Mis abuelos salteños se casaron un 17 de julio. En los anaqueles de mi biblioteca conservo muchas fotografías y notas. Cuando se cumplió el centenario de la boda, varios de sus descendientes tuvimos ocasión de reencontrarnos junto a la antigua casa familiar. Nuestro homenaje fue sencillo pero una banda con sus instrumentos, se ubicó en la esquina de Viera y 19 de abril. Desde una escuela cercana, llegó una delegación de niños. Fue toda una fiesta como las que todavía hacemos cuando el corazón se agranda. Junto a la puerta de entrada a la casona pusimos una sencilla placa para no olvidar el centenario de nuestros abuelos. Desde el Municipio nos llegó un mensaje de alegría. Instintivamente nos asomamos al balcón de la esquina y nos “hicimos” - nos sacamos un foto-. Todo fue alegría y hasta la tarde invernal nos invadió con un sol espléndido.
Como se había programado, fuimos después a visitar la casa o el reino de Marosa di Giorgio. Se organizó un cortejo alegre de autos en dirección a las cercanas quintas salteñas. Casi sin darnos cuenta, íbamos a participar en un homenaje sencillo a la gran poetisa En el coche en el cual yo iba, alguien, no recuerdo quién, comenzó a recordar palabras de Marosa. “Miren”, nos dijo: “Este es el mundo de Marosa”. Aquí, añadió, “está el verdor de las acelgas” y más allá el sitio de los nidos de pájaros....Todos los que habíamos llegado al mundo de Marosa, descendimos de los autos. Se dejó una sencilla placa sobre una pared. Casi al unísono se formó el cortejo y descendimos al centro salteño. Fuimos al Hotel Concordia. No olvido sus patios y galerías. Nos encontramos con grupos de niñas y niños. Unos, pincel en mano, respondían a las indicaciones de un profesor. También otros trabajaban sobe madera... No fue necesario recordar el paso por allí de Carlos Gardel. Charlando cálidamente, comprobamos que caía la tarde. Habíamos recordado el centenario de nuestros abuelos, “el mundo” de Marosa y el sitio salteño donde pernoctó Carlos Gardel.
La observación de la vida cotidiana forma parte de la historia. Unas veces y sin jactancia, podemos recordar a Rodó en “Mirando jugar a un niño”. Cuánta sabiduría observamos y cómo nos alienta siempre a los mayores, a enseñar sin enseñar.
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