Ricardo Peirano

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El reposo del guerrero

Jorge Batlle no fue solo un animal político; fue un hombre que no midió costos para llevar a cabo una renovación liberal
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30 de octubre de 2016 a las 05:00
Mamó política mientras estaba en el vientre de su madre. Y murió haciendo lo que más le gustaba: haciendo política, hablando con la gente, disfrutando de la vida, admirando una espléndida noche estrellada en ronda de amigos. Murió con las botas puestas, como dicen en campaña. Como a él le habría gustado, si le hubieran preguntado cómo quería dejar este mundo. La política marcó su vida desde la concepción hasta la muerte y en ella canalizó su pasión por contribuir a mejorar el bienestar de su país.
Pero Jorge Batlle no solo fue un animal político de pura cepa, y de una familia política de pura cepa que dio cuatro presidentes a Uruguay. Fue un hombre que no midió costos políticos para llevar a cabo una renovación liberal en un país profundamente estatista.


Extremadamente inteligente y extremadamente leído, fue un adelantado a su tiempo cuando a principios de los años 1960 se autoimpuso la tarea de reformar la constitución para eliminar el sistema colegiado de gobierno que tanto había arraigado en su partido y que había sido llevado a la práctica en dos oportunidades con resultados negativos. Uruguay no era la Suiza de América que podía ser gobernada por un ejecutivo de nueve personas, cuyos nombres casi no se conocían y sin que se despertaran tentaciones personalistas.

Pero más allá de reformas electorales –también participó activamente en la de 1995, que introdujo el balotaje–, Batlle fue un hombre que creyó en la libertad, que tenía la libertad en su ADN y que impulsó la difusión y el conocimiento de las ideas liberales dentro y fuera de su partido. En ello fue coherente a lo largo de su dilatada vida política, aunque le implicó pagar altos costos políticos y llegar a la Presidencia recién en el quinto intento a la edad, joven para él, de 72 años.
Inspirado sobre todo en la Escuela Austríaca y con autores como Ludwig von Mises y Friedrich von Hayek como luces que guiaron su camino, abrió paso a las ideas liberales en un país en el que toda la economía estaba cerrada, las importaciones eran controladas con cupos, el tipo de cambio fijado por la autoridad monetaria y con distintos valores para diversas actividades, subsidiando algunas y castigando otras, las tasas de interés fijadas por decreto, y el país todo estancado durante dos décadas mientras el mundo y la región crecían velozmente.

La pasión por la libertad guió su vida política y supo sortear los traspiés electorales y los reveses en el campo de los negocios, que indudablemente no era lo suyo. Pero generó discípulos que luego ocuparon cargos de importancia en las áreas económicas del país y fue generoso en la siembra de ideas, aunque más no fuera por el consejo de leer tal o cual libro que abría nuevos horizontes.

Su vida política no fue fácil y cuando pareció que podía llegar a la Presidencia, en 1989, perdió con claridad ante el Partido Nacional liderado por el doctor Luis Alberto Lacalle, que sí implementó una agenda liberal. En 1994 tuvo la peor votación de su vida aunque contribuyó a la victoria del Partido Colorado, y cuando parecía que le llegaba el ocaso y quizá un lugar especial entre los "ancianos de la tribu", su candidatura resurgió y venció en el primer balotaje de la historia en 1999. Allí le tocó bailar con la más fea y poco pudo hacer para impulsar una agenda liberal. Como bien decía, se pasó su período atajando penales y evitando que una crisis financiera generada en Argentina se llevara a nuestro país por el sumidero de las nefastas ideas de los burócratas chilenos que dominaban el FMI y que lo instaban a declarar el default de la deuda y reestructurar los depósitos al estilo argentino. Contra viento y marea luchó contra ellos, logró el apoyo directo de George Bush y del Tesoro americano, y honró la deuda, sacando la economía de la recesión y entregándola al doctor Vázquez en plena expansión.

Optimista por naturaleza, nunca se rindió ni aun en lo más oscuro de la noche, cuando las malas noticias se acumulaban sin cesar. Al final, los hechos le dieron la razón y el juicio de la historia seguramente le será favorable.

Ya fuera del poder, siguió haciendo política y promoviendo las ideas liberales. Le preocupaba el país. No podía retirarse a disfrutar de un merecido descanso. Y aún en plena debacle del Partido Colorado, no cesaba de llamar gente y convocar a los jóvenes para construir el país del futuro.

Siguió "cantando la justa" desde su página de Facebook y recorriendo el país. Allí le sobrevino la caída que a la postre produciría su deceso. Pero su sonrisa y su optimismo lo acompañaron hasta el último momento en esa noche estrellada del jueves 13 de octubre y, como dijo el exvicepresidente Luis Hierro López, quizá el porvenir de su partido esté "en la sonrisa de Batlle".

Pero el guerrero que peleó todas las batallas y solo se retiró a reposar cuando, luego de una operación al corazón, parecía iba a estar dando vueltas por unos 20 años más. El guerrero de las mil batallas y polémicas ahora descansa en paz. Su optimismo, su sonrisa y su amor a la libertad son un legado que todos, seamos del partido que seamos, podemos tomar como herencia.

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