Leonardo Pereyra

Leonardo Pereyra

Historias mínimas

El fiscal Nisman y el calzoncillo delator

Buena parte del periodismo rioplatense se calzó la lupa y, penosamente, jugó al detective
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24 de febrero de 2015 a las 00:00

Si algún día alguien quiere juntar información para desacreditar la credibilidad de buena parte de los periodistas del Río de la Plata, le bastará con buscar lo que escribieron algunos comunicadores en los días posteriores a la muerte del fiscal argentino Alberto Nisman.

Aunque buena parte de los medios de comunicación cumplieron el rol que le cabe en esas circunstancias, muchos de sus empleados, sueltos en las redes sociales, eligieron comentar lo sucedido con el mismo rigor que una vecina en el almacén de la esquina.

Estos periodistas no solo analizaron las consecuencias políticas y sociales del hecho; también se abismaron en la tarea de medir la velocidad de una bala, la cantidad de pólvora en una mano o el ADN esparcido en el lugar. Además, bucearon en el perfil psicológico de una persona a la que nunca vieron en persona, y concluyeron que Nisman fue asesinado u obligado a suicidarse por el empuje de una fuerza externa muy poderosa.

Según se sabe, las teorías conspirativas son como caramelos para personas, paradójicamente, de muy poca imaginación y con la necesidad de construir el mundo a la medida de su paranoia. Por eso no tienen dudas de que a las torres gemelas las mandó a tirar George Bush y de que en el Area 51 está lleno de extraterrestres. El asesinato de John Kennedy fue, por supuesto, fruto de una gran conspiración ya que les resulta imposible creer que un solo hombre pudo tumbar al presidente más poderoso del planeta y aterrorizar a una sociedad entera.

Los conspiranoides reparan en todos los detalles, aún en aquellos más pequeños, para fundamentar sus conclusiones y, cuando esas evidencias no coinciden con sus teorías, las olvidan olímpicamente. Por ejemplo, una de las evidencias relevadas para afirmar que Nisman no pudo haberse suicidado es que su cadáver fue encontrado en el baño y en calzoncillo.

¿Cómo es posible, se preguntan, que un hombre que cuidaba al extremo su apariencia física, no hubiera tenido el detalle de vestirse antes de acometer ese último acto? El fiscal que vivía obsesionado con su apariencia física –al punto de pedir a fotógrafos y camarógrafos que lo favorecieran en sus encuadres- decidió irse casi desnudo. Tremenda impostura no se la cree nadie, dicen.

Pues bien, la última de las teorías abonadas en torno a la muerte de Nisman –recibida de brazos abiertos por los conspiranoides- dice que el asesino fue un agente iraní que, tras ganarse la confianza del fiscal, le prometió más información sobre el atentado a la Amia.

El agente lo hizo desembarazarse de toda su custodia, le pidió que se consiguiera un arma y le prometió que le enviaría a un segundo agente –que Nisman desconocía- para que le entregara nuevos documentos. Y cuando ese desconocido, que tenía en sus manos información en la que se jugaba el destino del gobierno argentino, golpeó la puerta del apartamento de Puerto Madero, Nisman, el puntilloso Nisman, el Nisman obsesionado por su apariencia física hasta el último de los detalles, ese Nisman abrió la puerta…en calzoncillo.

Haga memoria, ¿a cuántas personas, y a qué tipo de personas, ha recibido usted en su casa y en calzoncillo?

Bueno, aquel calzoncillo imposible, aquel que desentonaba en la escena del suicidio, le empezó a quedar como pintado al fiscal en la teoría del asesinato.

En la vida, y más aún en la vida argentina, casi todo es posible. Pero las teorías de los periodistas devenidos en químicos precoces y en detectives de avería le niegan a Nisman la libertad de haber antepuesto sus demonios internos a cualquier otro asunto de patria o de justicia. Piensan que no se puede haber matado porque, si se mató, nada de lo que hizo vale nada y él vale menos.
Y porque si Nisman se suicidó por esos motivos a los que tienen derecho los suicidas, los reclamos de justicia resultan, por lo menos, inquietantes.

Además, dicen, si Nisman tenía las pruebas necesarias como para poner en aprietos a buena parte del gobierno argentino ¿por qué se iba a matar justo en su momento de gloria? Esta conclusión nos revela la estatura de un opinador de boliche que confunde la felicidad con el éxito al que, además, le concede la propiedad de parar las balas. Las propias y las ajenas.

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