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El llanto por Sting y la traición de Venancio Ramos: lo que queda cuando nuestros héroes nos fallan

Admirar a alguien que luego reniega de su esencia es como recibir una puñalada por la espalda; seis personalidades que lo sufrieron cuentan como vivieron la decepción
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20 de junio de 2020 a las 14:00

Los recuerdos, con el tiempo, se llenan de líquenes. Son como parásitos o costras hechas de cosas que quizá no sucedieron, pero que de alguna manera tienen sentido y terminan de darle sustancia a lo que de verdad recordamos. Yo no me acuerdo específicamente si esa noche llovió de verdad, si es cierto que no quedaba una sola silla de PVC vacía o si el recital era en el Estadio Abierto del centro o en el Estadio Artigas. Son todas cosas que supongo y que doy por sentado. De lo que sí me acuerdo es de que a esa noche la esperábamos con las expectativas por las nubes, que me comí un pancho con una mayonesa ácida que al otro día me cayó mal y que escuché a mi padre decir, por primera vez, la frase: “Se me cayó un ídolo”.

En ese momento él estaba en la directiva de uno de los clubes de básquetbol de Paysandú. Con la intención de acercar más personas a la institución, y gracias a un esfuerzo encomiable para un club semifundido, la comisión había logrado traer al litoral a uno de los nombres importantes de la música popular uruguaya, que además acababa de editar un disco que se estaba vendiendo muy bien y que, en casa, estaba rayado de tanto girar en la radio del auto. 

Los planetas se alinearon, las partes arreglaron y una noche de un verano, el hombre y su grupo tenían todo pronto para arrancar a tocar. Pero faltando cinco minutos, prefirió no hacerlo. Argumentó que se estaba por largar a llover, que no podían tocar con los instrumentos bajo el agua, guardó sus petates y dio por finalizado el evento. 

No recuerdo si el show se reprogramó. Tampoco si hubo disculpas de parte del músico al público que esperaba sentado en la cancha. Es posible que ambas cosas hayan pasado luego. Lo que sí tengo, y bien clara, es esa frase masticada con bronca, que me pegó como un latigazo y a la que le sentí todo el olor de la traición: “Se me cayó un ídolo”. Había dolor en la voz de mi padre. Se notaba.

El periodismo del yo es, en general, repudiablemente autorreferencial, así que las disculpas del caso por lo que acaban de leer. De todas formas, creo que puedo exigir una exoneración puntual: hay veces que no podemos desconectar una palabra, un hecho o un concepto de una experiencia en particular; en este caso, quien escribe no puede teclear una sola palabra sobre ídolos caídos sin que se le venga esa imagen a la cabeza de inmediato. La frase “no conozcas a tus héroes” está indefectiblemente anclada a ese episodio puntual.

En resumen, el proceso de ver caer a los ídolos, de sentir que la imagen que teníamos de ellos se rompe en mil pedazos, es dura. Se siente como un cuchillo en la espalda, una traición de la que es muy difícil recuperarse. Es lógico, entonces, que muchos tengan estrategias para evitar caer en esos espirales de ese tipo de decepción. No son pocos los periodistas que, por ejemplo, eligen pasar de entrevistar a sus referentes en la materia. Por un lado, les resulta difícil despojarse del sentimiento de veneración para hacer un trabajo, digamos, objetivo e imparcial –suponiendo que eso sea realmente posible–. Por el otro, temen y se horrorizan ante la posibilidad de descubrir que, quizá, detrás de esos años de apostolado y de la construcción de la imagen de esa persona en particular solo existe el vacío, una cáscara sin sustancia ni interés alguno.

Si se ponen a pasar lista, en los últimos años hemos tenido varios “desencantamientos” con algunos tótems, sobre todo, de la industria del espectáculo. Muchos siguen apoyando el arte que salió y sale de nombres como Bill Cosby, Michael Jackson, Roman Polanski, Woody Allen o Kevin Spacey, y si eso está bien o mal es una discusión para otro momento y nada tiene que hacer en esta nota. Pero lo que está claro es que muchos de sus seguidores, una vez conocidos estos casos por fuera de la pantalla, dejaron de seguirlos. De venerarlos. Sintieron el golpe cuando la estatua que les habían edificado en su interior se desplomó y se partió. Para muchos, ellos eran héroes y ahora son parias. En el medio de esos dos polos quedó la desazón. 

El deporte tampoco es ajeno a este fenómeno. En el fútbol, por ejemplo, hay pocas traiciones más imperdonables que pasarse de un equipo a su rival clásico. Sin ir más lejos en Uruguay, transpirar la camiseta de Nacional y luego ponerse la de Peñarol, o viceversa, puede llegar a ser condenado para siempre por los hinchas. Es una herida que, en muchos casos, nunca llega a cerrar. 

Pero no solo cambiar de casaca puede tumbar ídolos. Muchos se desencantaron, por ejemplo, con la caída en desgracia de Lance Armstrong, uno de los casos más sonados de dopaje en la historia del deporte. Y en los últimos meses, la serie de Netflix The Last Dance nos mostró la decepción que significó, en su momento, que Michael Jordan le diera la espalda al primer candidato negro al senado en Chicago con su tétrica frase “los republicanos también compran zapatillas”. La cara de Barack Obama, que veía en Jordan un referente para su comunidad en ese entonces, lo dice todo. Su testimonio –políticamente correcto pero dolido– también: “Voy a ser honesto, para alguien que se estaba preparando para una carrera en derechos civiles y la vida pública, y sabiendo lo que representaba Jesse Helms (el candidato opuesto, un racista recalcitrante), hubiese querido que Michael insistiera más sobre ese tema”.

Decepciones van, decepciones vienen, parece que todos tenemos algo que opinar sobre el tema. O, justamente, no. La caída de los ídolos no es que sea lo más común del mundo y, por suerte, muchos todavía pueden disfrutar de sus referentes con salud y esperando que no pisen ninguna piedra. Para esta nota, por ejemplo, se consultó a casi treinta personas, y apenas seis pudieron decir que pasaron por una experiencia de estas características. Estos son sus testimonios y entre los caídos hay de todo: estrellas internacionales, políticos, personas cercanas y anónimas y hasta viejas glorias de nuestro fútbol. Sean bienvenidos, entonces, a este pequeño panteón de dioses desterrados del Olimpo.

Mercedes Rosende

Escritora

Ídolo caído: Wilson Ferreira Aldunate

¿Por qué lo admiraba?
Veía en él a una persona con conducta y valores con los que me identificaba, un abanderado de la resistencia por su oposición al gobierno militar desde el exilio, por sus denuncias a las violaciones de los derechos humanos. 

¿Lo conoció?
 Sí, en Madrid charlamos toda una mañana en el lobby de su hotel. Era un comunicador de primera, con un enorme bagaje cultural. También era un encantador de serpientes, me di cuenta al ver la admiración con que lo escuchaban los españoles, que ni siquiera sabían quién era.

¿Por qué la defraudó?
Después de algunas idas y vueltas, incluso después de estar en contra, Wilson se manifestó a favor de votar la ley de Caducidad. Las razones nunca me convencieron. No lo podía creer, no lo podía aceptar, la mía y la de tantos otros fue una gran decepción

¿Qué sintió en ese momento?
 Si un personaje que admirás por su inteligencia y coraje cívico toma decisiones que van en contra de los que creíste que eran sus propios valores, la primera reacción es sentir desilusión. Pasé mucho tiempo desengañada, con él y el sistema político. Hoy lo veo con otros ojos, no lo condeno, sé que todos tomamos malas decisiones en algunos momentos y, sobre todo, sé que todos tenemos contradicciones. Ahora siento una respetuosa disidencia en aquel tema en concreto, y una renovada admiración por el caudillo comprometido y orejano que supo ser.

Tejo Mattioli

Músico, integrante de latejapride* y Los Bosques

Ídolo caído: Ice Cube

¿Por qué lo admiraba?
 Lo vi de rebote en la película Boyz n the Hood (1991) y me voló la cabeza. Él hacía de un pibe de barrio muy complicado y estaba jugado. Luego empecé a escuchar su música. Fue el punk de mi adolescencia, con el sonido de los 90, el sonido que precisaba. Musicalmente lo conocí por su carrera solista, luego me fui a los inicios del hip hop y recorrí la obra de NWA. En su carrera solista hay dos discos que me marcaron a fuego, The Predator y Lethal Injection. En ellos hace rap furioso a veces, y otras se cuelga con el groove sampleando funk y construyendo historias sobre eso.

¿Por qué lo defraudó?
Comenzó a filmar películas horribles, y su música ya me estaba sonando repetida. Todo lo “realista” que era su música, acá solo era un producto pochoclero más. Sentí que su autenticidad se esfumaba. 

¿Qué sintió en ese momento?
 Decepción. Pasó el tiempo, fui envejeciendo y lo perdoné. A veces vuelvo a escucharlo, por aquellos tiempos, porque en parte me formé con su sonido. Hoy lo sigo en Twitter y todo.

Marianella Morena

Dramaturga

Ídolo caído: un creador teatral del que prefirió omitir su nombre

¿Por qué lo admiraba?
La admiración es necesaria para tener el motor encendido, es el empujón más grande que uno recibe, y uno busca esa adrenalina, lo que tiene el otro. En mi vida la admiración ha sido móvil de mi creación y erotismo, sin ella, nada es posible. Mi fanatismo nació porque necesitaba que existiera. La admiración es la antesala del amor. Ahora con distancia, puedo decir que ese sentimiento duró hasta que la vara crece, y se va por alguien más grande, inalcanzable, hasta que se cae. Es una dinámica, también. Puede parecer perverso o morboso, pero lo hacemos más de lo que pensamos.

¿Lo conoció?
 Sí, no hay admiración sin cama.

¿Por qué la defraudó?
Lo que te acerca es lo que te aleja, no se sostiene en lo cotidiano.

¿Qué sintió en ese momento?
La verdad, esa que no queremos conocer. Por algo la ficción me determina.

Robert Moré

Actor

Ídolo caído: Venancio Ramos

¿Por qué lo admiraba?
 Por verlo jugar en Peñarol y la selección uruguaya.

¿Por qué lo defraudó?
En 1991 se fue a jugar a Nacional.

¿Qué sintió en ese momento?
Tristeza, no podía creerlo. Si bien entendía que era un laburo, él ya tenía la carrera hecha y era una gloria en Peñarol, qué necesidad. Sigo sin entender a los jugadores que ya hicieron carrera y se transforman en glorias o leyendas de un equipo, y se pasan al rival de todas las horas. Puedo entender que los juveniles cambien de equipo o que jueguen en un cuadro y sean hinchas de otro, pero cosas como las de Venancio, no.

Noelia Campo

Actriz

Ídolo caído: Sting

¿Por qué lo admiraba?
 Mi fanatismo nació cuando tenía 9 o 10 años. Era 1986 y The Police ya se estaba extinguiendo. La culpable fue mi hermana Amalia, porque todo lo que le gustaba a mí me gustaba, o sentía que tenía que gustarme. El primer casete que tuvimos fue el debut, Outlandos d’ Amour, ya con un atraso de varios años. Obviamente el tema que más me rompió la cabeza y que no paraba de cantar con un inglés fonético completamente inventado fue So lonely. De hecho, es una canción que amo hasta el día de hoy. Me parecían geniales los tres. No solo su música, lo que trasmitían en los videos. Tenían mucho humor y mucha sensibilidad. En la adolescencia y mirando los videos de The Police en los programas de Alfonso Carbone, me enamoré, obviamente, de Sting, al punto de estar convencida de que iba a terminar conquistándolo cuando tuviera edad para irme a vivir a Londres y actuar en uno de sus videoclips. En esa época apareció The dream of the blue turtles, su primer álbum solista y Fortress around your heart me hacía llorar cada vez que la escuchaba. No entendía nada de la letra, pero la melodía me estrujaba el estómago. También recuerdo ir a ver la película Bring on the night al cine. Fue la época en que empezó a venir a Argentina con Amnistía Internacional y lo admiraba también por los valores y principios que mostraba en las entrevistas, por su conocimiento de la situación de este lado del mundo, porque se interesaba en causas como la de los desaparecidos. 

¿Por qué la defraudó?
Cuando me enteré que venía a tocar al Centenario, creo que en el 90, yo tenía 13 años. Recuerdo que supe que estaba en el Victoria Plaza y le pedí a mi madre que me dejara faltar a la Escuela de Danza para ir a esperarlo. Estuve en la puerta muchas horas con otro montón de adolescentes desconocidas, hasta que llegó. Me quedé paralizada. Todas se abalanzaron a por lo menos rozarlo y yo me quedé quieta, temblando. Cuando pude moverme, Sting ya estaría en el piso 20. Esa noche fui al concierto con mi hermana y su novio. Era el primer concierto al que iba sin mis padres y me sentía grande. Entró al escenario y me puse a llorar de la emoción. Pero tocó apenas una hora, o yo sentí que fue apenas una hora. Vino con tremendos músicos, pero me decepcionó que no trajera vientos. Varios de los temas de sus dos discos solistas eran con vientos, y no los tocó. Las versiones de los temas de The Police me sonaron raras, no llegaba a determinadas notas. No lo sentí muy entusiasta con el público. Terminó el concierto, mucho antes de lo que yo esperaba, y me indigné. Me llené de rabia, pensé que nos había tomado el pelo a todos y lloré durante toda la caminata a casa. Desde ese día dejé de querer conquistarlo y de entusiasmarme con su música, salvo con algunas canciones, como Shape of my heart

¿Qué sintió en ese momento?
No sé si me pasó eso porque realmente fue pobre el concierto –hoy en día pienso que no– o porque caí en la cuenta de que Sting era esa persona que había estado arriba del escenario y que siempre iba a ser, para mí, una persona arriba de un escenario o detrás de una pantalla. Creo que tuvo que ver con que tenía 13 años. Estaba en esa etapa en que uno cae en la cuenta de que en la vida no todo es posible. Y toda esa carga emocional se la llevó el pobre de Sting. Debo confesar que cuando se reunió The Police en 2007 y vino a Buenos Aires fui al concierto y pagué campo vip.

Dani Scharf

Ilustrador

Ídolo caído: Kobe Bryant

¿Por qué lo admiraba?
 De chico me hice fan de Los Ángeles Lakers gracias a un tío que vivía en Buenos Aires y a Magic Johnson. Kobe entra en la historia en 1996, cuando apareció en el equipo como uno de esos posibles grandes jugadores futuros, como un heredero de la magia de los otros. Vi cómo empezó de abajo y cómo terminó siendo uno de los mejores jugadores de la historia de la NBA. Lo quería en el equipo, me gustaba su filosofía de juego y sus mensajes.

¿Por qué la defraudó?
En el 2003 una mujer lo acusó de abuso sexual en medio de una de las giras. Cuando se publica esto, él hace una conferencia, una especie de mea culpa, con su esposa al lado. Él desvía la atención diciendo que es un caso de infidelidad y pide perdón por los daños que pudo haber causado su acción. Con uno de esos arreglos multimillonarios se sacó de encima el juicio, pero eso no quitó que le haya cagado la vida a una persona. Después ese hecho quedó atrás y siguió con su carrera y salió campeón. 

¿Qué sintió en ese momento?
Una desilusión muy grande. Pero en aquel momento no había tanta conciencia de esos temas como hoy. La mancha se mantuvo, pero pesó más lo deportivo. Eso fue hasta el momento de su accidente, que fue cuando todo el mundo, incluido yo, empezó a pensarlo de otra forma. Sentí una amargura mucho más profunda por lo que hizo en aquel momento. He debatido sobre si las cosas que hizo después lo redimen o no, porque luego trabajó junto a muchas fundaciones y ayudó a muchos niños y personas en situaciones difíciles, pero no lo tengo claro. Sin dudas, me afecta mucho más ahora acordarme de lo que hizo, y le resta mucho a él como figura y persona, que cuando sucedió.

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