias] se emiten letras de regulación monetaria (LRM) con el objetivo de reducir su circulación (…). Como resultado, el BCU acumula reservas al comprar dólares, pero también incrementa el stock de deuda cuando emite letras para quitar pesos del mercado, lo que contribuye a que aumente el déficit parafiscal [porque debe pagar más intereses por las letras en pesos que los intereses que gana colocando sus dólares]”.
Julio de Brun sostuvo que “el déficit del BCU en 2017 estuvo en 0,8% del PBI y el impuesto inflacionario hoy representa aproximadamente 0,4% del PBI”.

Próxima y última nota: Chile y Uruguay, las izquierdas más exitosas de la región; las razones de la supervivencia del ciclo frenteamplista; reivindicación del liberalismo

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