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El orgullo de ser plancha

La ética y la estética plancha son la subcultura más visible en la sociedad
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02 de septiembre de 2011 a las 19:01

La imagen típica del “plancha” en el imaginario social es la de un joven que viste pantalones amplios, canguro con capucha o campera Alpha Polar y camisetas de fútbol.

En sus pies lleva championes con resortes –las llantas o las bases en su léxico–, preferentemente de la marca Nike, y luce un gorro de visera. El peinado con el que está más identificado es uno muy corto teñido de amarillo con cerquillo que se pega con gel a la frente. Si se trata de una chica, esta usa jeans muy ajustados o calzas de colores fuertes. Muchas usan vincha y se rapan sobre las orejas. Escuchan cumbia villera, plena y reggaeton en sus celulares con volumen alto. Esta estética contraviene las normas socialmente instituidas sobre lo que se considera “buen gusto” y “buenos modales”. Lo que unos estigmatizan como terraja, para los planchas es parte del código de vestimenta por el que se reconocen colectivamente como grupo.

En materia de comportamiento, su lenguaje verbal y corporal busca intimidar transmitiendo respeto, con una voz alta y fuerte y exceso en los gestos. Que miran “de pesado” fue una respuesta corriente entre los vecinos y comerciantes de la zona de influencia de Montevideo Shopping, donde murió el domingo pasado Álvaro Froste, de 16 años. Esta actitud hacia los demás y también entre ellos es calificada como agresiva pero no es vivida de la misma forma por los jóvenes “planchas”. Para ellos es un código de convivencia necesario para marcar presencia. En palabras de Pablo Fernández, uno de los realizadores de la película Reus –que muestra cómo interactúan cuatro grupos sociales, entre ellos los planchas, en el barrio e implicó varios años de investigación sociológica–, en los ambientes de contexto crítico, “si sos un poco Bambi te comen en dos panes; es una estrategia”. Para los sociólogos, la agresividad refuerza el estigma y revela un estado de inseguridad psíquica y social, al tiempo que los jóvenes exhiben con orgullo su condición de planchas. También son mostrados como emblemas los tatuajes y haber estado recluido en un centro de detención porque significan una identidad de superación.

Asimismo, esta identidad se construye con la alteridad que supone el cheto y su modo de vida, aludiendo directamente a la desigualdad. Este término no circunscribe solo a las personas de clase alta sino a aquellos que no pertenecen a la cultura plancha.

Sabelo, amistá
Su lenguaje también es particular. Es una creación cultural que se originó dentro de los muros carcelarios para que los policías no entiendan de qué hablan los presos. El mismo término “plancha” tiene su origen en las fotos que figuran en los prontuarios policiales.

Esta jerga es tan dinámica que Gustavo Bouzas, autor y actor de Rescatate, debe modificar los guiones de la obra cada tres meses. La acción transcurre en un local de cobranza de Malvín durante una rapiña. A cada espectador se le entrega el Pequeño Diccionario Plancha, elaborado por un joven plancha, con las frases y palabras que se utilizan en la obra. La última actualización es de junio de 2011 e incorporó nuevos vocablos: pariente –un amigo de gran confianza–, nieri –un amigo del alma, “al que le vas a dar tu vida”, explicó Bouzas– y va pa i –deriva de “va para ahí”, estar de acuerdo con algo, equivalente a sabelo–. “Las palabras tienen distintas acepciones en los barrios y hay introducción de términos por la cumbia villera argentina”, completó Bouzas. Un ejemplo de lo último es la reciente aparición de wachiturro, el nombre de un grupo de cumbia que, según Bouzas, vendría a ser el paralelo argentino de plancha pero, más bien, para “el que curte la onda sin tener la cultura”.
Además, wachi, derivado del lunfardismo guacho, sirve para llamar o hablar con una persona de la que no se sabe el nombre. En este sentido, wachi se está popularizando en detrimento del uso de pelao (ver diccionario).

La principal diferencia entre un plancha y aquel que comparte esta cultura –estética, música, lenguaje, códigos y prácticas–, es que el primero posee una identidad más fuerte y vive el día a día por medio de estrategias de supervivencia lícitas e ilícitas. “Representa la ausencia de proyectos de vida. El plancha no se proyecta más que del aquí y ahora”, dijo Bouzas.

El otro, a veces llamado planchita, o las formas más despectivas como plancha-chanta o hasta plancha-come-sushi, solo asume la imagen como forma de sociabilidad, lo que explica la propagación de esta subcultura más que cualquier otra. Según Bouzas, Froste pertenecía a este grupo, puesto que se trataba de un chico que concurría al liceo y tenía otras instancias de sociabilización. Era miembro de la tribu pero no de la subcultura.

Fernández, por su parte, indicó que la falta de oportunidades para los jóvenes pobres borra las aspiraciones.

“Terminan en eso, poniéndose la gorrita y exigiendo respeto”, afirmó, perdiendo el tiempo en la esquina o en el muro del shopping y, algunos, consumiendo drogas, otro rasgo por el que se estigmatiza a los planchas.

Si bien muchos planchas practican o justifican el robo, estos rechazan a aquel que roba en el propio barrio o a amigos y a familiares, como criticaba el fallecido líder del Movimiento Plancha del Partido Colorado, José Peluca Valdez. Esta conducta está asociada al rastrillo. “Este tiene cero código. Es el que roba hasta la madre”, agregó Fernández.

A propósito de las adicciones, el guión original de Reus no retrataba este asunto. La aparición de la pasta base tras la crisis de 2002 llevó a los realizadores a incorporar el tema en la película.

El nombre de la obra que actualmente se exhibe por sexta temporada en el teatro La Candela es un conocido ejemplo de la jerga plancha. “Rescatate” significa sobrevivir en el medio que los margina, inclusive a través del delito. Para los sociólogos es un imperativo moral, dado que la ética del trabajo no aparece como un medio legítimo de satisfacción de necesidades de consumo.

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