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El sur de Irak: un paraíso de humedales oculto por los prejuicios de la guerra

Los humedales del sur de Irak, patrimonio de la humanidad y con una gran biodiversidad, atraen a viajeros que apuestan por el ecoturismo
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05 de junio de 2019 a las 05:00

Treinta años después de que Sadam Husein los privara de agua, los humedales de Irak atraen a turistas fascinados por los paseos en barca y los pícnics en plena naturaleza. Una nueva etapa para volver a ser el jardín del Edén de Mesopotamia.

Delante de una casa flotante, levantada con juncos y palmeras datileras, huele a pescado asado en una barbacoa. Las barcas transportan a parejas o grupos de amigos para un paseo por las marismas, al son de la música y de melopeas cantadas por los barqueros.

“No pensaba encontrar un lugar tan bello y tanta agua en Irak”, donde el desierto cubre casi la mitad del territorio, afirma fascinado Habib al Jurani, un iraquí que lleva décadas viviendo en Estados Unidos. 

Las marismas del sur de Irak, entre los ríos Tigris y Éufrates, son uno de los deltas interiores más grandes del mundo. Son patrimonio de la humanidad desde 2016 por la biodiversidad que albergan y su riqueza histórica, que se remonta a la Antigüedad.

A primera vista nada parece haber cambiado en 5.000 años en esta superficie de vegetación y agua al noroeste de Basora. Aquí se encontraba, según la leyenda, el jardín del Edén bíblico.

Agua y juncos 

“Desde nuestros antepasados acadios y sumerios (IV y III milenio a. C.), la vida de los humedales dependía del agua y los juncos que alimentan a los búfalos”, explica Mehdi al Mayali. Este ganadero de 35 años fue testigo de la gran sequía y del éxodo masivo provocado por la decisión del dictador Sadam Husein, en los años de 1990, de dejar sin agua a los humedales para expulsar de allí a los insurgentes. La población pasó de más de 250 mil personas antes de la insurrección de 1991 a 30 mil.

Desde la caída de Sadam Husein, la población comenzó a romper las tuberías y los diques y el agua volvió progresivamente. Pero los años de drenaje y varios episodios de sequías han dejado secuelas: los 15 mil kilómetros cuadrados de superficie se han dividido por dos, según Jasim al Asadi, quien dirige la asociación de defensa del ambiente Nature Iraq.

Este año, debido a la fuerte lluvia, las marismas se han llenado en más del 80%, según la ONU. Los habitantes vuelven a regentar pensiones y viven de las barcas de remos y la cría de búfalas, de leche densa y grasa.

Desde 2016, “el número de visitantes pasó de 10 mil a 18 mil por año en 2018”, comenta Asad al Qarghuli, del organismo turístico de la provincia de Zi Qar, donde casi la mitad de los habitantes viven por debajo del umbral de pobreza.

“El ecoturismo hizo resucitar las marismas; llegan visitantes de todas las provincias de Irak y hasta del extranjero”, asegura Mayali. Van por los pájaros migratorios, las nutrias, las tortugas...

El problema es que la zona carece de infraestructura. “No hay instalaciones turísticas ni hoteles porque todo el presupuesto estatal se dedicó en los últimos años al esfuerzo de guerra” contra el grupo yihadista Estado Islámico, explica Qarghuli.

Por el momento los habitantes proponen paseos en barca por el equivalente a una veintena de dólares o un almuerzo típico en un mudif, una sala de recepción tradicional.

El ecoturismo ofrece empleos e ingresos y “es una actividad bastante más sostenible que los hidrocarburos y la industria petrolera”, afirma Asadi, de Nature Iraq.

Actualmente, el petróleo y el gas constituyen casi el 90% de los ingresos del Estado iraquí. La ONU considera que esta actividad amenaza a los humedales y pide la instauración de zonas protegidas.

En uno de los países más cálidos del mundo y con escasez crónica de agua,las marismas son cruciales. Irak es conocido desde hace milenios como “el país de los dos ríos”, pero en realidad el Tigris y el Éufrates nacen en Turquía y los afluentes vienen de Irán o de Siria. 

Cada vez que se construye una represa en estos países vecinos, el caudal disminuye en Irak. Si esto se suma a la ausencia de lluvia, desciende el nivel de agua de las marismas y la que queda se estanca y llena de sal, de modo que los animales no pueden beberla. Sucedió en 2009 y 2015. 

Los habitantes esperan que no se repita. Habib al Jurani, un iraquí que llegó de visita al lugar desde EEUU, confía en que “los aventureros y amantes de la naturaleza” puedan disfrutar de este jardín del Edén”.

(AFP)

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