Opinión > EDITORIAL

El hombre de la calle

El pedido de Vázquez es positivo y necesitado
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25 de agosto de 2018 a las 05:00
Hace bien el presidente de la República Tabaré Vázquez de demostrar sensibilidad ante el hombre de la calle.
 
En la penúltima reunión de gabinete, luego de escuchar con atención números presentados por la titular del Ministerio de Desarrollo Social, Marina Arismendi, el presidente parece haber asumido la necesidad de enfrentar el enorme problema que representa para la ciudadanía la legión de hombres que viven en los espacios públicos.
 
Tal como los carritos de los hurgadores a tracción equina, los hombres que sobreviven como pueden en la calle se han vuelto parte del paisaje. Poco tiempo atrás muchos en el gobierno se escandalizaron al leer un informe del periodista Leonardo Haberkorn sobre el grupo de personas que pernoctan afuera de la sede del Banco República frente a la Plaza de los Bomberos. Ese informe reveló algo que los ciudadanos ven todos los días.
Pero no es solo el Banco República: también lo son las galerías de la vieja estación central de AFE, las puertas del Hospital de Clínicas, las veredas del Palacio Salvo, la Plaza Cagancha, las escalinatas de la Catedral en la Ciudad Vieja... y el lector podría seguir sumando espacios públicos cooptados por personas que viven en la calle.
 
Un panorama desolador y triste. Una forma de violencia para el ciudadano que acostumbró su vista a ver a estas personas sin futuro comiendo de los contenedores o disputando una propina miserable por haber cuidado un coche. Más violenta aún para los tristes protagonistas de esta historia macabra: el hombre de la calle.
 
El complejo de culpa propio de ideologías demagogas determinó que la casa de estudios se convierta en refugio para individuos que distorsionan el clima académico y que además se meten con los trabajadores y hasta defecan en las paredes.
 
Según narra el semanario Búsqueda a las personas que viven en la calle se les podría aplicar la Ley de Faltas aprobada en 2013, pero desde 2017 nunca se aplicó.
Antes del invierno, el intendente de Montevideo, Daniel Martínez, envío una señal de alerta en una atípica carta al presidente de la República en la que denunciaba la situación y pedía que desde el Ejecutivo se tomaran acciones frente a esa realidad.
 
La subsecretaria del Mides, Ana Olivera, también se refirió en junio ante el parlamento sobre el tema. "Hay una nueva forma de estar en la calle" sostuvo y agregó que la mayoría son personas que recién egresan de las cárceles. "Mantienen en la calle el criterio de la cárcel, de agrupamiento". Ese es el panorama que ahora el gobierno parece, por fin, ver.
 
Cuando el músico Jaime Roos escribió en 1991 una de sus más bellas canciones, se refería al hombre de la calle que contra viento y marea desafiaba el temporal. Cantaba en el estribillo: no me hablen más de él / no me hablen más por él / que yo lo veo en cada esquina / y lo escucho en el café.
Es evidente que el perfil del hombre que vive en la calle cambió: hoy es casi analfabeto, es adicto a las drogas y por lo general tiene un pasado en la cárcel. Todos aspectos que parecen condenarlos de antemano a seguir viviendo en la calle para siempre.
 
Un drama que se vio venir, hasta que se instaló. Hace bien, pues, el presidente de mostrar sensibilidad ante este problema y pedir a sus ministros acciones concretas para revertir el drama de miles de uruguayos cuya inercia vital sin rumbo influye negativamente en el resto de la sociedad.

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