Desde hace varias décadas que la cancillería uruguaya transita un camino internacional que es lo más parecido a una política exterior de estado. Entre el pragmatismo y el principismo, podría ser el subtítulo de cualquier historia de la diplomacia uruguaya. Pragmatismo que responde a la eterna necesidad de venderle todo a la mayor cantidad de socios, propia de un pequeño país. Y principismo que deriva de la premisa que la mejor defensa de cualquier país sin poder duro está en el apego al derecho internacional. En ese sentido, Uruguay se jacta de haber edificado una reputación que tiene (o tuvo) reconocimiento internacional y que le permitió estar, sobre todo durante la primeros 60 años del siglo XX, en espacios de decisión cuyo peso pluma jamás lo hubiera permitido.
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