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Embajada en Caracas cambió agasajo a diplomáticos por donación a comedor comunitario

El proyecto Olla milagrosa, que todos los sábados cocina para cientos de venezolanos, recibió la contribución de la embajada uruguaya
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26 de agosto de 2019 a las 05:00

En un rincón de la Iglesia Chiquinquirá, en la urbanización de La Florida en Caracas, hay un pegotín que dice “Uruguay” que luce nuevo. No tiene roces ni marcas del tiempo. Y eso es porque, en realidad, el pegotín apenas tiene algunos días. Fue a parar a un freezer, el primero que llegó a la cocina de esta parroquia franciscana, que en el ritual de cada fin de semana recibe a un ejército de voluntarios que trabaja de forma honoraria para que otros tengan un plato de comida.

Es jueves 21 de agosto y el estacionamiento en el que cientos de venezolanos comen todos los sábados ahora está prácticamente vacío. El encargado de negocios de la embajada uruguaya en Caracas, José Luis Remedi, mira con atención como dos trabajadores bajan el freezer de la caja de una camioneta, mientras el joven cura de la parroquia, Luis Antonio  Salazar, bendice la llegada de la buena nueva con una sonrisa.

Ese electrodoméstico, sumado a tres toldos plegables, una lona, un quemador a gas, 200 platos de melamina, cubiertos de cocina, un procesador de alimentos y un termo de 22 litros, entre otros elementos, es el regalo que la representación diplomática de Uruguay en Venezuela hizo al proyecto Olla milagrosa, una iniciativa comunitaria que le puso la otra mejilla a la cólera del hambre en Venezuela.

Remedi explicó a El Observador que la contribución se hizo aprovechando el 25 de agosto, día que se conmemora la declaratoria de la independencia en Uruguay. Es de estilo que las misiones diplomáticas aprovechen la jornada festiva para abrir las puertas de la embajada, la residencia o alquilar el salón de algún hotel e inviten a autoridades locales y a diplomáticos, a quienes agasajan con comida y bebida.

Sin embargo, dado el contexto venezolano, la embajada uruguaya evaluó que los recursos que se suelen invertir en esa celebración de rutina podían ser mejor aprovechados por quienes trabajan para la Olla milagrosa y, definitivamente, por los beneficiarios del proyecto social. No es la primera vez que la embajada hace una contribución: el año pasado se compraron platos y vasos para el comedor de la escuela José Artigas.

En la parroquia –en la que también funciona una farmacia “de guerra”, al decir de una de las farmacéuticas honorarias – todo era euforia cuando llegaron los regalos. “Nuestro corazón está compungido de felicidad y alegría. De ahí va a salir mucho para la gente que va a venir a comer”, dijo Carmen Rodríguez de Alarcón a El Observador.

Rodríguez, de 67 años, es la cabeza de la obra. La mujer explicó que el proyecto nació por la necesidad que hay en el país, que tiene a mucho de los suyos “pasándola muy mal”. Venezuela es el país latinoamericano que experimentó mayores aumentos en materia de hambre y malnutrición durante el bienio 2016-2018, según un estudio que presentó la Organización de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) junto al Programa Mundial de Alimentos y la Organización Panamericana de la Salud en noviembre del año pasado. La estimación es que 7 millones de venezolanos viven en la hambruna.

Comer con dignidad

La iglesia venezolana se involucró en el asunto y el cardenal pidió que comenzaran a hacer “ollas solidarias”. Rodríguez y un puñado de mujeres (“Las Hermanas”) tomaron la posta en esa zona de Caracas y fueron a hablar con el párraco de la Iglesia Chiquinquirá. Tenía la vocación de ayudar. Pero su idea no acababa en el plato de comida: querían regalar una experiencia de dignidad en la crítica Venezuela.

“No era servir en un pote y que la gente se fuera a comer afuera, sino que queríamos que se sentaran en mesas, con platos, cubiertos, vasos y que fueran recibidos con amor. Como si fueran a nuestra casa. Queríamos que fueran recibidos con dignidad”, dijo.

El 17 de marzo 2017 llegaron a la cocina de la parroquia un viernes de tarde para lavar los granos y ponerlos en remojo. Clasificaron las hortalizas, lavaron las verduras y picaron los alimentos. Volvieron el sábado a primera hora de la mañana para cocinar. Hicieron 60 platos, sin saber cuántos comensales recibirían. La sorpresa fue mayúscula cuando aparecieron 120 personas.

“Y hubo comida para todos. Fue un milagro”, dijo Rodríguez rememorando el episodio evangélico de la multiplicación de los panes y los peces, aunque el menú era otro: lentejas y pollo.

Desde ese día el proyecto tiene nombre propio: la Olla milagrosa. “Comió hasta la última persona”, dice Rodríguez explicando el nombre.

Como aquella iniciática vez, todos los viernes llegan voluntarios a la cocina de Chiquinquirá. Ya no son cuatro mujeres. Ahora son 80 personas que preparan y cocinan con los donativos que reciben para cientos de venezolano. El sábado 17 de agosto la olla milagrosa le dio de comer a 806 personas, que hicieron fila desde la noche anterior. En dos años y medio, los voluntarios cocinaron más de 65 mil platos.

“Ojalá que en vez de decir que vamos a servir más platos, sirvamos menos porque significaría que algo está cambiando”, deseó Rodríguez.

Gesto "no político"

Pero por lo pronto la demanda continúa y, según Rodríguez, la donación uruguaya constituye una ayuda fundamental para la obra. Antes de la llegada del freezer se tenían que repartir la carne para congelarla en sus casas. Ahora podrán congelar en el lugar. Los toldos cobijarán a los comensales de las lluvias y el sol en el estacionamiento abierto en el que comen sentado en una mesa con “dignidad” al decir de Rodríguez.

Las palabras de Rodríguez están atravesadas por la fe y el agradecimiento. Por eso, antes de terminar el diálogo, pide para abrir una carta y lee palabras que le fueron dedicadas: “Como uruguayos no podemos permanecer ajenos a la necesidad y tampoco al margen de los esfuerzos que vemos que todos ustedes realizan. Como uruguayos llevamos siempre vivo en nuestro interior el enorme abrazo solidario que los venezolanos dieron a nuestros compatriotas que llegaban a sus tierras, en tiempos difíciles que vivió nuestra patria querida”.

“Uruguay no puede olvidar como los hermanos venezolanos, sin distinción de credos, clases sociales y disponibilidad de recursos abrieron sus corazones, sus familias y propios hogares para recibir a nuestros compatriotas. Y bien, porque siempre nos quedó esa deuda con estos hermanos tan profundamente solidarios y generosos es que, cuando ello puede ser posible y en la medida de nuestros recursos, intentamos acercar trocitos de solidaridad para ayudar a mitigar el dolor, la carencia, la necesidad donde quiera que la veamos”.

“Nuestro gesto no es político y no apunta tampoco en su materialización a ninguna expresión de carácter político. Solo intentamos, imbuidos de un genuino espíritu oriental y con profunda humildad, dar una pequeña  porción de todo cuanto en su momento recibimos. Que esto, al fin, hace del tejido social y la relación entre las naciones una cosa indestructible”.

Rodríguez pronuncia palabras de un diplomático uruguayo que le explica el motivo de la colaboración. Y cierra con una cita que hasta ese momento no conocía: "Que los más infelices sean los más privilegiados".

Este 25 de agosto el Congreso de Florida sesionó en La Florida, Caracas, donde demasiados buscan independizarse del hambre.

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