Opinión > EDITORIAL

Enfrentar los fanatismos

Es momento de comenzar a achicar la grieta que intenta dividir a la sociedad
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16 de octubre de 2018 a las 05:03

En Brasil la concejal Marielle Franco fue asesinada hace seis meses. Era una activista negra y homosexual que trabajaba por la inclusión social y la defensa de los derechos humanos en las favelas de Río de Janeiro. Su nombre volvió a la luz pública tras el arrollador triunfo del candidato ultraderechista Jair Bolsonaro en la primera vuelta cuando dos diputados afines destrozaron una placa en su memoria. La macabra acción se subió a Facebook.

En Venezuela el concejal opositor Fernando Albán murió al “caer” sospechosamente de un décimo piso cuando se encontraba en custodia de la policía e iba a declarar ante la Fiscalía. Era acusado de idear el presunto ataque fallido con drones contra el presidente Nicolás Maduro el 4 de agosto. Tanto su familia como su partido “Primero Justicia” afirman que fue asesinado. El gobierno de Caracas dice que se suicidó. La oficina del Alto Comisionado para los Derechos Humanos de las Naciones Unidas y la Unión Europea exigen “una investigación transparente” para clarificar una muerte en la que existen versiones contradictorias. Nadie en su sano juicio cree que se suicidó.

En Nicaragua la policía reprimió el domingo con violencia a un grupo de opositores y detuvo a 38 cuando pretendían protestar en Managua contra el presidente Daniel Ortega. Este nuevo episodio de violencia, enmarcado en la crisis sociopolítica que vive Nicaragua desde abril pasado con más de 320 muertos y cientos de detenidos fue repudiado por organismos internacionales, que instaron al mandatario a respetar los derechos de los ciudadanos y la libertad de manifestación.

En Uruguay el presidente del Centro Militar, coronel Carlos Silva Valiente sostuvo que la búsqueda de los cuerpos de los detenidos desaparecidos durante el régimen de facto en Uruguay “es un curro, un gastadero de plata”. A su vez niega que el General Gregorio Álvarez haya sido un dictador. También que hubo dictadura. “Hubo un vacío de poder, culpa de los políticos”, señaló. También dijo que lo de Uruguay “no es una democracia porque no se respetan los plebiscitos”. Organizaciones de DDHH analizan denunciarlo penalmente. 
De izquierda y de derecha las acciones de los intolerantes autoritarios y los fanáticos parecen replicarse con la misma receta en el resto del continente regándolo de resentimiento y de división en lugar de encaminarlo a asumir su destino. El odio al que piensa distinto es un ácido corrosivo que empieza a destrozar todo hasta que no queda nada. 
Los fanatismos son la cueva donde se refugian los cobardes y los mediocres y las consecuencias de éstos cuando agarran confianza se transforma en un cáncer. Y curar un cáncer no es algo simple.

Por eso es la hora de las mayorías silenciosas. Esas que luchan para mantener en pie –aunque deteriorados– los pilares elementales de la convivencia en Uruguay. El crujir de una grieta que nadie quiere empieza a sonar por lo bajo y nadie bien nacido en esta tierra la quiere. 
Es tiempo de levantarse sin importar las banderías partidarias y enfrentar de raíz y sin titubeos los discursos y hechos de los fanáticos que pretenden dividirnos enfrentando los polos. No hacerlo es darles la razón a estas minorías obscenas que solo buscan la destrucción de la sociedad y la libertad. 

 

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