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El cowboy que fracasó como actor de Hollywood y se convirtió en uno de sus mejores guionistas

Taylor Sheridan se había quedado sin trabajo cuando escribió Sicario; hoy se estrena su secuela y lo encuentra como uno de los guionistas del momento
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28 de junio de 2018 a las 05:00
El brillo de Hollywood esconde varios secretos. Uno, más o menos encubierto por quienes prometen la panacea artística dentro de sus límites, es contundente: la industria cinematográfica estadounidense es un cementerio de sueños rotos. Miles de mochileros cargados de esperanzas artísticas se estrellan a diario contra los muros de una industria nada permeable, que condena la mediocridad con ostracismo y recompensa a muy pocos elegidos para la gloria. Y casi tan duro como intentar y no llegar, es llegar y fracasar. El estrépito, en esos casos, es más contundente. Porque después de la carnicería de los castings, de los reclutadores narcotizados que no ven más allá de sus narices, de los contratos miserables, puede llegar el triste entendimiento que tal vez aquella carrera es la equivocada. Que simplemente no está hecha para uno. Y no queda otra que abrazar la propia mediocridad y amigarse con la certeza de que allí no hay futuro alguno.

En la serie Sons of Anarchy, Taylor Sheridan estaba cómodo. Tenía 40 años, un personaje recurrente –el sheriff David Hale–, un contrato, un sueldo e hijo en camino. En su carrera las grandes oportunidades no habían sido frecuentes –había tenido papeles secundarios en Veronica Mars, CSI y Walker Texas Ranger–, pero le había ganado a la industria y había logrado instalarse como un intérprete de segunda –o tercera– categoría. Acomodando un poco más o menos el cuerpo, le iba relativamente bien. Solo faltaba que algún productor importante se fijara en su mandíbula perfectamente cuadrada y sus aires de galán de película de cowboys para conectar con el papel que le diera el ansiado salto a la fama. El papel, sin embargo, nunca llegó.

De a poco fue perdiendo pie en la industria de la peor forma posible: el anonimato por intrascendencia. Para colmo, llegó el golpe final. El showrunner de Sons of Anarchy decidió, en la tercera temporada de la serie, que su personaje no daba para más. Por ende, Sheridan se quedó sin personaje. Y sin trabajo.

Con una economía familiar que le apretaba el cuello y lo desesperaba, Sheridan estuvo a punto de tomar un cargo de gerente en un rancho de Wyoming; se había criado en un entorno parecido y sabía cómo manejarse. Sin embargo, tenía que dejar a su familia sola en la ciudad y prefirió quedarse en Los Ángeles. En su lugar, se puso a escribir. Y fue a través de aquel último acto que encontró el nicho que había nacido para ocupar. El lugar que, él sabía, la industria le había destinado pero no le había mostrado.

Acomodando un poco más o menos el cuerpo, le iba relativamente bien. Solo faltaba que algún productor importante se fijara en su mandíbula perfectamente cuadrada y sus aires de galán de película de cowboys para conectar con el papel que le diera el ansiado salto a la fama. El papel, sin embargo, nunca llegó.

Básicamente, Sheridan supo desde el principio lo que tenía que escribir. "Por lo general los guionistas buscan escribir lo que creen que los productores quieren filmar. Yo nunca lo hice. Escribí las películas que quería ver. Nadie tiene idea qué es lo que el mercado quiere, por eso quise escribir lo que a mí me importaba", comentó hace algunos años en The Hollywood Reporter. Y lo que le importaba a Sheridan era mostrar los paisajes desolados que habían formado parte de su vida antes de Hollywood.

Como si un bloqueo mental se hubiera levantado de golpe, tres historias emergieron de su puño con una incontinencia contenida por años. En pocos meses, Sheridan tenía una trilogía sobre el interior norteamericano, sobre esos espacios abiertos y ganaderos en los que había crecido, y en donde había conocido sus injusticias.

La primera fue una oscura historia sobre el narcotráfico en la frontera entre México y Estados Unidos que sucedía cerca de Waco, su ciudad natal. La segunda también enfocaba a aquella zona del país, pero esta vez la protagonista era la pobreza rampante que veía cada vez que bajaba de Los Ángeles a los estados del sur. Para la tercera, Sheridan eligió el escenario de las reservas indígenas del centro del país y los problemas que todavía afrontan los nativoamericanos. Él mismo conocía bien la situación; había pasado gran parte de su juventud trabajando en allí. En esos paisajes nevados, coronó el último de tres western interconectados de manera espiritual. Al final, surgieron tres obras claras: Sicario, Sin nada que perder (antes Comanchería, después Hell or High Water en inglés) y Viento Salvaje (Wind River).

"Hay una libertad palpable en el Oeste. Hay algo de resistir y luchar contra los cambios sociales contemporáneos, y creo que sucede porque esa libertad, de a poco, está siendo robada", explicó a The Washington Post.

La primera en conseguir financiamiento fue Sin nada que perder, pero fue Sicario –guion que mandó especialmente al director Denis Villeneuve cuando vio su trabajo en La sospecha– la primera de sus historias que llegó a la pantalla grande. De allí, su estatus como escritor solo creció y se convirtió en uno de los guionistas del momento en Hollywood.

Sus tres historias pasean entre terrenos similares: son oscuras narraciones campestres, de hermandades pequeñas que luchan por sobrevivir en contextos que los ponen contra las cuerdas. Ya sea por la corrupción estatal, por la economía caníbal o injusticias raciales, sus personajes vagan derrotados por paisajes enormes y violentos que muchas veces funcionan como reflejo de almas rotas que buscan dejar de supurar. Sucede con el personaje de Emily Blunt en Sicario, el de Chris Pine en Sin nada que perder y con el de Jeremy Renner en Viento Salvaje.

Con una nominación al Oscar y al Globo de Oro por el guion de Sin nada que perder, Sheridan tiene, desde este jueves en Uruguay, una nueva carta de presentación. La secuela de Sicario –a la que se le agregó el subtítulo Día del soldado–, es una película que muestra, según las críticas internacionales, que Sheridan sí está a la altura del estatus que se ganó.

El horizonte es bueno para este cowboy del sur que triunfó en el oeste. Pero mientras disfruta de las mieles actuales –que incluyen el estreno de Yellowstone, una serie que escribió y que protagoniza Kevin Costner–, no olvida que fracasó. Porque, a veces, es necesario tocar fondo para llegar a lo más alto.


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