Opinión > COLUMNA/VALENTÍN TRUJILLO

Elogio del cine campesino

Tras brillar en el Festival de Cannes y potenciar su audiencia en Netflix, Lazzaro felice, de Alice Rohrwacher, se presenta como una renovación del cine italiano
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13 de enero de 2019 a las 05:00

Esta primera columna del 2019 respira aire salino, fresca brisa veraniega, piel exfoliada por la naturaleza, el sol y las sucesivas capas de arena de la playa. Los pulmones están limpios, las narinas dilatadas, la mente clara. Conclusión casi directa: los ojos están en un gran momento para ver cine. ¡Y qué mejor alimento que una gran película! Eso me sucedió en esta primera semana de enero con Lazzaro felice, el filme italiano dirigido por Alice Rohrwacher (apellido alemán, pero nacida en la Toscana hace 37 años). Fue un autorregalo de Reyes, la posibilidad de volver a degustar cine de verdad, entre tanta basura mediática, tanta tonta recomendación en redes sociales, tanto facilismo al alcance de un clic. 


La película narra la historia familiar de una pequeña comunidad de campesinos que plantan tabaco en una propiedad de una marquesa caída en desgracia. Allí destaca de manera particular el joven muchacho del título, Lazzaro, un poco lerdo pero no poco intuitivo, muy sensible y solidario, pero usado como burro de carga por parte de sus compañeros. 


La precariedad de la vida de los labriegos y la explotación por parte de la marquesa y su singular contador son descritas por una cámara “leve” de Rohrwacher, que flota entre los personajes como si no estuviese filmando, y la historia avanza en sus pequeñas anécdotas y en sus dramas profundos de manera alternativa, sutil, para nada chirriante. No hay discursos fáciles ni proclamas burdas, no hay la politiquería barata ni los silogismos berretas  que enarbola el mal cine militante. Esto es diferente. El guion, que ganó el premio en su categoría en el último Festival de Cannes, también lleva la firma de la directora. ¿Alicia en el país de las maravillas? No. Más bien, Alicia muestra una Italia a finales de la década de 1970 que no presenta muchas diferencias con el más puro vasallaje de la Edad Media. Feudalismo con hijos punks, aristocracia con walkman. Y las mujeres que tienen hijos y no saben quién es el padre, porque no importa.

La directora confiesa que la película intenta hablar sobre el tiempo


Pero, claro, por algo los nombres nombran. Lazzaro vuelve de entre los muertos. Pero su resurrección es en otro mundo, el nuestro, el actual, el de las tarjetas de débito y los préstamos blandos, el que quebró (¿para siempre? Parecería…) el esquema de clases a través del consumo, el que no acepta lobos caminando por las calles. 


A pesar de ser una directora joven y con sus tres largometrajes en sus espaldas, Rohrwacher ha visto mucho cine italiano. De manera explícita, Lazzaro felice es un filme nacionalista, inserto en una tradición, pero por motivos estéticos más que políticos: en las imágenes rurales donde se desarrolla la primera parte están presentes Pier Paolo Pasolini  y Ermanno Olmi, el primer Visconti, el Roberto Rossellini más visceral. El contador que llega al campo en moto parece un personaje de Fellini. En la segunda parte, la familia en el borde de la sociedad, en la marginalidad del suburbio, en el comentario social un poco más descarnado, aparecen Ettore Scola y Bertolucci, y hasta algún destello de Michelangelo Antonioni. 

Lazzaro vuelve de entre los muertos. Pero su resurrección es en otro mundo, el nuestro, el actual, el de las tarjetas de débito y los préstamos blandos



La directora ha declarado que la película nació como un hongo, que se desarrolló rápido desde la tierra, con una fuerte delicadeza. Confiesa que la película intenta hablar sobre el tiempo, sobre la transición entre esas dos épocas, de la transformación a la que asistimos delante de nuestros ojos, y de los campesinos (ricos y pobres) que se vuelven habitantes de la costra de la ciudad, y son incapaces de subsistir. 


El personaje de Lazzaro, en su ingenuidad y bondad, bien puede parecer un estúpido. Pero la directora lo aclara enseguida: la palabra estúpido, proviene etimológicamente del latín stupare, o sea ‘sentir estupor’. Eso es lo que provoca en el espectador. Como hace varios años no sucedía (por lo menos, desde la aparición de Paolo Sorrentino), volvió la emoción al cine tano. En buena hora. 
 

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