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El Uruguay viable: ¿misión imposible?

Los precandidatos tienen la responsabilidad de que la sociedad se regenere y encamine hacia un mejor porvenir
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07 de marzo de 2019 a las 05:04

En 1992, Michael Porter, profesor de Harvard y autor de la teoría de la “estrategia competitiva” aplicada a las empresas, visitó Uruguay y dio una charla a la que tuve la oportunidad de asistir, cortesía de este mismo diario. Su libro homónimo fue un éxito internacional de ventas. Su modelo fue aplicado en el mundo corporativo y constituyó un soporte referencial en las escuelas de negocios. En “La Ventaja Competitiva de las Naciones” publicado en 1990, amplió y aplicó su campo teórico y empírico a los países. 

Porter apuntaba esta vez a las posibilidades que cada país posee en identificar un determinado “nicho” en materia de recursos y sobre el cual impulsar su crecimiento y desarrollo. Su investigación consideró países en su mayoría del primer mundo e incluyó también a Corea del Sur, como un dinámico emergente, a Singapur y Dinamarca como las menos industrializadas en comparación con las restantes del grupo (Estados Unidos, Alemania, Japón, Italia, entre otras).

Entre las conclusiones fundamentales y relevantes se destacan como denominador común la capacidad de innovar y los altos niveles de productividad, lo que sostiene cuatro factores necesarios para crear, generar y competir exitosamente: mano de obra calificada y especializada e infraestructura disponibles; la naturaleza de la demanda interna en calidad y cantidad y la presencia de proveedores especializados e industrias relacionadas con el sector principal. La cuarta es de importancia fundamental para toda nación: la existencia de un medio ambiente favorable a la iniciativa privada, con un gobierno nacional cooperando en promover las condiciones necesarias para la generación, organización y manejo de empresas privadas y la  competitividad creativa y positiva.

Trasladar el modelo a la actualidad exige algunas consideraciones sobre su posible vigencia. En primer lugar éste fue concebido a mediados de la década de 1980, un poco antes de que el mundo cruzara el primer umbral de la globalización.  En segundo lugar, no incluye a China como la segunda economía del mundo, y, en tercer lugar pero no menos importante, no incluye los efectos de la revolución industrial 4.0 en curso, y cuyas simientes radicaban ya a fines del siglo pasado y que Porter destacaba. Su foco principal fue en su momento aquellas economías industriales “tradicionales”, antes del surgimiento de internet y del smartphone y en los albores de la era pos-industrial y esencialmente tecnológica.

Decantadas estas realidades, lo que permanece como relevante para el Uruguay presente es el valor de un medio ambiente positivo para la innovación y la productividad. Si se concibe hoy tal ámbito como un conjunto de atributos que se resumen en la existencia de seres humanos calificados y de recursos materiales factibles de ser explotados en forma competitiva, en plataformas suplidoras de conocimientos y en redes de agentes que agregan su parte de valor a los procesos productivos centrales, se puede hablar entonces como concepto de una “matriz cultural”. Y es, esencialmente cultural, por la incidencia que tienen en esta economía contemporánea los flujos e intercambios de información, la generación de ideas convertibles en prosperidad y bienestar colectivo y la importancia de la educación enfocada a ese mismo progreso humano. 

Una de las preguntas efectuadas a Porter por parte de la audiencia se refería a las limitaciones del Uruguay por su población y sus dimensiones geográficas. Su respuesta fue enfática: en materia de competitividad, el tamaño no importa. Dicho esto hace veintisiete años, su verdad en el actual contexto económico global es aún más contundente.

Lo demuestran países como Singapur, Nueva Zelanda, Holanda, Chile o Israel: islas, países ganados al mar o estrechos y ocupados por montaña o desiertos.

Sin duda que el mundo actual es aún más complejo para cualquier nación por sus desafíos e incertidumbres que aquel en el que Porter desarrolló su visión. Y, precisamente, en las capacidades de cada país por generar las condiciones para esa matriz cultural está quizás buena parte de sus oportunidades de insertarse en esas complejidades con potencial éxito. 

¿Cómo está el Uruguay y su viabilidad al respecto? Hablan los hechos: la educación pública, formadora de ciudadanía útil y valiosa es tierra arrasada; la violencia que asola parece ser ya el sello idiosincrásico de un nihilismo cultural creciendo ante la ineptitud y permisividad de un sistema que gobierna hace quince años. Mientras, la economía sucumbe bajo el peso de un Estado viciado de ineficiencia y hasta corrupción.

La denuncia de las aerolíneas sobre vuelos vacíos y altos costos de nuestra terminal y los cierres o dificultades de empresas y sectores claves son eslabones de una misma cadena. También lo son los asesinatos casi diarios, la limitada e interesada visión de una central obrera para la cual términos como innovación y productividad pertenecen a una lengua extraterrestre, junto a una errática y fallida diplomacia. Lo es también la fractura incrustada al medio de la sociedad que se manifiesta en su crispado discurso y comportamiento.

En nuestra sociedad, yace la capacidad potencial de regenerarse y de crear los componentes de una matriz cultural virtuosa. Las post-guerras y otras calamidades son buenos ejemplos de reconstrucción. Un consenso social sobre la clase de país deseado es el factor unificador y neurálgico. En no lograrlo implicará la condena al estancamiento irreversible y al fracaso colectivo. Está en los candidatos presidenciales el tenerlo como primera y urgente prioridad. De lo contrario predicarán en el desierto más estéril, demostrando no estar a la altura de liderar al país en el intrincado siglo XXI. Gobernar así será una misión imposible. 

 

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