Álvaro Uribe

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El presidente izquierdista de Colombia tuvo tres reuniones con el exmandatario de derecha en los últimos ocho meses

Ambos lideran sectores opuestos en un país donde la violencia dejó decenas de miles de muertos y no están saldadas las profundas divergencias entre un ex militante guerrillero como Petro y un jefe político de una derecha con vínculos cercanos con los paramilitares como Uribe
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06 de marzo de 2023 a las 05:00

Álvaro Uribe es de Medellín, tiene 70 años y gobernó Colombia ocho años consecutivos, entre 2002 y 2010. Gustavo Petro tiene 62, estuvo brevemente al frente de la Alcaldía de Bogotá, entre 2014 y 2015, y lleva menos de ocho meses en la Casa de Nariño, la sede presidencial del país. Nunca había llegado alguien de izquierda a gobernar un país convulsionado y manejado por una aristocracia de liberales y conservadores.

Jamás un líder de la derecha -como fue el ex presidente Iván Duque, discípulo de Uribe- había sido desplazado por un advenedizo, también de derecha como el empresario Rodolfo Hernández que llegó al ballotage con Petro y perdió por poco.

Petro y Uribe no son solo ex presidentes, son enemigos íntimos, expresan posiciones muy encontradas sobre asuntos políticos, económicos y, sobre todo, respecto de cómo lograr una paz duradera en Colombia. La fórmula de Uribe fue apoyarse en las poderosas fuerzas armadas y de seguridad. Eso incluyó crímenes que fueron develados por la Comisión dela Verdad, conducida por el jesuita Francisco de Roux, que dio su demoledor informe final apenas dos días después del triunfo de Petro en la segunda vuelta.

Los “falsos positivos” de la época de Uribe quedaron al desnudo. Los militares levantaban jóvenes de barrios pobres, los disfrazaban de guerrilleros y los dejaban muertos en los caminos rurales como “víctimas de las rencillas entre grupos armados”.

Uribe no buscó diálogos por la paz, que muchas veces resultaron infructuosos en Colombia. Sin embargo, en 2017 durante el gobierno de Juan Manuel Santos lograron un avance significativo con el grupo más numeroso y combativo como son las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC). Santos fue vice de Uribe y luego se convirtió en un adversario. Santos y Uribe no hablan, no se quieren ni ver.

Sin embargo, Uribe sí habla con Petro. Y no abandonó ese lugar de líder político pese a los procesos judiciales en su contra. No era previsible que se reuniera con el actual mandatario no una vez sino en tres oportunidades.

La última reunión fue los primeros días de marzo en la casa del abogado Héctor Carvajal, amigo de ambos. Hablaron, con Carvajal de testigo, cenaron, y luego ambos líderes confirmaron ese encuentro. Los dos anteriores también habían sido con otras personas presentes. El primero lo buscó Petro, poco antes de asumir la presidencia, a través de este abogado amigo de ambos cuyo bufete atendió a Petro cuando tuvo problemas en la alcaldía de Bogotá y a Uribe con unas denuncias contra uno de sus hijos.

El segundo encuentro lo pidió Uribe en setiembre de 2022 y fue en el palacio presidencial, en presencia de varias personas y, aunque no se supo de ningún tema central de la agenda abordada, la sola presencia de Petro y Uribe juntos fue un potente mensaje para un país donde las plantaciones de coca, lejos de bajar, crecen de forma sostenida de acuerdo a los datos de la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (Unodc, sigla en inglés). En 2021 eran 143 mil hectáreas mientras que en 2022 fueron 204 mil: un 43 % más.

Por este tema, y otros, Uribe pidió a José Félix Lafaurie que lo acompañara a esta tercera reunión con el presidente en la casa del abogado Carvajal. Lafaurie es presidente de la Federación Colombiana de Ganaderos, un hombre al que se asoció al paramilitarismo porque los ganaderos no dudaron en recurrir a esos grupos para combatir a las guerrillas y para eliminar a los líderes sociales opuestos a los opulentos dueños de la tierra.

Lafaurie, de derecha, se manifestó a favor de la reforma agraria planteada por Petro durante su campaña electoral. Ese proyecto de reforma incluye destinar tierras fiscales a las comunidades originarias y afro, así como financiar las economías agrarias en pequeña escala con créditos oficiales. Además, esa reforma agraria es la llave para un proceso de diálogo con los que todavía están alzados en armas, excluyendo a los carteles del narcotráfico.

El presidente de la Federación Colombiana de Ganaderos, incluso, va más allá de este diálogo entre Petro y Uribe: quiere sumar a una mesa de paz a otros expresidentes como César Gaviria y Juan Manuel Santos. “La confrontación ya no sirve más en este país. Si Uribe se mete en otra controversia esto puede salir peor todavía”, dijo Lafaurie en una declaración a El Tiempo de Bogotá.

Además, cree que hacerle oposición a Petro es muy diferente a hacérsela a Santos: “Petro es un tipo que toda su vida ha estado en desacuerdo con el establishment. Ha estado tirándole piedras a eso. Confrontarlo puede ser más costoso para la arquitectura institucional que el tratar de encontrar espacios donde se puedan discutir las cosas”.

Si prospera el diálogo que el gobierno de Petro mantiene con el Ejército de Liberación Nacional (ELN) y con las disidencias de las FARC, el actual presidente se anotaría un triunfo significativo. De no lograr resultados, los jefes de las Fuerzas Armadas y de Seguridad mostrarían su capacidad de fuego quizá sin el control completo de un gobierno que se niega de modo rotundo a las violaciones a los derechos humanos y sociales. Tanto en los altos mandos como en los oficiales y los efectivos de tropa, Uribe tiene predicamento. Petro no lo tiene.

Petro no habla mal de Uribe como lo hacía antes en sus discursos. Uribe hace pocos días, tal como consignaron medios colombianos, hizo silenciar a una persona que tomó la palabra para insultar al actual mandatario.

Más allá de las grandes dificultades de Colombia, estos encuentros entre Uribe y Petro no dejan de ser un camino poco o nada explorado en otros países latinoamericanos donde las diferencias impiden las vías diplomáticas, los entendimientos y la creación de un clima donde la diferencia no obture la posibilidad encontrar puntos comunes o, al menos, donde cada contendiente encuentre la posibilidad de obtener rédito.

 

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