Fernando Báez Sosa fue asesinado en enero de 2020 en Villa Gesell

Estilo de vida > Psicología

El caso Báez Sosa y su consumo mediático: entre el morbo y la ilusión de ser parte de la justicia

Ante la exposición permanente de casos como el del joven asesinado a patadas en Argentina, es frecuente que su consumo mediático esté marcado por pautas sociales y psicológicas que se repiten
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12 de febrero de 2023 a las 05:01

Hay un chiste recurrente, casi obligado cuando sucede algún tipo de hecho curioso, llamativo o bizarro del otro lado del Río de la Plata, que habla de la suerte que tenemos como uruguayos de tener a mano una silla playera con vistas a la Argentina. El chiste se basa en hechos contrastables: desde un sentimiento de superioridad moral que no queremos asumir para no empañar la imagen de la honestidad integral que cargamos como medalla, somos testigos y espectadores de un país que no aburre y que tiene entretenimiento 24/7 para dar. El problema es cuando esa posibilidad de reírnos y ser consumidores de situaciones menores y poco dañinas se transforma en otra cosa: en la butaca preferencial del palco de la tragedia. 

Está claro: el país vecino no es patrimonio de la tragedia, pero la cercanía tira y lo que allí pase pega fuerte de este lado del mundo. Pega más, incluso, que dolores de dimensiones escabrosas como el de Turquía y Siria. De esta manera, procesar y consumir esos fenómenos se convierte en una mochila que se pega casi por defecto en cualquier persona que tenga una red social a mano y las huellas a veces son difíciles de limpiar. Como ejemplo basta el caso de Fernando Báez Sosa.

El lunes, cuando la justicia argentina condenó a los ocho responsables del asesinato del joven de 20 años en la localidad de Villa Gesell en enero de 2020, hubo varias repercusiones, columnas de opinión y artículos que surgieron desde Uruguay. También hubo comentarios en los círculos íntimos. En general, estos hablaban del impacto y el dolor acumulado por no haber podido escapar del consumo, por haber formado parte del juicio casi de forma automática. Por la explotación de un caso sociológicamente perfecto para la buena digestión de las masas y mediatizado hasta la estratósfera.

“La transmisión en vivo del juicio por el crimen de Fernando Báez Sosa rompió todos los índices de métricas y ratings, es la noticia con más clicks y que más audiencia atrae en el último mes. Se trata de una noticia que tematiza una situación de riesgo y, en ese sentido, interpela a las audiencias al igual que cualquier noticia de inseguridad: su abordaje mediático se impone: ‘le puede pasar a cualquiera’” escribe, por ejemplo, Brenda Focás, argentina, doctora en Ciencias Sociales, especialista en audiencias y construcciones mediáticas, en una columna en el Diario.ar.

“No existen antecedentes de un juicio penal transmitido en simultáneo por tv abierta, cable y streaming durante un período de actividad limitada por feria judicial y que, además, coincide con el aniversario del suceso que le da origen. La cobertura del caso y del juicio ha tenido características de espectacularización y sensacionalismo. Es seguido por las audiencias como una novela de folletín, que además suma tintes de infoentretenimiento, comenzando por el abogado de la víctima, el hipermediático Fernando Burlando”, agrega más adelante.

Lo ocho jovenes condenados por el asesinato de Báez Sosa

Focás escribió su artículo cuando todavía faltaban algunos días para la sentencia, el punto de inflexión en el juicio. Ese día todo se catalizó todavía más. 

Desde el punto de vista sociológico, es frecuente que las personas se enganchen así a estos casos ultramediáticos, como espectadores de una serie de ficción más. El caso de Báez Sosa, además, tenía todos los componentes y estereotipos indicados para conquistar al gran público, algo que en Argentina es recurrente y que esta vez permeó en orillas uruguayas. A saber: tenía una víctima de origen humilde y extranjera, villanos que ocupaban el estereotipo por excelencia de la violencia sin sentido, sumado a una disputa que enardeció el odio de clase y, en el fondo, era menos blanco/negro de lo que se pensaba.

“Este caso tiene todo —explica la periodista argentina Victoria De Masi en una de las últimas entregas de su newsletter Gracias por venir—. Tiene a los villanos perfectos y la víctima perfecta. Introduce la cuestión de clase social, de odio, de ‘color de piel’. Pone en plano las identidades obreras: sobre eso y a partir de las doce audiencias que presencié, digo que hay más similitudes entre las familias de víctima y victimarios, que entre las familias de ambos en comparación con las de los alumnos del colegio Marianista, al que asistía Fernando gracias a una beca. En este caso, los imputados y la víctima llegaron a las vacaciones contando monedas. Tiene violencia, una violencia bestial: golpear hasta hacer de la cabeza de alguien un sonajero. Y también tiene las características de lo fortuito y de las malas decisiones.”

Por esas cualidades fue que, sin necesitar estar demasiado atentos a las idas y vueltas de las audiencias, uno podía saber absolutamente todo sobre este caso. Hoy, en hechos mediatizados de esta forma, es casi una constante ser parte. Incluso cuando no lo queramos. De alguna forma llega. 

Según Felipe Arocena, sociólogo y docente de la facultad de Ciencias Sociales de la Udelar, esto repercute de dos maneras en la sociedad: por un lado genera un grado de involucramiento inédito en el hecho, y por el otro pone en funcionamiento el motor del morbo, uno que está conectado directamente con la idea del placer.

“Se dan linchamientos públicos permanentes ante situaciones de violencia, se dan las condenas por la opinión pública replicadas una y otra vez a través de los distintos medios, algo que es bastante más fuerte que hace dos décadas atrás, antes de las redes. Las réplicas generan una suerte de obscenidad de la imagen”, dice. 

La mediatización del juicio fue una de sus características

“En este caso en particular, y en otros similares, esa conexión continúa provoca la sensación para quién consume la noticia de que es parte de ese proceso, y que el juicio que emita incide de alguna manera en el desenlace. Porque al decir ‘hay que condenarlos a cadena perpetua’, la persona se arroga el derecho de impartir justicia en el mundo, y aunque sea simbólico eso mueve muchas fibras. Nos sentimos mínimamente empoderados y con la capacidad de hacer del mundo un lugar más justo, o de actuar contra una injusticia. Hoy, los medios para sentirse así no solo son mayores, sino que son constantes, permanentes, están presentes segundo a segundo en tu bolsillo, en tiempo real”, agrega Arocena.

¿Pero qué pasa con el morbo? ¿Por qué corremos detrás de él sin pararnos a pensar en las consecuencias del consumo desenfrenado que nos obliga a hacer? Básicamente, porque es un sentimiento vinculado estrechamente a la necesidad de sentirnos seguros, de encontrarnos del lado correcto/sano/beneficioso de la línea. En alguna medida, el morbo es una batería automática de seguridad que se pone en práctica y se retroalimenta en una cadena de satisfacción.

“Cuando ves a una persona que está en una situación complicada, por defecto tenés empatía pero también pensás ‘por suerte no estoy tan mal’. Y eso en alguna medida provoca cierto placer”, dice Arocena. 

Al margen de la atracción morbosa y esa ilusión de justicia colectiva impartida desde las redes que menciona Arocena, la exposición a este tipo de noticias o casos también deja huellas a nivel psicológico. 

En una nota de El Observador sobre la práctica de doomscrolling —anglicismo que se ha popularizado para marcar la adicción a las noticias negativas o trágicas— Lorena Estefanell, magíster en terapias psicológicas y docente en la Universidad Católica, pone las réplicas psicológica de la exposición a este tipo de noticias en estos términos:

“Cada persona tiene una tendencia a ver el vaso medio vacío o medio lleno. Ante las catástrofes, algunos son optimistas, ven lo mejor y un potencial de mejora en esa situación, mientras que otros son negativos y entran en la desesperanza. Eso es algo que se puede modificar, y que va cambiando a medida que avanza la vida. Está vinculado a la biología también”.

Su declaración se contextualiza en un momento del ya extinto mundo pandémico donde el consumo de noticias que auguraban el apocalipsis se intensificó, pero en menor medida esa desesperanza residual también ocupó la psiquis de varias de las personas que, como consumidores, estuvieron vinculados al caso de Báez Sosa. Y son esos los momentos en que la silla playera empieza a pesar un poco más, donde la gracia no es evidente —ni existe— y el golpe mediático y exhibicionista pega de lleno. "Todo este tema me dejó mal", fue algo que personas no conectadas entre sí le repitieron a quien escribe en estos últimos días, en referencia a la resolución del crimen de Báez Sosa. El malestar tiene sentido y hasta fundamento: es el precio a pagar por una práctica de consumo histórica del ser humano que, en las últimas décadas, se potenció. Y que está lejos de perder pie. 

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