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El tsunami asiático: Una ola devastadora

En segundos las playas paradisíacas de Indonesia y Tailandia se transformaron en un infierno
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29 de enero de 2017 a las 05:00

Era una mañana soleada y apacible la del 26 de diciembre de 2004 en las paradisíacas costas del sur asiático. Los bañistas y los pescadores ya estaban en las playas, mientras otros miles de turistas y locales disfrutaban cerca de allí el comienzo de otro hermoso día en los numerosos resorts y pueblos costeros de Indonesia y Tailandia. Nada hacía presagiar algo distinto a la belleza cotidiana que ofrecían aquellos espléndidos parajes del océano Índico.

De pronto, los que estaban en la playa observaron que en el agua se levantaba una inmensa ola nunca antes vista. "Se hace cada vez más grande y más grande y más grande...", le dice una lugareña a su acompañante en la costa de Tailandia. "¡Es una locura!".

Tenía razón: No era una ola; era una locura, una montaña de agua de más de 15 metros de alto y 2 kilómetros de largo que se precipitaba hacia la costa a 700 kilómetros por hora, un tsunami. Un terremoto de más de 9 grados Richter en la profundidad del mar les había enviado aquel infierno.

En cuestión de minutos el océano arrasó con todo a su paso: autos, camiones, casas, edificios; y sepultó ramblas, villas e islas enteras, dejando tras de sí más de medio millón de muertos, en lo que ha sido la peor catástrofe natural en la historia de la humanidad: el tsunami asiático.

El imponente maremoto pegó primero en Banda Aceh, una localidad en la isla indonesia de Sumatra, que fue barrida por el mar y donde murieron 130 mil personas. Poco después, las devastadoras olas llegaron a las costas de Tailandia. Complejos turísticos enteros, edificios residenciales, árboles y casas fueron sepultados bajo la inmensa montaña de agua y lodo que se cobró la vida de más de 5.000 personas.

De allí se trasladó a los archipiélagos de Adaman y Nicobar, en la India, donde arrasó con grandes estructuras, sumergió buena parte del territorio de las islas y aplastó el principal puerto como si fuera un insecto. Murieron 6.000 personas. Pero en Sri Lanka, donde el tsunami arribó minutos después, las víctimas llegaron a 35 mil; y buena parte del sudoeste del país quedó bajo las aguas.

Casi en simultáneo golpeó en las costas de Tamil Nadu, en la India continental, donde se llevó por delante enormes edificios, destrozó casi toda la línea costera y en cuestión de segundos se tragó a más de 7.000 personas. A la misma hora funesta las olas llegaron a las islas Maldivas. Allí las víctimas se estiman en poco más de cien; pero varias de sus islas fueron literalmente borradas del mapa; la mayor parte del territorio del archipiélago quedó inundado.

El maremoto siguió su curso fatídico rumbo a las costas de África, golpeando con fuerza inusitada en Somalia, Kenia, Tanzania y Sudáfrica, acabando con la vida de más de 300 africanos a su paso.

El total de víctimas se cuenta en cientos de miles; las cifras varían, nunca se sabrá el número exacto; pero hubo cerca de 2 millones de desplazados. En las horas posteriores a la catástrofe, eran desgarradoras las imágenes de multitudes y multitudes marchando, con niños pequeños a cuestas y las pocas pertenencias que pudieran cargar, en busca de tierra firme.

Según las estimaciones de Unicef, al menos un tercio de los muertos en todo Asia fueron niños; decenas de miles de víctimas eran turistas, principalmente de países europeos; y los daños materiales son incuantificables.

La ayuda humanitaria internacional ha contribuido en gran medida a aliviar la situación de los damnificados y a la reconstrucción de los países. En total se donaron US$ 14.000 millones, entre Australia, Alemania, Japón, Estados Unidos, Canadá, Noruega, Holanda, Italia y el Banco Mundial. Buena parte de las pérdidas iniciales han sido recuperadas. Pero entre los lugareños pervive la memoria de aquel horror cada día que despunta una mañana de sol en las paradisíacas costas del océano Índico.

Esta nota forma parte de la publicación especial de El Observador por sus 25 años.

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